LOS INDESTRUCTIBLES

LOS INDESTRUCTIBLES

por - Críticas
22 Sep, 2010 04:11 | 1 comentario

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

Los indestructibles / The Expendables EE.UU., 2010.

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Dirigida por Sylvester Stallone. Escrita por David Callaham.

* Tiene un rasgo redimible

El último film de Stallone está más cerca de su Rambo final que de la noble Rocky que clausura la historia del legendario boxeador; un film reaccionario, cuyo supuestos logros formales son meros aciertos dispersos en un film mediocre, honesto y primitivo.

Mientras largan los créditos suena un clásico de Thin Lizzy. El tema repite: “Los chicos están de regreso en la ciudad”. De eso se trata: las leyendas del cine hollywoodense de los ’80 vuelven; quizás para despedirse, homenajearse, o simplemente para dar testimonio de que todavía están para dar pelea.

En efecto, a simple vista Los indestructibles no es otra cosa que un honesto ejercicio de nostalgia y una celebración machista arcaica. Las motos, las armas, los cuchillos, el lugar de la mujer en la vida de los hombres constituyen las coordenadas de un mundo en el que Stallone es una deidad anabólica y un ícono histórico. La mirada del astro parece más cristalina; su espalda tatuada opera como testimonio. Ha pasado el tiempo.

Pero Rocky no está solo. En un pasaje, Conan y el teniente McClane, es decir, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger, se encontrarán. Los tres socios de Planet Hollywood coparán la pantalla. Es un instante documental que excede al relato. El tono humorístico de la escena no sobrepasa el exhibicionismo. Arnold, ¿futuro sucesor de Obama?

La otra gran presencia mítica es Mickey Rourke, un tatuador motoquero, capaz de filosofar sobre la culpa y las mujeres, pero la mejor línea la pronuncia el villano del filme, Eric Roberts, a propósito del vínculo de un dictador latinoamericano (cuyo parecido con el conductor de “Aló Presidente” es ostensible) y su hija, una suerte de artista y rebelde: “Mal Shakespeare”. Ella será el amor platónico de Stallone, aunque el homoerotismo del filme también se podría vincular a los sabios griegos. ¿No es Jason Statham el amor secreto del líder de los mercenarios? Jet Li, por lo pronto, no tiene familia, ¿o sí?

Aquí, todo es muy simple (e incoherente). Un grupo de mercenarios tiene una misión: derrocar a un presidente latinoamericano. Naturalmente, la CIA está en el asunto, y el negocio no puede ser otro que la venta de drogas.

Los indestructibles tiene sus apologetas. La nostalgia generacional, un sentimiento secretamente reaccionario, encuentra su salvaguarda en ese concepto tan simpático como cristiano denominado “placer culposo”. En él, se reconoce la debilidad estética e ideológica de una película, pero bajo esa protección simbólica y estética, se valida un film por puro placer. Hay todavía otros defensores más audaces, quienes les imponen al film una inteligencia que carece. Están en su derecho, aunque es difícil predicar del conjunto del relato intenciones secretas o lecturas sesgadas para ser descifradas por hermeneutas de la cultura popular.  En ese sentido, comparar este film de Stallone con JCVD resulta pertinente: allí sí hay un deliberado texto irónico y lúdico en donde la estrella belga ríe de sí; y si se trata de filmar la colisión de los cuerpos en batalla, o el viejo placer de observar peleas cuerpo a cuerpo como en el cine de antaño, en JCVD, las secuencias de artes marciales poseen una resolución formal que el film de Stallone carece, excepto que una subjetiva circular en plena lucha pueda considerarse un gran hallazgo formal.

Un ataque aéreo, un dardo contra la cámara y un monólogo absurdo de Rourke, sin embargo, no alcanzan para redimir este fabuloso compendio en el que se expresa el imaginario primitivo de una nación. Y si se trata de la amistad entre hombres habrá que volver a Ford y a Hawks. Hubo un tiempo en el que Hollywood fue civilizado.

* Esta crítica fue publicada en otra versión durante el mes de septiembre 2010 por el diario La voz del interior.

Roger Alan Koza / Copyleft 2010