LAS NUEVAS CRÓNICAS DE HAMBURGO (1)

LAS NUEVAS CRÓNICAS DE HAMBURGO (1)

por - Festivales
27 Sep, 2008 01:45 | Sin comentarios

FILMFEST HAMBURG 2008

26 de septiembre

UN DÍA DE PSICÓPATAS

Todavía poco cine. No pude ver Adoration, de Atom Egoyan. El canadiense armenio recibirá el famoso premio a la trayectoria que da el festival, el Douglas Sirk Award. Después de Cronenberg en el 2007, Canadá parece seguir ocupando un lugar privilegiado en Hamburgo. Quería ver su película y luego prepararme para la de Denis, 35 rum.

Egoyan hizo una gran película, Caldendar, y el resto jamás estuvo a la altura de ésta. Hoy, mi viejo amigo y programador Charlie Cockney (Cinequest film festival), me decía que Adoration es un poco mejor a las películas que le preceden. Denis es otra cosa: Bella tarea y El intruso son dos películas que me importan, sobre todo la primera, y no subestimo sus primeras películas. No es sólo el famoso cine físico de Denis lo que sigo meticulosamente, sino también una veta del cine poético no metafísico que me interesa todavía más. Dado mis compromisos como programador, creo que no podré verlas; quizás consiga un DVD de ella, pero no será lo mismo.

Cuando me alistaba para llegar a ver la de Denis, recibo un llamado telefónico de Albert Wiederspiel, director del festival, pidiéndome que vaya a ver un film de Kazajistán, país que Borat popularizó en la pantalla, aunque las autoridades de ese país hayan concebido que más bien los banalizó. Como sea, poco sabemos del cine de Kazajistán, que experimenta, desde hace unos años, un crecimiento sostenido. En la Argentina, el único film que se ha estrenado fue la muy interesante y sólida, El hijo adoptivo, de Aktan Abdykalykov.

Karoy es el nombre de un pueblo, y también el título homónimo de la opera prima de Zhanna Issabayeva, una película extraña, absolutamente desmarcada del sentimentalismo dominante y consciente de todas sus operaciones estéticas. Narrativamente dialéctica, los primeros 45 minutos se circunscriben a ver cómo, un hombre llamado Azat, se dedica sistemáticamente a estafar y abusar a cuanta persona se le cruce: familiares, mujeres embarazadas, niños. Jugador compulsivo y estafador instintivo, Azat no es precisamente un sujeto que despierte simpatía. Sus fechorías van de menor a mayor, y si en un momento defrauda a un familiar pidiéndole 300 dólares para perderlos en el juego (un pasaje interesante, de movimientos circulares de cámara y una carcajada humillante que desemboca en una pelea) el paulatino envilecimiento alcanza su apoteosis ominosa cuando viola a la mujer embarazada de un amigo. Sin embargo, la descripción narrativa es imprecisa.             

Karoy desdramatiza astutamente su relato, pues elige una puesta en escena capaz de suspender el juicio moral respecto de su protagonista sin por ello devenir en cómplice de él. Issabayeva elige el fuera de campo como método de protección de su criatura embrutecida. Los pasajes violentos, además, suelen contrastar con los paisajes naturales. Esa divergencia se extrema al máximo cuando Azat es apaleado por todos los damnificados en una noche de luna, una virtuosa «noche americana».

Lo que sigue después es una suerte de conversión emocional. Azat es rescatado por un viejo que lo lleva hasta la casa de su madre. Desfigurado, su recuperación lenta coincide con la lenta agonía de su madre. Cuando los opuestos se tocan, Karoy libera su construcción paradójica, y con ello le da una oportunidad a su psicópata ahora transfigurado.

Film-Szenenbild zu Karoy (2007)

El problema de Karoy es que en su formalismo impecable elude racionalizar y contextualizar la insania de su protagonista. Ese es el desacierto de Karoy, y, precisamente, el gran acierto de Tony Manero, la segunda película de Pablo Larraín, en la que un bailarín cincuentón, que periódicamente estalla en violencia, sostiene un mínimo de coherencia psíquica a partir de la identificación obsesiva con el personaje de John Travolta del film de John Badham, Fiebre de sábado por la noche, en un contexto psicotizante: la dictadura de Pinochet a fines de los ’70.

Ya he escrito bastante sobre el film de Larraín, que se verá probablemente en el BAFICI 2009, en las Cartas caninas, en este blog. Pero sí quiero insistir sobre su valentía política y su clarividencia conceptual: un psicópata se produce, y en tiempos de Pinochet, la psicopatología se inscribe en la vida cotidiana, es un estilo de vida.

En el diálogo que Larraín mantuvo con el público, un probable admirador del general cuestionó la composición del personaje. «Por qué un gángster?» «¿Por qué no puede ser normal?» Larraín respondió lo que se debe: la impunidad del personaje es una metáfora de la impunidad de Pinochet. Le decía, unos minutos más tarde, que Hollywood ha privatizado al psicópata y lo explica en función de alguna anomalía en el seno familiar con el secretito sexual correspondiente. Pensar que un orden social instituye psicóticos está fuera del modelo representacional dominante. Tony Manero es demasiado inteligente para operar semejante reduccionismo, ideal para quienes ven en un uniforme la sobrentendida normalidad.

FOTOS: Albert Wiederspiel en la apertura en Cinemaxx; 2) Fotogramas de Karoy y de Tony Manero.

COPYLEFT 2008 / ROGER ALAN KOZA