LA SEGUNDA VEZ QUE VI MACAO (01): SHIJIE, 2017

LA SEGUNDA VEZ QUE VI MACAO (01): SHIJIE, 2017

por - Festivales
12 Dic, 2017 08:01 | Sin comentarios
Primera crónica sobre la segunda edición del International Film Festival & Awards · Macao, en donde se descubre estar viendo una segunda parte de un (inexistente) film de Jia Zhang-ke.

Me acompaña un texto, el que llevo a todas partes durante todo este año. Lo leo con intermitencias; su sagacidad me tranquiliza en el mordaz descanso que me prodiga la lucidez de su autor. Dice: “Cuando una cosa es para nosotros totalmente nueva, no la percibimos tal como es. Sólo nos hacemos una idea de ella, con la ayuda de reminiscencias de cosas análogas u opuestas. Son asimilaciones o contrastes los que dictan nuestro juicio, y no la realidad misma que tenemos antes los ojos. Incluso los objetos materiales, que impresionaron nuestros sentidos, no escapan a esta ley”. Podría extender la cita por su precisión y por el uso que le pienso dar, pero hasta aquí es suficiente. El texto fue escrito por Juan José Saer; se lee en la página 145 de su notable ensayo sobre el Río de la Plata titulado El río sin orillas.

Un año atrás visité Macao, este misterioso paraje que ahora pertenece a China y que supo ser un bastión portugués. Antes de pisar esta tierra incógnita, tres películas me habían preparado para prefigurar una ciudad indescifrable. To, Guerra y Rodrigues y el viejo maestro von Sternberg me habían dejado una impresión de esta península y dos islas que por varios siglos pertenecieron al marítimo y colonizador pueblo portugués. De esa cultura proveniente de Europa, que signó Macao desde el siglo XVI hasta 1999, no persiste prácticamente nada. Alguna iglesia dispersa, un vestigio arquitectónico y la fijación inexplicable de la lengua portuguesa en casi todos los carteles públicos, un respeto fetichista por el pasado lingüístico que a nadie parece movilizar. Hallar a un hablante de portugués en Macao es como avistar un animal prehistórico en esta era. El portugués en Macao es puro fósil disperso en las señales públicas.

Excepto por el barrio antiguo y alguna que otra locación desperdigada, Macao es un parque temático del capitalismo de este siglo. Los edificios, la mayoría hoteles de siete estrellas y casinos, son falos resplandecientes de acero y vidrio que reescriben el espacio público y el presente como vías rápidas de circulación del capital para practicar el consumo permanente. El shopping, el juego y la prostitución (que es legal) constituyen un imaginario ahistórico y enteramente oficializado, el cual tiene su correlato involuntario en los distintos spots publicitarios que preceden cada función del International Film Festival & Awards Macao.

Literalmente, cada función viene interceptada por un suplemento ideológico en el que se revela una posición o una encrucijada para el festival. Sucede así: cada resort que apoya el festival tiene su spot; en todos se valida una vida inalcanzable para el espectador local, incluso el internacional; todos naturalizan una esplendorosa saturación de riquezas y un confort que siempre introduce la misteriosa idea de que en estos lugares nacidos del abstracto diseño desprovisto de pasado las capitales del mundo se reproducen fielmente en miniaturas que sustituyen la necesidad de viajar para conocerlas. El simulacro es la realidad. La máxima expresión delirante de este perverso deseo holográfico según el cual el mundo anida en Macao alcanza su mayor resplandor en la propaganda de The Parisian Macao, un hotel cuyo lema se enuncia como un espacio “inspirado en la magia y la maravilla de la famosa ciudad de la luz”. En el spot, una mujer parecida a Sophie Marceau, más joven que la actriz que lleva su nombre (o ta vez es ella tras una sesión quirúrgica), se la ve maravillada frente a la réplica estética de su país. Lógicamente no puede faltar la Torre Eiffel, que está inserta en los dominios del hotel y es sin duda el organizador simbólico de toda esta fantasía arquitectónica y turística.

No percibir la relación de estos spots con la lógica del festival es negar una evidencia y un escollo. ¿Cómo concebir un festival de cine que debe disputar la propia idea de ficción a todo un proyecto urbano y económico que es en sí una hiperbólica ficción?

