LA SOCIEDAD DE LOS CINEASTAS MUERTOS

LA SOCIEDAD DE LOS CINEASTAS MUERTOS

por - Ensayos
25 May, 2020 11:09 | comentarios
Son los jinetes de la modernidad cinematográfica, ya no están y no encontraron herederos.

Hay un puñado de notables cineastas que no lograron –no quisieron, no pudieron– pasar la frontera de los 80 (de los años 80), y cuya muerte temprana ha sido lamentada pero no indagada, como si el duelo por cada uno de ellos no implicara una cercanía que va más allá de las fechas sucesivas, que debe ser puesta y leída en esa serie que forman, de la cual podríamos extraer un sentido común (generacional, epocal), que eche luz sobre el fin del cine moderno y el inicio de este cine contemporáneo –esta “estructura de sentimiento”– en que aún nos hallamos atrapados (entre otras cosas por no querer reparar en esa serie).

Enunciémosla: Pasolini (noviembre de 1975). Rocha (agosto de 1981). Eustache (noviembre de 1981). Fassbinder (junio de 1982). Pasolini abre tempranamente la serie, como profeta antes que mártir, aunque ya en 1975 estaba claro que el sueño sesentista había terminado hace rato, y estaba en marcha una restauración conservadora con Reagan y Tatcher a la cabeza. Le sigue Rocha, vociferante, desgarrado por las contradicciones propias y ajenas (pero capaz hasta de prever a Bolsonaro en su Tierra en trance), y luego Eustache, con un gesto final (clavando en su puerta un cartel que decía: “Golpeé. Si no respondo es porque estoy muerto”) que resumía con acidez el desencanto de toda una generación. Cierra la procesión Fassbinder, cuyo cuerpo transido, puesto en escena una y otra vez (de El amor es más frío que la muerte a Alemania en otoño), parecía condensar un tiempo vertiginoso que de pronto se miraba en el espejo y solo encontraba la defección de todas sus promesas.

Cuatro muertes diferentes y misteriosas (asesinato, enfermedad, suicidio, sobredosis), pero ninguna imprevisible, porque esos hombres habían hecho carne el mandato de las vanguardias, de fundir el arte con la vida. Cuatro “suicidados por la sociedad” en plena madurez, que habían agotado su arte dejando cuatro largos finales proféticamente testamentarios (SalóA Idade da TerraLa rosière de PessacQuerrelle). Films iridiscentes que no condescienden a la nostalgia sino todo lo contrario: son un último grito, de hartazgo antes que desesperación (un estallido antes que un sollozo, podríamos decir parafraseando a Eliot).

En Saló Pasolini abjura de su trilogía anterior pero no de la vida: lo que detesta es el mundo complaciente al que ha venido atacando en sus “escritos corsarios”, ese mundo donde el fascismo se ha reconvertido en consumismo. También hay rabia y desmesura en A Idade da Terra, suerte de compendio del cine de Rocha, en su pasaje del hambre al sueño, como si buscara hasta el extravío ese “Porno-Teo-Kolossal” que Pasolini no llegó a realizar. La rosière de Pessac también es una vuelta al origen, pero esa ceremonia vuelta a filmar es menos una variación que una repetición (una re-petición), una suerte de “día de la marmota” sin redención.  Querelle, por su parte, es también un regreso de Fassbinder a sus ásperos films de los comienzos, una suerte de reversión de La ley del más fuerte o Un año con trece lunas pero con el estrellato de sus últimos films, como si quisiera recordar (recordarnos) que podía hacer estallar el melodrama hollywoodense desde adentro. 

Todos habían empezado a filmar en los años 60, ocupando siempre un lugar excéntrico al sistema: incluso Rocha, que fue el más famoso embajador del Cinema Novo, tuvo una relación conflictiva con ese movimiento (y el país todo). Pasolini era ya un poeta e intelectual consagrado cuando se lanzó a hacer sus propias películas, luego de ganarse la vida y el corazón del cine italiano de la mano de su colaboración con Fellini (ambos fueron, junto con Antonioni, los hijos inconformistas del Neorrealismo). Eustache era un oscuro secretario de la Nouvelle Vague, un paracaidista proletario sin los amores en fuga de Truffaut, al que solo empezaron a tomar en serio cuando les escupió en la cara La Maman et laPutain. Fassbinder fue el enfant terrible del Nuevo Cine Alemán, aunque hoy sigue siendo quien mejor encarnó su espíritu iconoclasta.   

De todos ellos puede decirse lo que escribió Daney en el obituario de Eustache: “se parecía demasiado a su época como para sentirse a gusto”. No era ese tiempo cínico, claro, lo que exorcizaba ese elogio fúnebre: si el don mayor de cualquier artista es dar cuenta de los males de su época, difícil encontrar una época en la que sentirse a gusto. En la nuestra (que sigue siendo esa, as time goes by), sin embargo, los que más se parecen a su época son los que más a gusto se sienten… Pongan los nombres propios que prefieran en estos puntos suspensivos: de todos modos siempre se acercarán más a la regla que a la excepción que aquellos encarnaron. Si constatamos que su lugar lo ocupan hoy cineastas como Schanelec o Rohrwacher (Lazzaro felice es el mejor ejemplo de esa tradición vencida, reducida a ligeras cenizas), tendremos la medida de esa pérdida. “Peor para nosotros” concluía Daney, que moriría también unos años después, cerrando a su vez esa herencia (auto)crítica. 

Fotos y fotogramas: Eustache-Rocha-Pasolini-Fassbinder; 2) Tierra en trance; 3) La rosière de Pessac.

Nicolás Prividera / Copyleft 2020