LA NOVIA ERRANTE

LA NOVIA ERRANTE

por - Críticas
03 Jul, 2007 05:31 | Sin comentarios

**** Obra maestra *** Hay que verla ** Válida de ver ● Sin Valor 

por Roger Alan Koza

El juego del espejo

La novia errante, Argentina, 2007.

Dirigida por Ana Katz. Escrita por Inés Bortagary y A. Katz.  

 *** Hay que verla  

 El segundo filme de Ana Katz es muy bueno, pero una de sus virtudes es que oculta sus virtudes, de tal modo que la película se llega a ver completamente ante una segunda vuelta. 

Hace casi un mes atrás, Ana Katz, la joven y talentosa directora de Una novia errante, titubeaba en francés algunas frases para explicar su segunda película.  Estaba en el gran teatro Debussy, en donde se exhiben las películas que compiten en Una Cierta Mirada del Festival de Cannes. Thierry Frémaux, director del festival, luego la tradujo, cuando la realizadora se vio impedida de expresar con claridad un concepto que, según su juicio, define el espíritu de su película: la diferencia entre respetabilidad y libertad.  

La distinción pertenece a Roberto Bolaño, escritor chileno al que está dedicada la película, y a quien se le agradece en el inicio sus “lecciones de coraje”. En una primera instancia es difícil predicar de lo que se ve los conceptos del ya fallecido Bolaño, aunque es evidente que para Katz la lectura del autor de Los detectives salvajes es una cuestión vital.  

Si bien no se trata de un filme minimalista, su historia es casi una anécdota: Inés, interpretada por Ana Katz viaja junto a su compañero, Miguel (Daniel Hendler, pareja en la vida real de Katz) rumbo a Mar de las Pampas: vacaciones, descanso. Como la primera escena deja en claro: la pareja está en crisis. No hay diálogo, hay  monólogos. Al llegar ella baja primero, pero él se queda en el ómnibus. Es una buena secuencia.  

El resto de la película transcurre en ese balneario todavía remoto, aunque el mar y los bosques son desplazados por una cabina telefónica, medio de (in)comunicación exclusivo para recuperar su relación. Hasta que Inés, paulatinamente, va permitiendo que otros intervengan en su solipsismo amoroso. Después la visitarán dos familiares. E irá al mar y jugará con las olas.  

El juego de la silla, la opera prima de Katz, basada en una obra de teatro suya, era un estudio humorístico sobre la familia como una institución proclive al delirio. Desprovista de cinismo, Una novia errante examina la noción de pareja en su estadio decadente, pero es más efectiva como un retrato de la histeria femenina en su variante de clase media: si llego a tener lo que deseo no lo quiero, y si no tengo lo que deseo es lo único que quiero. Ambas películas son incómodas, secretamente provocativas, pues funcionan como un espejo inclemente de un estilo de vida reconocible.  

Los primeros planos, la ubicuidad de Katz pueden llegar a ser excesivos, un rasgo narcisista que bien combina con una generación específica cuyo horizonte es su ombligo. El coraje de Katz es tomarse como un ejemplar de esa generación que habrá de contrastar con la generación que le precede, representada por un analista político que vive en la playa y la corteja, alguna vez corresponsal en el Foro Social de Porto Alegre.

Hay dos escenas que bien condensan esa diferencia generacional: Inés pasea por la costa, una persona se ahoga y mientras otros van al rescate ella observa distante. Más tarde, en un paseo en el bosque, se desmaya y se enferma. Germán la cuidará hasta que se reponga. Dos actitudes, dos modos de estar en el mundo.

Copyleft 2000-2007 /Roger Alan Koza

Esta crítica fue publicada por el Diario La Voz del Interior durante el mes de junio de 2007.