LAS PELÍCULAS MÁS SOBREVALORADAS DE LA HISTORIA

LAS PELÍCULAS MÁS SOBREVALORADAS DE LA HISTORIA

por - Críticas, El canon internacional, Varios
14 Jul, 2013 09:45 | comentarios
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2001

Por Nicolás Prividera

La “polémica” encuesta de Sight & Sound en la que críticos de todo el mundo votaron el año pasado las mejores películas de la historia del cine es una buena excusa para pensar en los motivos (generacionales, culturales, etc) por los cuales ciertas películas son sobrevaloradas… Pero eso será tema de alguna otra nota (así como el hecho también poco asombroso de que en dicha lista sólo haya dos documentales y ni una sola película de la periferia tercermundista). Lo que propongo a continuación es apenas una breve lista de grandes películas sobrevaloradas (cada cual puede hacerla suya), tomando algunas de las mencionadas en esa encuesta:

1) 2001: odisea en el espacio: dejando de lado sus dos primeros films, de los que él mismo abominó con razón, tal vez ésta sea la peor película de Kubrick (aquella que mejor demuestra el riesgo de tomarse por un masterpiece maker). ¿Por qué entonces rankea tan alto entre críticos y cinéfilos? No creo que se deba a la modernidad de su tema (que no es tanto la humanidad de la maquina como la inhumanidad del hombre, como siempre en Kubrick) sino a que se ha convertido en un mero fetiche cultural (una piedra de toque para adoradores de monolitos): varias generaciones crecieron adorando esa imaginación lisérgica pop, y evocando un ballet de naves espaciales cada vez que por casualidad escuchan a Strauss. A nadie parece importarle que su centro metafísico sea un inexplicado Mc Guffin new age, o que buena parte de ella se entregue a la fascinación por los gadgets futuristas (hoy inevitablemente parte del culto de lo retro, como sucede siempre con la ciencia-ficción). Al parecer pesa más –al menos en el recuerdo– una demasiado famosa elipsis que nos lleva de la prehistoria al 2001, o la voz de una ciclópea computadora cantando una canción al morir.

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The Searchers

2) The Searchers: Ford canoniza hasta el desencanto (algo que el western ya había explorado antes y con menos idealismo, de The Ox-Box incident a High noon), con un final que repone de algún modo el sueño (americano) perdido: Wayne es ya el héroe crepuscular que luego va a encarnar en la mucho más notable The Man Who Shoot Liberty Valance (película demasiado cínica como para encaramar una lista de greatest hits), pero la familia se recompone luego del long way home. Este western homérico es casi tan episódico y desigual como 2001, pero le bastan un par de escenas inolvidables para hacer un héroe quebrado de un psicópata asesino (que el patetismo de la puerta cerrándose tras él nos ahorra). Wayne es primero un colérico Aquiles y finalmente un autocrítico Odiseo, y ese nada sutil pasaje épico explica porque América ama tanto The Searchers, un film que cuestiona su propio poderío (clásico) sin ponerlo en jaque jamás. Es decir, una película sarmientina hasta en su resolución mitrista –por Santiago digo, no por Don Bartolomé– en que el héroe extrañamente elige no derramar más sangre… En ese sentido, Ford fue mucho más lejos en Two Ride Together, donde el cautivo no encuentra civilización que lo redima más que matándolo (sin que nadie pueda decirle finalmente “let´s home”): no en vano es su western crepuscular menos citado.

3) The Godfather: se trata de otro ícono cultural con el que creció la segunda generación de la cinefilia post cahierista. Y no seré yo quien desprecie El padrino (como se puede ver en las sendas notas que escribí sobre ella en este mismo blog), pero tampoco dejaré de reconocer que es una suma de clichés orquestados con talento (algo que se ha hecho más evidente con el tiempo, vista la larga decadencia de un director que no logró los fracasos geniales de su admirado Welles). Si Coppola hizo alguna vez una obra maestra, quizás ese mote le corresponda a La conversación, justamente por su voluntad de ser un film menor, casi ignorado entre sus “grandes” películas (entre el clasicismo de los Padrinos y la autodestrucción dionisíaca de Apocalypse now), que conserva intacta toda su modernidad (como buen hijo del Blow up sesentista). Pero las listas canónicas prefieren la grandilocuencia y El padrino rankea muy alto, tal vez porque la familia, la mafia, y el capitalismo salvaje siguen siendo parte de nuestra vida cotidiana.

