LAS CRÓNICAS DE HAMBURGO 6

LAS CRÓNICAS DE HAMBURGO 6

por - Festivales
03 Oct, 2007 03:12 | Sin comentarios

Festival Internacional de cine de Hamburgo 02/10/07

Por Roger Alan Koza

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Día intenso, soleado, agitado, agotador, furioso, bello, sorpresivo, triste. Un festival discursivo de adjetivos para un festival de imágenes sin discurso. Como en tantos festivales cuán poco se habla y discute de cine.

Hoy fue la europe premiere de M en la sala Metropolis. Y luego vino el debate sobre los derechos humanos con la participación de Prividera y un miembro de la Human Rights Watch en el Film-talk. Pero antes de hablar sobre M, (sí, una vez más), volví a ver El bosque del luto que ya había visto en Cannes. También presenté a Párpados azules, el delicado e inteligente film de Ernesto Contreras que ganó en Guadalajara a fines de marzo, y que lo invité a pariticipar del festival de Hamburgo antes de que fuera declarado ganador por un jurado en el que se encontraba, entre otros, Lucrecia Martel.

Cuando vi el film de Kawase en Cannes escribí en otro lugar: «Uno de los premios sorpresivos fue el de la extraordinaria realizadora japonesa, Noami Kawase, cuya obra maestra Shara había competido en el 2004. La conmovedora El bosque del luto, cuyo lirismo refinado está orientado a contar una historia mínima, el viaje por el bosque de una enfermera y un anciano hacia la tumba de la mujer de este, podrá ser lenta y, acaso para algún ojo muy americanizado, aburrida, pero es una de las películas en la que la belleza es la regla: en un momento los dos personajes juegan a las escondidas en un jardín en las colinas del algún pueblo japonés. La combinación entre planos detalles y planos generales no hacen mas que exaltar lo hermoso del mundo, una búsqueda cada vez menos presente en el cine actual. Aunque la maestría de Kawase alcanza su máxima expresión en un pasaje que transcurre en una noche lluviosa en el bosque: el calor del cuerpo humano puede ser el testimonio material más contundente de que significa estar vivo.» Sobre este pasaje, tras una segundo visionado, como dicen los espanoles, nada quisiera cambiar. Pero en esta segunda oportunidad, el encuentro con el film de Kawase fue decepcionante. Sus virtudes siguen siendo las mismas, pero sus defectos se hacen más visibles.

Nicolás Prividera me acompanó a la función. Salió indignado y maldiciendo a los franceses que canonizan lo que venga. Me dice sobre el film de Kawase: «una cruza de Los muertos y Rain Man«. Más tarde en una conversación en la que El bosque de luto nada tenía que ver, pienso y él lo dice al segundo: «Existen películas Chill Out».

Las categorías genéricas son extranas. Un cierta tendencia del cine francés, decía Truffaut, y execró al cine de qualité. Y está el cine choronga con el que El Amante Cine intentó desprestigiar (merecidamente) Las invasiones bárbaras, y el cine de Nueva Sinceridad, con el que acá clasifican en los dvd clubes los films de Wes Anderson, Sofia Coppola, Noah Baumbach, etc. ¿Por qué no bautizar bajo el lema de films chill out a todas las películas narcotizantes, esas que secretamente pretenden apaciguar espiritualmente con sus imágenes el malestar del mundo, los antagonismos de él?

Hay algo de esto en el film de Kawase. Hay belleza pero también hay simplificaciones inadmisibles, recursos baratos y una filosofía zen de bolsillo que sobrevuela la totalidad del metraje. Por ejemplo, Kawase compone una escena casi a oscuras en el que los dos personajes quedan a la intemperie en el bosque. El abrazo desnudo entre los dos personajes se viene anticipado en el inicio por una especie de oficio religioso en la que un monje budista demarca una diferencia ontológica respecto del mero existir corporal de una una existencia símbolicamente relevante. Un personaje duda si está o no, y el monje hace entonces una distinción fundamental para toda escuela budista: una diferencia entre el vacío vaciado y el vacio fundante. Hasta aquí todo bien. Pero luego Kawase acentúa discursivamente la tesis incial sobre el sentido de la vida, y en el bosque hasta uno de los personajes repite literalmente las preguntas del monje. Este refuerzo discursivo no viene solo. Hay también un motivo melódico interpretado por un piano, motivo que en un pasaje del film el personaje principal toca por su cuenta. Además, Kawase suma una cajita de música y una aparición fantasmal de quien se le está dedicando el luto. Un fantasma baila con un loco.

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Y es ua lástima, porque no solamente hay planos bellísimos, sino que también el film posee un atmósfera particular en la que se incluye a la tercera edad y su derecho de vivir, exisitir. «Aquí no hay reglas dice uno de los personajes». Aforismo que se repite unas 4 veces. Parece casi una declaración transgredida por la misma Kawase, que no confía en su sensibilidad y toma la peor de las reglas del cine: decir y no mostrar.

