LA REPETICIÓN VIRTUOSA

LA REPETICIÓN VIRTUOSA

por - Críticas, Ensayos
03 Jul, 2013 07:25 | comentarios
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El día de la marmota

Por Roger Koza

La repetición es un concepto fundamentalmente moderno y filosófico; más tarde, en el  siglo XX fue también psicoanalítico. ¿Por qué hablar de la repetición? Hay un libro bellísimo, un libro entre varios libros acerca del tema, libro misterioso y poco leído, de esos libros que al leerlo uno siente literalmente que ya no sólo está apasionado por alguna reveladora asociación de un concepto respecto de otro (la repetición con la diferencia, por ejemplo) sino por experimentar en plena lectura una prueba de que el pensamiento hace piruetas en el propio cerebro. El libro al que me refiero se llama La repetición, de Søren Kierkegaard. Hay otros títulos, quizás el más exigente en la materia sea ese viaje cerebral conocido como Diferencia y repetición, de Gilles Deleuze, cuyos niveles de abstracción podrán desorientar a cualquier lector, porque de lo que se habla ahí es esencialmente tan concreto y palpable.

Insisto, me repito, nunca más pertinente que hoy: ¿por qué hablar sobre la repetición? En principio porque la buena educación exige repetición, es su condición de posibilidad. El músico, un guitarrista acaso, tiene que insistir, invertir tiempo, practicar sus escalas cromáticas o lidias, repasarlas hasta convertirlas en una reserva musical para su aplicación concreta. El intérprete teatral repite el texto hasta conseguir su mecanización inconsciente: sólo cuando sus parlamentos pierden su fijación en el texto escrito se convierte el texto en el flujo discursivo de su consciencia y entonces nace el personaje y su comportamiento. Es decir, el texto se naturaliza en la repetición. Las tablas de multiplicar también se aprenden repitiendo, y los ejemplos son vastos. Repeat after me dicen siempre los profesores de inglés. Una aclaración pertinente: la repetición no consiste jamás en repetir como un loro. El loro más que repetir una sola palabra hasta el infinito, una palabra que no entiende, emite un vocablo de tal modo que en la falsa repetición de una palabra cualquiera solamente consigue alcanzar el estadio mínimo y negativo de la repetición. En nuestra experiencia eso se llama monotonía y el estado psicológico que provoca es aburrimiento, la impotencia de la inteligencia.

Como sucede en otros órdenes del saber respecto de la repetición, en el cine también resulta fundamental. Por cada escena a filmar se repiten las tomas. En ocasiones se repiten en búsqueda de la mejor. Un beso, un gesto de desprecio, una sonrisa varían, y es sólo en la repetición que se puede detectar la dimensión exacta de lo que un buen cineasta intenta capturar con una secuencia. La misma película, posteriormente, se repite en el cine, vive, literalmente, en su repetición. La función se repite a las 14hs, 16hs, 18hs, etc, así lo decimos. Hay otras formas de repetición en el cine. El caso más obsesivo es el de Gus van Sant y su remake delirante de Psicosis, de Alfred Hitchcock. Allí repetía plano tras plano: se trataba de copiar al maestro, quizás albergando una idea extraña: repitiéndolo todo igual podría surgir algo distinto. Tesis: repetir es siempre buscar una diferencia, producir un pasaje y una experiencia final que no estaba en las condiciones iniciales de la repetición.

En el cine la repetición ha sido materia de relatos. Hay películas más o menos conocidas. Desde las tareas domésticas de Daniel San en Karate Kid (1984) que mientras pinta aprende un arte marcial sin saberlo a la moraleja central de El sacrificio (1986), de Andrei Tarkovski, en el que sólo la repetición de un acto durante todos los días de una vida y a una misma hora puede alterar el orden del mundo, el concepto de repetición se filma para establecer la importancia de un acto que determinará el resto de los actos.

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El día de la marmota

La gran película sobre la repetición, no podría ser de otro modo, es una comedia. El humor en el cine, de hecho, nació de la repetición. Es en donde el gag  se apoya y funciona. Pero, ¿cuál es la película? Obra maestra indiscutible en el género y en la materia, El día de la marmota (1993), también conocida como Hechizo de tiempo, es la película que mejor adopta y aplica el concepto de repetición en múltiples formas hasta conquistar una clarividencia absoluta. Los espectadores y el personaje del film, Phil Connors, interpretado por el genio de Bill Murray, atraviesan la repetición y en ese tránsito descubren el sentido de la misma: un aprendizaje total, un cambio de cualidad en el orden y organización de la experiencia.

La película de Harold Remis se estrenaba 20 años atrás en Argentina. Pasó desapercibida en el momento de su estreno. En Córdoba, por ejemplo, duró una semana. Pero después de un tiempo se convirtió en un film de culto, uno de los más alquilados en los videoclubes y uno de los más programados en los canales de cable. Extraña dispositivo el de la película: se la puede ver en reiteradas ocasiones y no obstante nunca cansa. Su propio tema es su propio secreto. ¿Cuál es su hechizo? ¿En qué reside su genialidad?

