LOS MOVIMIENTOS

LOS MOVIMIENTOS

por - Ensayos
23 Jun, 2018 04:13 | Sin comentarios
¿Qué tienen en común el cine y el deporte? ¿Qué puede unir a Del Potro, Messi, Ginobili con Akerman, Bresson y Dreyer?

Lo que sucede sonoramente en el inicio de La ciénaga, cualquier travelling geométrico en un film de Wes Anderson, un solitario paisaje visto por minutos y sin otro recurso que la composición previa y perfecta de un solo plano que abarca un todo, como sucede en el cine de James Benning, expresan un concepto general de puesta en escena; no todos los cineastas pueden transformar un recurso formal en una expresión personal. A tales cineastas los solemos llamar autores y a eso que los diferencia, estilo.

Del Potro tiene una forma muy particular de elevarse antes del saque, tal vez una medición inconsciente de la relación de la altura y la fuerza del golpe; Messi siente como pocos la elegancia de la diagonal, como si en ese paulatino desvío de la línea recta se cifrara el secreto dinamismo de su gambeta en velocidad; un patrón similar se podría identificar en Ginóbili, el notable atleta cuya forma de juego resplandece sin disociarse en su indesmentible lucimiento de una prioridad de servir al conjunto. Los deportistas también tienen un estilo, aunque no se los identifique según la noción de autor. Por cierto, cuando se intenta establecer quién es mejor futbolista, Maradona o Messi, este falso problema se impugna señalando que la genialidad que los define responde a una combinación de elementos heterogéneos e inconmensurables. Tan solo el hecho de que hayan jugado en épocas distintas ya propone un obstáculo en la comparación. Como la competencia es el organizador simbólico del deporte, el deseo por decretar un vencedor parece lógico, pero no lo es. Este reflejo ideológico y su concomitante operación jerárquica son ajenos al deporte.

En los dominios del cine, por otra parte, el concepto de vencedor deriva de la invención de los festivales de cine, un añadido posterior a la consolidación del cine como el arte específico del siglo XX, que puede explicarse a propósito de la invención de los Mundiales y el renacimiento de los Juegos Olímpicos en otra clave cultural. Sin embargo, Dreyer o Bresson jamás pueden competir estéticamente, son cineastas geniales que seguramente tienen algo en común y que se sustraen de inmediato a cualquier sistema de análisis para determinar quién es el mejor.

El cine y los deportes no solamente están unidos por el estilo de sus genios, el cual no es solamente una cuestión individual, como podría desprenderse de los ejemplos citados. Al equipo holandés de fútbol de 1974 se le adjudicó un título para explicar su funcionamiento. Tenía un estilo bien definido, y fue así como un film de Stanley Kubrick (o un libro de Anthony Burgess) sirvió para hallar un apelativo que los identificara. Fueron “la Naranja Mecánica”. Aquí también el tema del estilo puede desbordar al autor, a la idea del cineasta como un autor que tiene una marca propia. Las hermosas películas del estudio Hammer también tenían un deliberado estilo, más allá de sus directores. El estilo, demasiado asociado al genio, no es prerrogativa de un individuo, pero es inevitable que así se le dispense un vínculo unívoco.

Hay otros paralelismos para advertir entre los deportes y el cine: el trabajo en equipo, el sentido del espectáculo, la división del trabajo y la distribución de las funciones; incluso, en muchos casos, los deportes y el cine coinciden en su tiempo de duración (como sucede con los 90 minutos del fútbol, una duración muy habitual en las películas). Además, desde que los deportistas se saben filmados han desarrollado métodos de interpretación que exceden el rendimiento y que tiene mucho de escuela dramática. La expresión facial de los futbolistas y los tenistas hasta tienen a veces reminiscencias de líneas de interpretación. La gestualidad facial en los futbolistas es pura ficción, un recurso destinado al énfasis que indica que ese atleta no es solamente un número, sino también un alma. Cuando el juego está teniendo lugar, el futbolista es apenas una pieza de este, es el costado documental del registro. Cada vez que el juego se detiene, nace el actor. Frente a esto hay que distinguir las diferencias de las disciplinas deportivas. Ciertos deportes se desentienden de la expresión del rostro y hacen prevalecer la tensión de los músculos. La concentración total sobre la proeza por cumplir no tiene tiempo para el plus de ficción; la exigencia obliga a una naturalidad inconsciente. El clavadista no tiene tiempo para elegir gestos, como tampoco lo tiene el jinete que depende enteramente de la respuesta del animal al que comanda. El boxeo, en cambio, ha prodigado actores para todos los gustos. El Actors Studio podría arrogarse varios campeones.