El cine siempre ha sido desde su inicio una máquina de subjetividad. ¿Quién puede pensar el siglo XX sin el suplemento del cine que instituyó una nueva forma de memoria? Pero el siglo XXI ya ni siquiera es reproducción y representación del mundo. La puesta en escena desborda la pantalla y el mundo se cinematografiza. Esto se siente en Macao; el mundo circundante es una película. El género que vence e impregna todo ni siquiera necesita nombrárselo. ¿Hace falta? El capitalismo es el género de la especie, que ya se confunde como una naturaleza que determina todos los devenires posibles. Es por eso que para cualquier cinéfilo pasar unos días en Macao no es otra cosa que ser testigo de una secuela de El mundo (Shijie) de Jia Zhang-ke. Fue el magnífico director chino quien mejor predijo el delirio del comunismo de mercado como nadie, con la delicadeza y la clarividencia para establecer en sus films precedentes los retratos necesarios de la genealogía de esa mutación que parecía inabordable. Antes de El mundo, dejó constancia de un mundo que dejó de existir.

En estas coordenadas, un año atrás, el mítico Marco Müller y su equipo de programación idearon un festival de cine que no estaba en consonancia directa con la lógica del capital y su imperativo de distracción permanente. En la primera edición había varios títulos que contradecían la trivialidad del consumo infinito. Müller, una figura clave en la concepción contemporánea del cine y su difusión en los festivales, como se sabe, renunció unos días antes del inicio del festival, aunque la programación se mantuvo y tenía su ostensible toque. Tras su salida inesperada, la gran pregunta durante la celebración de esa primera edición era cómo iba a proseguir un festival que nació huérfano.

La segunda edición desmiente los peores pronósticos, y si bien hay evidentes cambios en la concepción del festival, existen signos de continuidad entre aquel primer evento y este segundo. Un ejemplo: en Macao se ha proyectado Zama y A Fábrica de Nada, dos películas que están en las antípodas de la cultura oficial de la región y de su extensión estética. ¿Qué diablos ven los espectadores macaenses cuando tienen que descifrar el mundo concebido por Di Benedetto o la amable insurrección obrera en clave de musical en el film de Pinho?

Tales propuestas pueden responder a la idiosincrasia y formación de algunos de los programadores, todos ellos extranjeros (entre ellos, la argentina Violeta Bava), pero las películas están y lo más interesante de todo es que el público asiste a las funciones. Esto no significa que la programación sea coherente; es ostensible que los films no dialogan entre sí, porque los programadores tampoco se conocen lo suficiente. Alguien que programa un film más que atendible como el segundo largometraje de Jan Zabeil, Three Peaks, o Temporada de caza, de Natalia Garagiola, ambas en competencia, no tiene nada en común con quien incluye en la misma competencia de primeras y segundas películas títulos ruinosos como la película india The Hungry o aun la francesa Custody. Este tipo de decisiones estéticas en choque indica una forma de trabajo, acaso una falta de rigor en la dirección artística, algo que también se podía percibir en el año precedente. El resultado inmediato no es otro que confundir al público y no lograr delinear una identidad estética para el festival.

Pero he aquí una curiosidad. La mayoría de las funciones cuenta con un público joven. Esto es una auspiciosa novedad, algo que el año pasado no sucedió. En efecto, en la edición pasada había menos gente y en general la heterogeneidad generacional prevalecía, como también la escasez de público. Este un signo que el festival puede capitalizar.

Lo que sigue faltando es promover un encuentro entre las películas y sus responsables (ya que muchos directores hacen el esfuerzo de venir hasta aquí). Que un cineasta acepte venir a Macao desde Brasil o Argentina, por citar dos ejemplos concretos, y que no pueda establecer un vínculo directo con la audiencia es una oportunidad perdida. La lenta construcción de una cultura cinematográfica necesita de ese ida y vuelta.

Es por eso que nunca se sabe muy bien qué sucede en el festival, nunca se sabe del todo qué perciben los macaenses cuando se encuentran con universos tan lejanos como los de Foxtrot, As Boas Maneiras o The Shape of Water. Al festival le hace falta la palabra y la discusión. No parecen ser prácticas alentadas por el contexto.

Roger Koza / Copyleft 2017