Phil Connors es el reportero estrella del canal 9 de televisión de Pittsburgh en materia del tiempo y su pronóstico; una estrella menor del canal, pero lo suficiente para que su narcisismo infinito le lleve a percibirse como una verdadera celebridad de los medios. Cubrir el famoso festival de “el día de la marmota”, que se celebra en un pueblo llamado Punxsutawney, es humillante. ¿Cómo tomar en serio el comportamiento de una marmota que funciona como oráculo climatológico? Una tradición ridícula, infantil, demasiado popular para un hombre que se siente tan importante como el sistema solar. Acompañado por un camarógrafo y la productora de su programa, Rita (la bellísima Andie MacDowell), Phil, quien siente que esta excursión periodística les es impropia para su estatus, no puede sentir otra cosa que apuro por filmar, hacer el reporte y regresar a su ciudad. Pero como es sabido una tormenta de nieve le impedirá regresar a todo el equipo y tendrán que quedarse a dormir en el pueblo de la marmota. En la mañana, Phil se despertará escuchando la misma música del día anterior y los comentaristas radiales dirán exactamente lo mismo. “Debe ser una grabación”, pensará, pero de a poco irá descubriendo que todo lo que ocurrió ayer ocurre de nuevo. En efecto, es el mismo día y los mismos acontecimientos: los movimientos de la gente, los actos, los accidentes, las conversaciones, todo se repite.

En un principio, Phil experimenta desesperación y sorpresa. Tal vez es un sueño dentro de un sueño y al despertar habrá sido sólo eso: la elaboración del inconsciente que en su producción onírica repite un día con ciertos actores de la vida anímica para que el sujeto que duerme interprete algo específico de su propia vida. Pero no. Está despierto y está atrapado en el mismo día, pase lo que pase, haga lo que haga;  y además sólo él es consciente de que así es.

Ramis trabajara magistralmente durante todo el film el concepto de repetición. El día se repite, los acontecimientos también. Bill intentará, en un principio, orientar el fenómeno existencial y temporal para su propio provecho: ver cómo enamorar a Rita, evitar ciertas situaciones incómodas (el encuentro obligado con un viejo compañero de escuela y la presencia de un pordiosero), dar rienda suelta a su apetito sexual y dietético, robar un camión de caudales; tras un par de días en el mismo día lo sabe todo, es omnisciente: los tiempos exactos de cada movimiento, lo que alguien dirá, el accidente que ocurrirá. Ya no sólo puede predecir el tiempo sino los tiempos de los otros. Pasado un tiempo dentro del tiempo, Phil caerá en un pozo depresivo. Los gags suicidas son absolutamente geniales, pero vencerá la “reencarnación” en ese día y volverá a sonar el reloj despertador y la música espantosa del programa de radio. Punxsutawney es un laboratorio maldito de la repetición, acaso un esquema simbólico que renueva la maldición de Sísifo.

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El día de la marmota

Todo será un infierno hasta que Phil entenderá la clave de todo, o mejor dicho, la salvaguarda de la repetición. Es el descubrimiento de una posibilidad vinculada al aprendizaje. No es otra cosa que el poder de todo sujeto de hacer suyo y deseado lo que en principio parece un simple mecanismo de sucesión de los eventos sin distinción alguna. Es el paso y el peso de la voluntad por la cual se empieza contrarrestar lo que sólo se da en algo que se quiere, y al quererlo, curiosamente, lo que sucede adquiere un sentido nuevo y propio.

Phil le asigna dos valencias a la repetición: primero es la condición formal del aprendizaje. En el film le dedicará tiempo a los idiomas, a la música, a la escultura y a la poesía; lo edificante de la naturaleza del aprendizaje necesita de la repetición (dimensión estética de la experiencia). Pero la repetición tendrá un segundo valor, lo que implica además una superación del narcisismo infantil del personaje: la repetición es la condición ética de un yo que necesita estar abierto a los otros. Se trata de una vía de reinvención del yo junto a otros, pues incorporar la inquietud de los otros es conjurar la repetición infinita del yo en su pobreza estructural como célula solitaria. Los otros siempre juegan un papel determinante en quiénes somos. Los otros son misteriosamente nuestra identidad. ¿No es el otro el que garantiza que uno no se repita hasta el hartazgo?

Lo genial del film de Remis es ver al genial Bill Murray aprendiendo junto a nosotros. Sólo así él y nosotros podemos alterar la ley de la repetición, la que se emparenta con la monotonía y propone un loop infinito sin variaciones en los patrones que organizan las vidas y las prácticas. Centrarse de un modo no narcisista en uno mismo es parte de la experiencia del aprendizaje, el buen aprendizaje. Y descentrarse en el encuentro con otros es el otro aprendizaje vital en la condena y milagro de la repetición. Para quien aprende y atiende los signos ajenos, y para quien no insiste en signos pretéritos, el paso a un nuevo día puede suceder en el acto de abrir y cerrar los ojos.

Este artículo fue publicado por la revista Quid en el mes de junio 2013

Roger Koza / Copyleft 2013