LAS CRÓNICAS DE HAMBURGO 4

LAS CRÓNICAS DE HAMBURGO 4

por - Festivales
01 Oct, 2007 02:37 | comentarios

FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE HAMBURGO 30/09/07

Por Roger Alan Koza

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Hoy llegó Nicolás Prividera, y me alegría es inmensa. Primero porque su presencia en Hamburgo está íntimamente relacionada con el por qué yo estoy trabajando para este festival.

Eduardo Flores Lezcano, más conocido como Pecho, en agosto de 2005 me dice si tengo pasaporte, porque lo han invitado al festival de Hamburgo y no puede ir. Se le ocurre sugerir mi nombre y entonces yo voy en su lugar.

Llegué aquí como “Film critic”. En ese entonces escribía para el Comercio y Justicia, en donde tenía mi columna semanal. En mi primer estadía ayudé en algunas cosas al festival, principalmente moderando la serie de preguntas y respuestas de un film de Adrián Caetano, acaso un film apócrifo, Después del mar, y, posteriormente, en una sección similar sobre el film Obaba, de Armendáriz. Más tarde, en el BAFIICI 2006, Albert Wiederspiel me ofrece ser programador de Vitrina. Y de allí a Cannes.

Pecho eligió a M, film que descubrió y peleó para tenerlo en Mar del Plata. Es el programador de la competencia latinoamericana.

Cuando vi M, el día de su estreno mundial, sabía que la tenía y quería llevar a Hamburgo. Se trataba, según mi juicio, de un film importante, generacionalmente anómalo por su posicionamiento histórico y político. Invité a Nicolás Prividera y al querible Pablo Ratto, es decir a los responsables de M. Y hoy llegó Nicolás, y hace unos dos anos llegaba yo, y Pecho fue el nexo, uno que cambió mi vida y la de Nicolás.

Mi afecto por Nicolás, quiero aclarlo, es posterior a mi admiración por la película que hizo. De aquí se va para Yamagata, Japón; lo esperan Pedro Costa y Apichatong Weerasetakhul. Sería formidable que M se llevara un premio. Sería justicia, pues ni la recepción crítica, ni la respuesta de la audiencia fueron del todo favorable. Y M, a pesar de algunos defectos, de ciertas resoluciones apuradas propia de una primer película (y de poco presupuesto), es quizas la gran película argentina del ano.

Sigo sin ver muchas películas, y claro está que no se trata de desinterés. Como programador, las prioridades pasan por otro lado. Pero no quería dejar pasar un film de Kobayashi Masahiro, reciente ganadora en Locarno, que ya ha generado una insulsa polémica.

Había visto su película anterior, Bashing, y me había gustado muchísimo. Era una película extrana, en donde una mujer japonesa por involucrarse con la guerra de Irak era sentenciada por la comunidad de su pueblo a un destierro infinito. Inexplicablemente, ser voluntaria en en esa guerra avergonzaba a la comunidad en su conjunto. La película era sobría y pausada, y cerraba con un suicidio sostenido por un fuera de campo más que justificado. En verdad, se trataba de una exposición estructural de una mentalidad.

El renacimiento es parecida pero su apuesta es aun más radical, aunque no tanto como parece. Un film de Lisandro Alonso 0 de Tsai Ming Liang, comparados con El renacimiento, son sitcoms minimalistas. Si tiene más de 10 líneas es mucho.

Un plano medio y fijo del rostro de una mujer es lo primero que se ve. Alguien pregunta y ella contesta. Información mínima pero relevante: su hija, una estudiante, ha matado a otro estudiane. Esa voz que interroga le pregunta si desea hablar con los padres. También le sugiere que a pesar de que ha cometido un crimen su hija es también una víctima. Japón es el asesino. Luego se ve al padre de la hija apunalada. Son otras preguntas, aunque su desesperación muda es elocuente. Luego un fundido en negro y un nuevo contexto: de Tokio a Hokkaido.

Lo que viene después es una sucesión de tareas cotidianas en donde ambos personajes, casi irreconocibles, conviven sin saberlo en un espacio en común: un hostel. Ella trabaja allí como cocinera. Él, vive allí, mientras que trabaja como operario metalúrgico. Así pasa una hora y media: ella preparando huevos fritos, limpiando papas, durmiendo, yendo a su casa, comprando alimentos; fundamentalmente sola en una cotidianidad mecánica. Él: banándose, leyendo (quizás a Dotovieski), poníendose sus guantes para levantar el carbón en la fábrica que trabaja, almorzando. Se suponen que están vivos, pero sus cuerpos y sus acciones dicen otra cosa. O, es así como asesina difusamente el Japón a sus ciudadanos, en un devenir impercetible nihilista en donde todos son víctimas. Hasta que se reconocen.

Se ha insistido que El renacimiento es un film mudo. Es cierto que por un segmento de tiempo que dura casi la totalidad de la película no se pronuncia una palabra, ni siquiera aquellos personajes que funcionan como decorados. Pero a diferencia de cierta tradición del cine mudo El renacimiento carece de títulos y música, ni diegética, ni extradiegética. En efecto, pensarla como un film mudo es un error categorial. En verdad, El renacimiento es un concierto de música mecánica de una hora y veinte, una obra musical que se podría titular Diferencia y repitición. Los sonidos más irrelevantes de la cotidianidad aquí adquieren un matiz sonoro, mientras que en el juego de repeticiones de ritos cotidianos se van introduciendo variaciones sonoras. A veces los planos son largos, y el encuandre es fijo. En otras ocasiones la cámara se despega y asume una perspectiva activa. Es un juego extraordinario, aunque requiere de una paciencia y una práctica ocular y auditiva que rara vez se ejercita en el cine. En efecto, hay que ver y escuchar la dispersión en el plano; hay que aprender a a lidiar con la impensada discontinuidad de los actos cotidianos, que no están necesariamente enlazados, a pesar de la persistencia de nuestra percepción que por instinto y costumbre trastoca lo discontinuo en su opuesto.

En el epílogo se retoma la palabra. Se explica, se explícita. En realidad es el único movimiento en falso (también lo es, para ser precisos, el tema musical que empiezan con los créditos). Aunque el último plano levinasiano compense el error y trastoque la totalidad de este cerebral y calculado film en un instante de sublime clemencia.

Copyleft 2000-2007 /Roger Alan Koza