LAS PELÍCULAS SECRETAS (05)

LAS PELÍCULAS SECRETAS (05)

por - Críticas, Críticas breves, Las películas secretas
04 Ene, 2013 09:40 | comentarios

gorin-routine-pleasures_420Placeres rutinarios / Routine Pleasures, de Jean-Pierre Gorin, EE.UU., 1986

Por Roger Koza

Inclasificable y absolutamente singular, Placeres rutinarios es un film cuyo relato está organizado por la curiosidad (filosófica). El viejo compañero setentista de Jean-Luc Godard en su época marxista, ya sin el imperativo revolucionario como motor de su deseo, ha dejado de pensar el cine como una intervención sobre las conciencias y ya no vive en París sino en California, Estados Unidos. Es que un cineasta radicalizado no podría haber elegido hacer un film sobre un club de aficionados de trenes de juguete como si se tratara de una misión cósmica. Algunos planos generales y medios sobre una ciudad en miniatura y sus pobladores diminutos mientras se ven algunos trenes circulando develan la seriedad de la empresa. Y no se trata de un grupo de niños y adolescentes, sino de adultos, algunos profesionales, otros viejos operarios ferroviarios, que han encontrado en esta práctica rutinaria e insólita un placer insospechado. Pero el film, a veces concebido como una remake de Sólo los ángeles tienen alas de Howard Hawks (por su retrato de una comunidad de hombres), no se agota en este universo comprensible. Gorin no sólo extrae de este hobby de adultos un gran tema filosófico de la época (y de todos los tiempos): la misteriosa relación entre la repetición y la diferencia, entre el trabajo y el ritmo, entre la rutina y la imaginación, sino que intuye en esa actividad un valor discreto asociado con el arte menor, aquel que no pretende hallar los grandes temas de la humanidad. El plus semántico de Placeres rutinarios consiste en el diálogo conceptual que Gorin establece entre las obsesiones de los miembros del club y la obra del gran Manny Farber, como crítico de cine y como pintor (y carpintero). El mentor del cineasta permanecerá en un total fuera de campo, pero Farber aparecerá en fotos (una de ellas con Godard) y será citado en varias ocasiones ya sea a través de consejos del crítico al cineasta respecto de cómo hacer el film en cuestión, citas de algunas de sus piezas legendarias de crítica de cine y dos pinturas (“Birthplace: Douglas Ariz” y “Have a Chew on Me”) que Gorin registra y sobrevuela del mismo modo como lo hace con las maquetas que constituyen el pueblo donde se pasean los trenes. Los paralelismos entre las dos pinturas y la labor de los ferroviarios y las derivaciones filosóficas que Gorin va señalando son uno de los placeres evidentes de este film que se resiste a una interpretación inmediata debido a su riqueza conceptual y a su extraña naturaleza.