Pero ni el deporte ni el cine podrían ser lo que suponen ser si no tuvieran como condiciones de posibilidad el movimiento en sí. Los deportes existen en la medida en que el cuerpo de los protagonistas entra en una situación circunstancial de dinámica, la cual se desentiende de toda actitud natural. En el deporte el cuerpo entabla otra relación con el espacio. Al cine le sucede exactamente lo mismo: el movimiento define su ser. El cine es ante todo movimiento, y nació como tentativa de estudiarlo. Existió, lógicamente, una evolución. El movimiento estuvo primero en el cuadro hasta que velozmente se emancipó el registro de su inmovilidad y así se instituyeron formas de movimiento que trastocaron las formas de mirar en el cine y más allá de él. Los primeros 30 años de cine pueden ser vistos como una exploración estructural del movimiento, que en el cine soviético inicial alcanza su expresión más acabada.

La relación formal y más estrecha entre el cine y los deportes reside en la televisación de los juegos. La televisación nunca es del todo televisiva. La televisión quiere informar y entretener, pero el deporte en su ejecución no informa, sí entretiene, del mismo modo que el cine puede hacerlo, estableciendo una diferencia en su status epistémico. El cine no informa, más bien forma, modela e inscribe sobre el imaginario colectivo.

En efecto, la televisación de un partido de fútbol, más allá de las convenciones de la transmisión, transgrede el pacto de quietud en el registro que predomina en cualquier estudio de televisión. La televisión encuentra su dinámica en el montaje permanente y en vivo. Pero cuando se transmite un deporte, la interdicción del tiempo en el registro colisiona con la propia naturaleza de los deportes. El fútbol, como sucede en el tenis, el rugby, el boxeo y el hockey, necesita de una sintaxis de registro que es deudora del cine. El deporte como regla general de inteligibilidad impone la panorámica. El habitual recurso televisivo del plano-contraplano le es ajeno; ni siquiera un partido de tenis puede ser filmado de ese modo: no se puede fragmentar el plano, más allá del límite y la división que impone la red, porque el centro de organización del juego radica en el movimiento de la pelota de tenis, minúsculo objeto que determina la escena. Lo que importa es el seguimiento de la trayectoria de la pelota y el modo en que los golpes de raqueta eternizan los desplazamientos de aquella. En el fútbol la panorámica, el plano cenital y los travellings constituyen una magnífica poética del registro. No es muy diferente lo que pasa con otros deportes. El travelling en el atletismo y en la natación es tan hermoso como en un film de Chantal Akerman, Brian de Palma o Leonardo Favio.

Todo esto nos debería llevar a repasar algunas películas felices sobre los deportes. Los numerosos títulos que se han reunido a lo largo del tiempo son tantos que la enumeración exigiría un ensayo de largo aliento. ¿Qué título elegir? ¿Las de Rocky? ¿El gran éxtasis del escultor de madera Steiner? ¿Zidane, un retrato del siglo XXI? ¿Invictus? ¿Rush: pasión y gloria? ¿Agua?

Si habría que elegir una entre todas, la película más hermosa en materia deportiva es, quizás, El campo de los sueños. En ese film, el personaje de Kevin Costner escucha una voz que le dice: “Si lo construyes, ellos vendrán”. El granjero de Iowa descifra bastante rápido el mensaje y entiende que tiene que construir una cancha de béisbol en el medio de la nada. No sabe por qué, tampoco puede saber quiénes serán los que vendrán. Al sueño de Costner se sumará su mujer, un escritor rebelde sumido en un aislamiento cínico y un médico. Todos ellos tienen algo en común: el béisbol. En ese hermoso film de Phil Alden Robinson se puede entrever el secreto de los deportes. Las personas se sienten unidas, reconocen una historia en común y saben que esta les devolverá a sus descendientes una épica lúdica en la que todas las diferencias permanecerán suspendidas cada vez que se evoque la tradición de un juego. Utopía menor, demasiado endeble, pero suficiente para reconocer que no todo se circunscribe al destino de un solo individuo.

Este texto fue publicado en otra versión por revista Quid en el mes de junio de 2018.

Fotogramas: El campo de los sueños (encabezado); 2) Zidane, un retrato del siglo XXI

Roger Koza / Copyleft 2018