LA PIVELLINA

LA PIVELLINA

por - Críticas
09 Ago, 2010 05:04 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

HISTORIA MÍNIMA

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La pivellina / La pivellina, Italia-Austria, 2009

Dirigida por Tizza Covi y Rainer Frimmel. Escrita por T. Covi.

***Hay que verla

Esta excursión de Covi y Frimmel en la ficción quizás haya sido exageradamente alabada, lo que puede entorpecer reconocer los logros de este film pequeño pero honesto.

Hubo un tiempo en el que el cine de Italia era sinónimo del mejor cine del mundo. No sólo en esa tierra había surgido ese movimiento misteriosamente vital llamado Neorrealismo, una fuerza creativa y popular capaz de construir una estética desde los escombros de una guerra devastadora. Allí, también, se inventaba el cine moderno: Pasolini, Antonioni, Visconti, Bellocchio, Bertolucci. ¿Qué pasó décadas después? ¿No era Italia una tierra de creadores?

Durante los ’90 llegó un caimán mediático llamado Berlusconi, como lo llamó Nanni Moretti, y la cultura popular quedó reducida a la farándula y al escándalo intrascendente. En ese contexto, el cine italiano ha sido desde entonces una entelequia convaleciente. Ahí está La vida es bella para confirmar su estancamiento impensable y su moral acomodaticia. Excepto por Bellocchio y Moretti, poco llega de interesante del país de Rossellini y De Sica.

Después de Gomorra, y tras un inicio exitoso en Cannes 2009, que se repitió en cuanto festival la exhibió, La pivellina es una de las pocas películas italianas que ha capturado tanto a la crítica como al público. ¿Cuál es su secreto? ¿Una película sin mafias?

Escrita por Tizza Covi y codirigida por ella y el austríaco Rainer Frimmel, una pareja de directores que provienen del documental, La pivellina sostiene su relato mínimo a través de un retrato amoroso acerca de todos los personajes implicados en “resolver” el destino de una niña de dos años. Desde el plano inicial en el que una mujer con el pelo teñido de bordó busca a su perro Hércules por las inmediaciones de una plaza, y en vez de encontrar a la mascota halla a una niña abandonada en las hamacas, no solamente se confirma una estética de documental aplicada a una ficción sino también una impronta humanista asignada a una visión, tanto del cine como del mundo.

El mundo de Patty no es el típico escenario del primer mundo. O quizás sí. Vive con su marido en un parking de caravanas, en uno de los tantos suburbios cercanos a Roma. Los dos trabajan como animadores circenses. Es una vida casi marginal, aunque la violencia parece erradicada (hasta los policías se comportan con amabilidad). Este paraíso podrá parecer sospechoso al incrédulo, y tal vez se trate de una aproximación sociológica incorrecta, pero Covi y Frimmel están interesados en la lógica vincular de sus personajes y no tanto en el contexto, aunque una clase de apoyo en Historia de Patty para su vecino Tairo de 13 años, y una visita posterior a un museo de cera, sí funcionan como un apunte significativo de la historia de Italia y de Europa.

Si la madre vendrá por su hija o no, si la policía descubrirá la “adopción” irregular, son elementos narrativos que aquí tienen poca importancia. No es allí donde La pivellina resplandece y obtiene su fuerza. Es que el pequeño milagro de este filme tan pequeño como su protagonista pasa por mostrar una modalidad vincular en la que el cuidado por el otro no connota ninguna operación mercantil, ni ninguna evaluación y cálculo egoísta. La cámara encuentra un estilo de vida en el que la solidaridad no es un valor sino una práctica (inconsciente). Además, lateralmente, Covi y Frimmel develan un tipo de masculinidad alejada del machismo patotero. Sus personajes varones son capaces de ternura; en ese sentido, el amor que emana de Tairo, el adolescente del filme, es sencillamente una revelación. Su personaje justifica la película.

Sin el sentido de urgencia característico del cine de los hermanos Dardenne y sin la lucidez política de los directores de Rosetta y El hijo, Covi y Frimmel, a menudo comparados con los hermanos belgas, conciben una puesta en escena similar (cámara en mano, exclusión de música extradiegética, predilección por rodar en locaciones, preferencia por trabajar con actores no profesionales), pero la intensidad y el conflicto social permanecen neutralizados. Es precisamente en el esplendor humanista de sus imágenes en donde hay que buscar tanto los aciertos de La pivellina como sus zonas débiles.

Esta crítica fue publicada por La Voz del Interior durante el mes de agosto 2010

Roger Koza / Copyleft 2010