LORE

LORE

por - Críticas
16 Ago, 2014 06:52 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

ESTETICA Y DECEPCIÓN

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Lore, Alemania-Australia-Reino Unido, 2012

Dirigida por Cate Shortland. Escrita por C. Shortland y Robin Mukherjee

* Tiene un rasgo redimible

La directora australiana elige un tema importante y una forma exuberante para ponerlo en escena. El resultado es desparejo aunque estratégicamente seductor

Lore es una abreviación de Hannelore, un nombre común en Alemania. Lore se llama la protagonista de este filme, en el que una joven nacida en el seno de una familia nazi aprenderá (discretamente) con dolor y sacrificio que la utopía del Führer era tan sombría y aciaga como la propia experiencia persecutoria en la que está atrapada junto a sus cuatro hermanos menores. Lo que Cate Shortland pretende filmar en Lore es una toma de conciencia, y si lo consigue, no está de más preguntarse cómo.

Los primerísimos planos iniciales podrían remitir a un comercial de crema de enjuague. Lore desenreda su cabello en el baño mientras su hermana juega a la rayuela en el patio de la casa. Esto es puro cine atmosférico. La paleta de colores elegida, el montaje cruzado y la elección musical anticipan una estética. Partiendo de esa indicación formal la escena revela finalmente su densidad narrativa: el padre de la familia ha llegado a casa tras una larga ausencia, pero más que un regreso se trata de organizar un escape en conjunto. Es que papá es un oficial de alto rango de la SS, los aliados vienen por él y fugarse resulta un imperativo de supervivencia.

Después de quemar documentos y reunir los objetos necesarios, huirán a una casa de campo, su primer refugio. Más tarde, Lore y sus hermanos quedarán huérfanos y desamparados. La esperanza será llegar a la casa de su abuela en Hamburgo, pero lo que importa aquí no es tanto el destino sino el camino, que sirve para contemplar cómo se va desmantelando una ficción colectiva y familiar. En efecto, Lore no sólo tendrá que confiar su suerte a un joven judío que en principio desprecia (pero que también desea), sino también asimilar frente a la evidencia empírica el lugar de su padre en la delirante dramaturgia de exterminio de los nazis.

No será éste el primer filme sobre la descomposición simbólica y social de la Alemania de posguerra. ¿Cómo seguir viviendo en un país que alentó colectivamente el homicidio sistemático? Si uno quiere una respuesta contundente, revisar o descubrir Alemania, año cero, de Rossellini, constituye una cita obligada, pues el filme de Shortland se limita a impregnar un estado de ánimo, que bien podría llamarse de destitución subjetiva, apelando a un contraste sistemático entre la armonía del mundo natural y la crueldad del mundo de los hombres.

Véase, por ejemplo, la secuencia más emblemática en la que se combinan trazo grueso con esteticismo efectista: un disparo sobre un cuerpo de un niño se neutraliza con planos detalles del césped y panorámicas de un bosque. El impresionismo fotográfico puede convencer a los desprevenidos, pero en el fondo Shortland apenas puede contextualizar la experiencia de su protagonista. De allí que lo más destacable del filme recaiga en el notable trabajo de la debutante Saskia Rosendahl, que debe sortear las típicas escenas (de sexo y muerte) para declarar al mundo como un lugar moralmente inmundo. Ridiculez sublime, enunciación poética del mal: las hormigas del bosque se desplazan sobre el cadáver de una muerta en un primerísimo plano.

Para filmar el nazismo, incluso para intentar conjurarlo cinematográficamente, se necesita eludir el kitsch, fundamental en la estética nazi y fórmula hollywoodense para temas importantes, por el que el lugar común se embellece para detener el pensamiento. He aquí el dilema estético de Shortland. Sucede que las buenas intenciones son loables en el teatro de la conciencia, pero resultan insuficientes para una puesta en escena digna de combatir la naturaleza del fascismo en la intimidad de los hombres.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de agosto 2014

Roger Koza / Copyleft 2014