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Con Párpados azules me resultó lo contrario. Me había gustado en México y me volvió a gustar un poco más, a pesar de un prólogo y su epílogo que no parecen conformar parte de la misma película.

Ernesto Contreras estuvo presente en la presentación del film. Es simpático, y tiene muy claro qué tipo de película ha hecho. La gente inmediatamente indetificó su película con el estilo de Kaurismaki, incluso con un cine realizado en Europa del Este. Sin embargo, ese distanciamiento irónico propio del posmodernismo chic de los Kaurismaki está ausente en la opera prima de Contreras, cuya historia de amor es un pretexto para deconstruir la comedia romántica latina y hacer de ella una apuesta radical en donde algunas preocupaciones formales específicas tienen un lugar no menos predominante que contar una buena historia.

El travelling inicial ya es un buen augurio. La reducción de los diálogos a un mínimo está intrínsecamente vinculada a una confianza explícita por la función narrativa de las imágenes. Sin embargo, en esta historia de amor en la que dos solitarios se encuentran a partir de un concurso en el que uno de ellos gana un viaje a un hotel en la playa con todo pago, pero no tiene con quien viajar, hay pasajes que sobrepasan el control absoluto del realizador. Quizás hay aquí un cineasta, al menos si uno se atiene a la definición de cineasta que ofrece Biette en su libro ¿Qué es un cineasta?, por el cual algún giro inconsciente lleva al cineasta a incluir una escena que se desmarca lógicamente del resto, y que en ella hay una marca en la que algo muy personal pero a su vez involuntario se deja trasparentar. En un pasaje glorioso el hombre y la mujer de Párpados azules van a una plaza. Élla toca un mantel en el suelo mientras conversan. El sol se entromete en el encuadre mientras que hojas de un árbol titilan. Es un instante inexplicable, maravilloso, único. Compartí esta observación con Contreras; le pareció muy interesante.

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Y fue el turno de M. No estaba lleno pero había gente. Y no se fueron, ni siquiera para el debate final. No voy a repetir ni decir mucho más sobre M, pues en este blog hay una entrevista al director y una crítica sobre el film. Pero su riqueza, su complejidad, su estructura narrativa de rompecabezas que deviene en laberinto, como ha sugerido en un trabajo inédito Gonzalo Aguilar, hace que la película sea fascinante.

La famosa provocación de M no es ni más ni menos que dislocar una discusión cristalizada en un eje ideológico que no habilita ninguna otra dimensión retórica que aquella que surge de un antagonismo innamovible. Se trata de cuestionar una relación con la verdad, una que impide, esencialmente, pensar.

En efecto, la verdad no tiene custodios privilegiados, sino posibles intérpretes, buscadores que intentan enunciar desde su posición singular algo que a tientas se intenta decir. Prividera acusa, discute, aunque lo que molesta muchas veces es el efecto de un discurso colectivo de quienes participan en la película, que no ha sido guionado por él aunque sí montado.

Que una generación humillada se sienta indignada porque alguien que pertenece a otra intente desmontar un relato unívoco sobre un período histórico que se jugó la vida en un proyecto es comprensible. Pero Prividera intuye que para reiventar un devenir hay que volver a pensar desde dónde se viene, y ve en la madeja de un pasado casi mítico, al menos en sus hitos intocables, un ademán, una obstrucción que congestiona la libertad de pensamiento.

Pero el dolor es inmenso, y es por eso que la intolerancia es tan visceral, de lo que se predica una torpeza de no saber cómo discutir y pensar junto al otro, acaso un signo perverso de aquella dictadura infame que obliteró la forma más noble de la democracia, que tiene que ver con el voto pero más áun con un comportamiento en el que la escucha es una deontología para construir una justicia legítima.

La discusión con el público fue interesante, incluso hubo alguna que otra tensión, previsible cuando había argentinos entre el público. Curiosamente, no se hacían preguntas que pudieran asociar lo que estaba fácticamente ligado por la propia historia: el régime Nazi y la dictadura argentina. Pero Prividera paulatinamente iba citando películas que funcionaban como un espejo entre la historia de Alemania y la de nuestro país. Después de todo es M, dijo, y Lang, como él, agregó, ven en una sociedad aterrorizada el campo fertil para que lo monstruoso sea naturalizado.

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Posteriormente nos fuimos para el Film-Talk. Tema del día: los derechos humanos y el cine. Dan Fainaru necesitaba clarificar algunos puntos: ¿Qué son los Montoneros? ¿El INTA? ¿La JP? Y la pregunta universal: ¿Por qué no sale tu padre en la película?

Mientras que un representante de Human Rights Watch daba un panorama de la situación global de los derechos humanos, Prividera intervino, como si reaccionara respecto de una actitud escéptica y ligeramente agresiva del conductor de la noche, legitimando moderamente el valor de las agencias de derechos humanos en los tiempos de la dictadura.

Cuando llegaba a mi casa bastante cansado recordé una observación de Gilles Deleuze, pertinente y precisa: «Los derechos no salvan a los hombres».

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