LAS PELÍCULAS SECRETAS (11)

LAS PELÍCULAS SECRETAS (11)

por - Críticas, Las películas secretas
07 Mar, 2013 09:19 | comentarios

Los-asesinos-de-la-luna-de-miel-3Los asesinos de la luna de miel /The Honeymoon Killers/   de Leonard Kastle, EE.UU., 1969

Por Jorge García

En la historia del cine existen varios casos de directores que han filmado una sola película. En ocasiones les ha alcanzado para cimentarse un reconocimiento generalizado (Charles Laughton, un actor popular, con La noche del cazador, 1955) o convertir a su film en objeto de culto para sectores críticos y cinéfilos (Herk Harvey, un realizador independiente de Kansas, con El carnaval de las almas, 1962), para citar solo dos ejemplos representativos. Pero es una verdadera sorpresa cuando esa única obra –por otra parte también notoriamente un film de culto- proviene de alguien que hasta el momento de esa realización no tenía casi nada que ver con el cine, ni siquiera a nivel de espectador. Este es el caso de Los asesinos de la luna de miel, la única película dirigida por Leonard Kastle, un músico norteamericano no demasiado conocido y autor de varias óperas, un género de escasa popularidad en nuestros días. El hecho fue que Warren Steibel, un productor de televisión que habitualmente financiaba las óperas de Kastle, quería producir una película para la que disponía de 150.000 dólares. La historia elegida fue la de un caso real ocurrido en los Estados Unidos a fines de los años 40: el de los asesinatos cometidos por un inmigrante de origen español, Ray Fernández, que se dedicaba a embaucar mujeres solitarias y/o viudas a través del Correo del corazón prometiéndoles casamiento, pero a las que terminaba abandonando luego de sacarles dinero, y Martha Beck, una enfermera sexualmente frustrada por su gordura que entra en relación con Ray por medio del citado correo, enamorándose de él de manera posesiva; sus celos serán el elemento desencadenante de la serie de asesinatos que sobrevendrán. Kastle se puso a investigar en la historia y le interesó tanto que no solo decidió dirigir la película sino también escribir el guion poniendo una sola condición: que – dada su nula experiencia en el quehacer cinematográfico- se le permitiera filmar las escenas en orden cronológico. Por supuesto que una proposición tan poco ortodoxa podría resultar sorprendente pero no lo será tanto si se tiene en cuenta que Kastle declaró que la mayor influencia en su film era la del músico Héctor Berlioz. Y para los papeles protagónicos convocó a Shirley Stoler, una obesa actriz que trabajaba en el teatro independiente del Greenwich Village (los cinéfilos memoriosos la recordarán como la sádica comandante del campo de concentración de Pascualino Siete Bellezas) y a Tony Lo Bianco, un actor que había participado en series policiales televisivas, mientras que los roles de las víctimas los interpretaron actrices del off Broadway y hasta alguna solo conocida por su actuación en la radio. Lo cierto es que Los asesinos de la luna de miel –más allá de poner en cuestión algunos principios básicos de la realización cinematográfica- es una obra sorprendente, que desafía muchos de los esquemas tradicionales. Narrada en un estilo casi documental (la película está filmada en los lugares donde ocurrieron los hechos) en riguroso blanco y negro –el iluminador Oliver Wood, también un debutante, utilizó únicamente luz natural sin ningún tipo de refuerzo-, el film trata de evitar cualquier atisbo de romanticismo y/o sentimentalismo en la descripción de una relación en la que detrás de sus costados sórdidos y patológicos- se filtra una trágica historia de amor fou. También en su afán de no estetizar las situaciones Kastle muestra los asesinatos en su duración “real”, señalando en su verdadera dimensión lo difícil que es matar a una persona (algo similar ocurría en la escena del asesinato de No matarás, de Kieslowski. Pero además, la película propone una lúcida mirada sobre aspectos de la sociedad norteamericana como el matriarcado –claramente en el dominio que ejerce Martha sobre Ray en su relación-, el puritanismo que lleva a la frustración sexual, y también, el miedo a la soledad de vastos sectores femeninos de esa sociedad. Hay una vuelta de tuerca de la realidad que supera cualquier ficción: cuando Ray Fernández estaba detenido esperando condena, recibió centenares de miles de cartas de mujeres que solicitaban sus servicios para cuando saliera. Los asesinos de la luna de miel que -vale señalarlo, fue un proyecto frustrado de Martin Scorsese- es una de esas raras obras capaces de provocar una sensación ambivalente de rechazo y compasión por sus desdichados protagonistas y a la vez aparecía en su momento como un film irrepetible y cerrado en sí mismo. Sin embargo, el mexicano Arturo Ripstein y su guionista habitual Paz Alicia Garcíadiego arremetieron con una nueva versión adaptándola a la sociedad azteca y en un registro mucho más próximo al melodrama desaforado, consiguiendo uno de los films más logrados de la dupla.

Esta es la versión, con algunas modificaciones, de una nota aparecida en la revista El Amante en febrero de 1997 en ocasión de exhibirse la película en el cable.

Jorge García / Copyleft 2013