LA VELOCIDAD FUNDA EL OLVIDO

LA VELOCIDAD FUNDA EL OLVIDO

por - Críticas
05 Nov, 2007 05:21 | Sin comentarios

 **** Obra maestra *** Hay que verla ** Válida de ver * Tiene un rasgo redimible °Sin valor

Por Roger Alan Koza

EL TEATRO DE LA MEMORIA

La velocidad funda el olvido, Argentina, España, 2006.

Dirigida por Marcelo Schapces. Escrita por M. Schapces, Julio Cardoso, Pablo Fidalgo, Paula Romero Levit.

* Tiene un rasgo redimible

La primera película de ficción de Schapces puede ser tan irritante como interesante, pero sus desaciertos no impiden saber valorar algunas de sus virtudes.

Lo mejor de la primera película de ficción de Marcelo Schapces es su título. Aforismo preciso, tesis sociológica de múltiples aplicaciones, incluso un perfecto diagnóstico sobre la relación contemporánea de cualquier espectador respecto de las imágenes. 

La velocidad no es cualquier vocablo. Indica una fantasía y una metafísica de nuestro ser en el mundo. Velocidad de conexión digital, velocidad de las comunicaciones, como esos anuncios radiales en los que se dice rápidamente las condiciones de una oferta, velocidad de las imágenes en el cine y en la televisión. ¿Qué cineasta puede hoy sostener un plano por más de dos minutos? Vivimos en «la revolución de la velocidad», como se insinúa en un pasaje final.

Para un realizador, cuyo filme precedente fue el documental Che, un hombre de este mundo, la velocidad así entendida es un problema político. Y por eso es que este intento de interrogar, a partir de un relato de ficción, cómo la pasada dictadura militar ha afectado el psiquismo colectivo, merece atención. No suele ser el camino más transitado en nuestro cine vernáculo.

¿Cómo combatir la celeridad? Aparentemente, coleccionando datos, objetos, textos, al menos ese es el método que el joven Olmo ha aprendido de su padre, ambos afectados por la muerte (o quizás desaparición) de la madre y esposa, una titiritera, pero también militante montonera. Es una familia quebrada, y si bien el tiempo ha pasado, lo traumático persiste.

Así, un buen día, cuando la obsesión neurótica del padre quede eclipsada por un accidente, Olmo, acompañado por una española que conoce en una fiesta, viajará hasta Tui, un pueblo de España, un lugar simbólicamente relevante para comprenderse. Es que Olmo intuye que la memoria no es un oficio de recolección sino de redescripción, una conquista narrativa sobre la dispersión del recuerdo. Hay que hilvanar y significar la memoria.

Pero no se trata ni de una película convencional, ni de un filme político estándar. Su ambición puede remitir al universo psicótico de Lynch, quien materializa mejor que nadie la fragmentación de la psique. En efecto, La velocidad funda el olvido elude el relato lineal y toma por momentos la lógica de los sueños, más bien de una pesadilla.

En verdad, Schapces retoma algunos elementos del cine de Subiela, ese que opta por lo fantástico y lo metafórico para expresar una cosmología encantada, aquí politizada. Y así se escoge por la declamación extrema y el subrayado.

El texto deglute a la imagen. Véase cómo los prometedores travellings iniciales sobre los artículos coleccionados culminan con la advertencia: «Aviso a los incrédulos: no hay casualidad». Y es tal la compulsión y necesidad por pontificar que los parlamentos se imponen sobre los planos. El teatro fagocita al cine. Y es una lástima, porque Schapces parece buscar un lenguaje. Algunos flashbacks, por ejemplo, son ingeniosos, como cuando Olmo es testigo y ve el pasado y su propio yo infantil, una elección estética que ya había utilizado David Cronenberg en Spider, otro film sobre deterioros psíquicos. O ese pasaje en el que las imágenes literalmente se expanden, como en un plano de Sokurov. Aunque Schapces no siempre confía en sus imágenes, y su concepción de la banda de sonido queda reducida a una omnipresente variedad de melodías, que incluso no parecen acompañar sonoramente la expresión visual.

La velocidad funda el olvido es paradójica. Su ambición la condena. Su filosofía ramplona debilita su inquietud política. Su apetito estético, a veces, la expone al ridículo. Pero no se la olvida fácilmente cuando se sale de la sala.

Copyleft 2000-2007 / Roger Alan Koza

Esta crítica fue publicada con algunas modificaciones en el mes de noviembre por el diario La Voz del Interior de la provincia de Córdoba.