LAS DISTANCIAS DEL CINE / JACQUES RANCIÈRE

LAS DISTANCIAS DEL CINE / JACQUES RANCIÈRE

por - Libros
02 Sep, 2012 12:30 | comentarios

LA SABIDURÍA DEL AMATEUR

Por Roger Koza

Las distancias del cine es un libro intelectualmente exótico, inclasificable, huidizo; puede resultar demasiado específico para los amos del concepto, los filósofos, una familia a la que Jacques Rancière, sin duda, pertenece. Ellos podrán reconocer de inmediato la arquitectura conceptual, los modos de argumentación y la jerga y el estilo de una tradición nacida de esa década gloriosa, la del ’60, cuando despuntaron en París pensadores de una creatividad insólita.

Para esa generación la experiencia de la cinefilia no fue ajena, ya que constituía un imperativo de época y una cuestión de juventud. Sin embargo, después de un tiempo, las cercanías entre el cine y la filosofía no fueron invariables. En ese sentido, los lectores filosóficos, quienes busquen al Rancière de El desacuerdo y El maestro ignorante, hallarán un libro demasiado dependiente de la imagen, demasiado cinéfilo si se quiere. ¿Quién ha visto las películas de los Straub y los musicales de Minnelli?

En el capítulo 4 de la segunda sección (“Las fronteras del arte”), Rancière consigue una aproximación puntillosa a los intentos del gran cineasta Roberto Rossellini de llevar a la televisión la experiencia filosófica, no sólo con el propósito de ilustrar el concepto sino también de “presentar cuerpos de filósofos, cuerpos que dan testimonio de lo que es la filosofía como experiencia vivida en intervención concreta”. Así, en el análisis de los filmes filosóficos (y televisivos) de Rossellini, como Cartesius y Blas Pascal, el lector filosófico se encontrará a gusto, aunque una mirada atenta podrá detectar que el gran artículo filosófico del libro es el capítulo primero de la sección “Después de la literatura”, en donde el autor analiza la tensión entre el legado de la literatura y su (im)posible superación, a propósito de Vértigo de Hitchcock, El hombre de la cámara de Vertov y la Historia(s) del cine de Godard, uno de los puntos más altos del libro. Aquí, la vieja idea de Deleuze sobre “el cine como una teoría del movimiento mismo de las cosas y el pensamiento” parece actualizarse.

Algo similar puede suceder con el amante del cine, incluso con el especialista. Inmediatamente reconocerá la vertiente cinéfila de Rancière, que, explícita desde la introducción misma, denota una vasta experiencia y una total vigencia. No sólo se analiza Mouchette, la magistral pieza de Bresson, y se problematiza el ascetismo dramático del mítico director, basado en su concepto de modelo como purga del psicologismo y teatralidad característicos de los actores, sino que los filmes citados implican una total actualidad de Rancière como hombre de cine. ¿Qué libro de estas características puede incluir en su discusión películas recientes como Road to Nowhere de Monte Hellman y Satantango de Béla Tarr? Y aun así el cinéfilo tendrá que hacer un esfuerzo, pues aquí los ojos son hijos dilectos del Logos.

La naturaleza inestable del libro, lo que puede dificultar su lectura, es precisamente su virtud. La libertad es soberana. En un pasaje clave, Rancière se desnuda y se define como amateur: “La política del amateur afirma que el cine pertenece a todos aquellos que, de un modo u otro, han viajado al interior del sistema de distancias organizadas por su nombre, y cada cual puede autorizarse a trazar, entre tal o cual punto de esa topografía, un itinerario singular que agrega al cine como mundo y a su conocimiento”. Aquí las distancias son las que existen entre el cine y el arte, el cine y la política, el cine y la teoría. Las tres secciones del libro intentan producir un instante de relámpago que ilumine zonas de intersección entre esas distancias. La clarividencia del método amateur alcanza su esplendor cuando Rancière analiza la obra del mayor cineasta de la actualidad: el portugués Pedro Costa. En los párrafos dedicados al director de Juventud en marcha y En el cuarto de Vanda, en la sección “Políticas de los filmes”, las distancias del cine sobrevuelan toda la escritura. En el análisis de un pasaje inolvidable en el que Ventura, un viejo inmigrante de Cabo Verde, visita un museo de Lisboa en cuya construcción participó, Rancière enseña a mirar la política del realizador, su extraño vínculo con el cine popular, su estética ligada a otras vertientes del arte. Aquí, justamente, se lee uno de los pasajes más bellos y representativos de la sabiduría del amateur: “Al poner a Ventura en ese decorado, Pedro Costa también le hace adoptar un tono a la manera de los Straub, el tono de la epopeya de los descubridores del mundo. El problema no es abrir los museos a los trabajadores que los construyeron, es hacer un arte a la altura de la experiencia de esos viajeros, un arte originado en ellos y que ellos puedan a cambio compartir”.

A no dudarlo: Las distancias del cine es un libro de amor. Cinefilia y filosofía, o cómo amar la materia del mundo a través de las imágenes que al ser pensadas devienen en conceptos.

Las distancias del cine /Jacques Rancière, Ediciones Manantial, 144 páginas

Esta crítica fue publicada en otra versión en Ciudad X, suplemento de cultura de La voz del interior en el mes de agosto 2012

Roger Koza / Copyleft 2012