LA OTRA MUJER

LA OTRA MUJER

por - Ensayos
10 May, 2021 02:14 | 1 comentario
Breves párrafos sobre algunas cuestiones que se desprenden de las ardientes defensas de Nomadland.

Desde la invención de la cinefilia en París, el amor por el cine practicado por los habitués de la mítica cinemateca francesa, primero críticos de cine, después cineastas iconoclastas, tuvo el perfume de un vestuario de futbolistas. La testosterona alta definió los inicios de esa tradición. ¿Quién recuerda, de entre los famosos redactores de los Cahiers du Cinéma, a Sylvie Pierre? 

En una discusión reciente en torno a Nomadland en este sitio, una lectora dejó su comentario e impugnó a los que proferían panegíricos y escarnios por igual. Anunciaba, sin esmerarse en su reprobación, que a ese scrum discursivo no subyacía más que una contienda de machos que no sabían cómo posicionarse frente a la consagración de una mujer en Hollywood. Le faltó añadir que la mujer era oriental, procedencia que en el universo simbólico de la corrección política de la cultura del espectáculo estadounidense tiene una plusvalía. El pluralismo étnico y lingüístico satisface la demanda biempensante. 

Las uvas de la ira

El problema con Nomadland no reside en quién está detrás de cámara o frente a ella. Bastaría comparar Sin techo ni ley, de Agnès Varda, con Sandrine Bonnaire, para identificar la pasiva naturaleza política de la película de Chloé Zhao y corroborar la puesta en escena de postal no exenta de breves instantes de sensacionalismo sociológico (la escena en la que Frances McDormand hace pis en un tachito). O mejor aún: no estaría nada mal pensar muy a fondo ciertas comparaciones desprovistas de rigor que han hermanado a Nomadland con la extraordinaria Las uvas de la ira, de John Ford. En aquel filme de 1940 la patronal no era retratada con ninguna simpatía y los trabajadores nómades lejos estaban de parecerse a un dócil rebaño. Estos no vivían en sus respectivas camionetas-hogares en espacios abiertos de la geografía estadounidense. Quien revise la película de Ford constatará que la reunión de los desposeídos se parecía mucho a las villas miserias de Argentina, de ayer y hoy, y que los personajes no estaban reconciliados con el sistema.

En la decimotercera edición de los premios de la Academia, Las uvas de la ira estaba nominada a mejor película, pero no se llevó el Óscar en ese rubro. Rebecca, de Alfred Hithcock, fue la ganadora, aunque a Ford sí lo distinguieron como mejor director. En esta edición reciente, un film mediocre y su directora obtuvieron el reconocimiento mayor. Es una pena que se haya ignorado olímpicamente a First Cow, la gran película estadounidense del período que se premiaba y de una de las grandes directoras del cine mundial: Kelly Reichardt. Si ella hubiese ganado, la victoria hubiese sido la de una mujer, pero también la del cine.

*Foto y fotograma de encabezado: K. Reichardt y First Cow.

*Este texto fue publicado en otra versión por Número Cero en el mes de mayo de 2021.

Roger Koza / Copyleft 2021