LAS HIJAS DEL FUEGO

LAS HIJAS DEL FUEGO

por - Críticas
05 Nov, 2018 01:24 | 1 comentario
Después de la magnífica Cuatreros, Carri da otro giro más a su carrera y el resultado es auténticamente provocativo.

MUJERES NÓMADES

Fue un cineasta octogenario el que introdujo en un debate reciente en el Congreso la (in)apropiada categoría del goce (femenino) en un debate regido por el lugar común y una pasmosa estrechez intelectual. Ninguno de los presentes había concebido el goce como un problema político, y menos aún si este estaba asociado a los derechos de las mujeres. Ese notable momento discursivo en el Senado se inscribe en otro acontecimiento en curso: la desestabilización del poder de los machos, ese universo simbólico que se glosa en la molesta palabra “patriarcado”.

La nueva película de Albertina Carri es sobre el goce femenino, y asimismo sobre si es posible filmarlo, porque en cierta medida su imagen ha sido codificada por y para el consumo de los hombres. La pornografía puede calentar a las hembras, pero la representación de los placeres suele organizarse respecto de un imaginario de machos. La inquietud de Carri pasa por saber si es posible filmar el cuerpo y sus placeres en otra clave, más allá del binarismo que caracteriza el patriarcado y su inherente imperativo reproductivo. Un personaje, cuya conciencia puede ser la de la propia directora, razona así: “Si no hay truco, y hay placer, sensualidad, disponibilidad, tiempo, ¿es porno? ¿O la pornografía es solo la objetivación de los cuerpos? Si la subjetividad de los cuerpos no es destruida, ¿dejan de pertenecer a ese género?”.

Las hijas del fuego, Argentina, 2018.

Dirigida por Albertina Carri. Escrita por A. Carri y Analía Couceyro.

Después de los títulos iniciales que remiten a Saul Bass, un travelling aéreo por las frías aguas del sur y un breve paneo de las montañas, el filme empieza con una mujer trabajando en una fábrica de electrónicos en Ushuaia. De inmediato se presenta a una nadadora a punto de entrenar y posteriormente a una cineasta masturbándose en una cueva. Ellas tres, una deportista, una cineasta y una operaria de una fábrica, son las protagonistas de un relato que va sumando a otras mujeres a ese primer núcleo y constituye una especie de comunidad femenina del goce lanzada a una aventura lúdica y emancipatoria por el sur del país.

En efecto, una vez que las tres empiecen un viaje, el filme avanza como una suerte de road movie erótico en el que distintas formas del placer femenino se escenifican en cada descanso en el trayecto, hasta alcanzar su apoteosis en un prodigioso plano final sostenido en que el goce impregna descaradamente el plano. Lo que sucede sonora y visualmente en ese cierre es notable, no solo por el coraje de Carri, sino también por la precisión cinematográfica de la escena y de las que la preceden para garantizar su eficacia. (El plano secuencia en el interior de una casa en la que se lleva adelante una orgía lésbica es tan admirable como eficiente en su presentación de las infinitas posibilidades del placer femenino).

La película toma prestado su título de un libro de Gérard de Nerval. Esta no es la única tradición secular aludida, porque Carri sugiere (o inventa) que las criaturas de su relato son hijas de una generación de mujeres, varias de estas científicas, que en 1968 llegaron al sur, a contramano del poder del clero y la milicia que siempre universalizan una estructura social que parece inamovible. Anticlerical e iconoclasta, Las hijas del fuego batalla contra esa pretérita herencia cultural y anuncia jovialmente un posible nuevo orden del mundo, celebrándolo en cada plano sin ningún atisbo de prudencia. En esta utopía en ciernes, los vínculos amorosos no se traducen en propiedad privada y los placeres de la carne desconocen toda interdicción que los ligue a cualquier regla de decoro y fines reproductivos. Algo especialmente bienvenido en los tiempos que corren.

*Este texto fue publicado en Revista Ñ en el mes de octubre de 2018

Roger Koza / Copyleft 2018