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Los cuatrocientos golpes

4) Les quatrecents coups: Truffaut decía que El ciudadano era un film que producía cineastas, sin embargo tal vez sea su propia ópera prima la más imitada de la historia del cine (quizá también porque Welles hacía films inimitables). Pero no es de extrañar que este film juvenil sea el favorito del cineasta cachorro, contra Sin aliento o Hiroshima mon amour (films que se plantearon a su modo un nuevo comienzo, mientras que Los cuatrocientos golpes no se decide entre Cero en conducta y Alemania año cero… y el resultado es casi una suma cero): se trata de un film que revisita al clasicismo con la frescura que cada época conformista quiere para sí, y lo logra (como no lo pueden ya hacer sus imitadores, tal vez porque el clasicismo está ya demasiado lejos, aunque lamentablemente no tan lejos como la adolescencia). Y cuando un film cincuentenario es considerado nuestro contemporáneo (y un modelo a repetir hasta el hartazgo por cada generación de estudiantes de cine) es que estamos en problemas…

5) Viaggio a Italia: Rossellini es el puente que une el cine moderno y el contemporáneo (con menos rispideces que Antonioni y Godard), por eso no extraña el culto de un film como Viaje a Italia, si lo leemos alegóricamente como la redención de Hollywood a través de Europa (algo que Linklater retoma en su saga Before ya como cliché). Alguien, alguna vez, tendrá que escribir sobre el periplo de Ingrid Bergman –de Europa a América, y vuelta a Europa– como el destino de una “pasión” irredenta: en ese sentido, prefiero un film como Strómboli, en el que su figura se confunde con el paisaje de la desesperanza, al redencionismo de Europa 51, aunque las imprecaciones cristianas de ambos auguran lo peor). Recuperada su fe en el hombre (o en el iluminismo), Rossellini se fue a hacer telefilms sobre ‘vidas ejemplares’… Lástima que no llegó a hacer la vida de Marx, y murió tras la de Cristo.

6) Stalker: Asumámoslo, el guión (que parece más de los hermanos Wachowski que de los Strugatski) podría haber sido escrito por Paulo Cohelo. Se trata de una alegoría tan transparente como insubstancial, a pesar de su tremendismo esotérico, sólo que el talento de Tarkovsky para la puesta en escena logra (como en El sacrificio) que nos olvidemos por un rato de la ingenua banalidad de sus argumentos metafísicos (lección que Sokurov aprendió muy bien). En cambio, El espejo o Andrei Rublev son dos obras maestras indiscutibles, tal vez porque son películas más “materialistas” (en las que el sonido de una campana habla más que el silencio de Dios), y el peso de lo histórico ancla las preguntas existenciales así como lo terrestre se antepone a lo celeste (como sucede siempre en todos los grandes cineastas, que saben que el cine no puede evocar lo trascendente sino a través de lo inmanente, el espíritu a través de la materia).

7) Aud azar Balthazar: es curioso que una época como la nuestra, tan reticente a la retórica del mensaje prefiera esta abusiva alegoría antes que el despojado modernismo de Pickpocket o Un condenado a muerte se escapa (dos obras maestras absolutas), y los motivos también se me escapan (a menos que vuelva a pesar la cualidad espectacular del cristianismo, la religión más cinematográfica del mundo). En lo personal, me gusta también mucho el último Bresson, el de El diablo, probablemente y El dinero, dos obras maestras del desencanto que valen por la obra completa de Haneke (sin dejar de ahorrarnos la crueldad de la que hace gala cierto cine contemporáneo adorado en los festivales). Pero –una vez más– el desengaño no corta entradas ni hace suspirar a los críticos ni encabeza las listas: puede más un simple burro, aunque no lo veamos morir en cámara a manos de algún buen salvaje, como últimamente también es norma.

220px-Playtimeoriginalposter8) Playtime: Como Chaplin, Tati es un extraordinario observador del mundo moderno, lo que no significa que siempre sea un cineasta genial (de hecho ambos condescienden a un sentimentalismo nostálgico, de City Lights a Mon oncle). Hay que recordar que durante medio siglo Chaplin fue aclamado por la crítica (La quimera del oro estaba en el top ten de cualquier lista), para luego ser desplazado por la reivindicación del olvidado Keaton (demudado tan tempranamente que nunca llegó a perpetrar bodrios innecesarios como A Conuntess from Hong Kong). Así que habrá que ver que queda del cándido humanismo del Sr. Hulot en cincuenta años (si es que para entonces se acaba la tiranía francesa del gusto celebrada en ese Versailles moderno llamado Cannes). Tal vez las generaciones que vengan vean Playtime o Monsieur Vedoux como la película más depurada de un amable misántropo (es decir, como autorretratos culposos del suicida siglo XX). No las que elegiríamos para llevarnos a una isla desierta, pero sí para poner en una nave espacial o una cápsula del tiempo, para erradicar la nostalgia de la humanidad en las civilizaciones que vengan a revisar sus ruinas.

9) Faces: Hasta su muerte, Cassavetes era considerado como el precursor del cine independiente pero nadie se lo tomaba taaaaan en serio. Luego se convirtió en una especie de martir, como si la crítica norteamericana hubiera descubierto que también tenía un cineasta visceral (casi europeo…) al que podía canonizar sin tener que recurrir a la Nouvelle vague. A partir de ahí se convirtió en una contraseña del internacionalismo posmoderno, como se vislumbra en el libro colectivo ‘Movie Mutations’ (recomiendo leer la carta de Raymond Bellour al final del primer intercambio epistolar, reconviniendo a los cinéfilos globalizados sobre este reaccionario repliegue sobre el cuerpo y los Estados Unidos del Cine). Como si, tal como sucede en sus películas, el precio de la pasión fuera estar “bajo influencia”.

Nicolás Prividera / Copyleft 2013