LA DAMA DEL CINE

LA DAMA DEL CINE

por - Ensayos
04 Jun, 2017 12:36 | 1 comentario
Esbozo de un retrato de una actriz excepcional. No importa si es la protagonista de un film de Hong, Haneke, Verhoeven o Mendoza. Cualquier universo que ocupe ella será ella. Isabelle Huppert desborda los límites de cualquier autor

Es frecuente escuchar a un actor o una actriz referirse a su personaje como si se tratara de una entidad casi real, como si el trabajo de un actor consistiera en ser un doble de otro que no está en ninguna parte hasta que un filme solicita su encarnación. La intérprete dice entonces: “Ella es tal cosa, siente tal otra, quiere esto y pelea por aquello”. La postulación de una personalidad potencial en el personaje es una misteriosa fantasía que se perpetúa sin disidencias que la desmientan.

En una reciente entrevista colectiva en Hollywood Reporter, a propósito de las actrices nominadas al Óscar, el conductor pregunta a las candidatas a obtener la estatuilla: “¿Hubo algún rol que hayan interpretado que les haya cambiado su perspectiva sobre la vida?”. La primera en responder es Isabelle Huppert: “No. Nunca me cambió. No. Porque la vida está aquí e interpretar un rol está allá; son cosas que están separadas, más allá de que existe una intersección. Para mí actuar no tiene nada que ver con aprender, sino con hacer algo en tiempo presente”. La respuesta sorprendió a la mesa y al periodista, pues lo que hacía Huppert no era otra cosa que desmistificar el trabajo del intérprete. ¿Qué hace entonces una actriz? ¿O qué sucede con la propia Huppert, que sin ser siempre y exactamente ella misma la que está en un filme es inevitablemente ella aunque disfrazada de alguien?

Nacida en 1953, Huppert, con más de 130 películas en su haber, empezó muy temprano en el cine y no tardó mucho en ganar papeles principales. En 1978 protagonizó Niña de día, mujer de noche, de Claude Chabrol, director que la dirigió 7 veces; no mucho después compartió con Gerard Depardieu el rol principal en Loulou (1980), una magnífica película del gran Maurice Pialat que en cierta forma condiciona secretamente el vínculo lúdico y libre apreciable en un filme bastante intrascendente que acaba de estrenarse, titulado El valle del amor: un lugar para decir adiós. Lo más hermoso del filme de Guillaume Nicloux es imaginar que el hijo que reúne a los personajes que interpretan Depardieu y Huppert es en verdad el hijo que la pareja de Loulou finalmente concibió, y que ahora, en otra película y muchas décadas después, se encuentran. Libertad del cine: los actores con historia permiten lecturas impropias, como si los personajes se liberaran de las películas que los contienen y fagocitaran películas posteriores.

Sucede que los grandes intérpretes van siempre más allá que sus propias películas. De Niro es siempre el taxista enajenado de Taxi Driver y el boxeador sacrificado de Toro salvaje. Lo mismo sucede con Huppert. La filósofa que aprende tardíamente que tiene que reinventar su vida, como se observa en El porvenir, ya reverbera en el extraño y adorable papel que interpretaba en Yo amo Huckabees. Lo mismo puede decirse de su papel en Elle. Abuso y seducción, que remite a La profesora de piano, La ceremonia y Madame Bovary. Habría todavía más correlaciones ejemplares para citar, pues existen líneas secretas y afinidades no confesadas entre los personajes a los que un buen intérprete da cuerpo y voz, y no porque el intérprete se repita, sino porque en sus elecciones dramáticas existe una fuerza creadora que suele volcarse en las criaturas imaginarias que tienen que encarar. Es una política del actor, una tenue visión u obsesión que se filtra en cada historia representada sin importar el lugar de cada personaje.

No importa que Huppert trabaje con Ruiz, Godard, Haneke, Hong, Tavernier, Bozon, Chabrol, Bellocchio, Verhoeven, Denis, directores que tienen mucho más que un estilo y que dominan la materia como pocos, y que dan prueba de una visión del mundo y del cine. Ya sea en Salve quien pueda, la vida, La comedia de la inocencia, White Material u Otro país, habrá algo con que Huppert impregnará la historia, más allá de la voluntad de los directores. Su presencia tiene un tono peculiar, caracterizado por una forma femenina que desobedece tanto las reglas del patriarcado como también su lógica inversión.

Es que las mujeres interpretadas por Huppert ostentan siempre un plus que se desmarca del estereotipo machista y feminista. La anomalía define la mayoría de sus personajes, lo cual poco tiene de casualidad. Por eso es tan importante el consagratorio personaje que interpreta en Elle. Abuso y seducción; hay en ese papel una intensificación de una forma de autonomía femenina que está verdaderamente alejada de las mañas conceptuales de los hombres. No es una mujer para los hombres o en contra del poder que ejercen, sino una mujer que se desentiende del deseo de los hombres y de la dependencia que eso arrastra. Casi todos sus personajes insisten en sugerir una tercera vía, una modalidad de ser mujer despegada de los códigos establecidos. En este sentido, el inesperado y hermoso cierre de Elle. Abuso y seducción es bastante clarificador al respecto: las dos mujeres caminan juntas y del brazo, sintiéndose libres, incluso de aquello que las había enfrentado, unidas ahora por el reconocimiento de una posición de la mujer.

Grandiosa criatura cinematográfica Isabelle Huppert; siempre resplandece, sonríe sin exigir complicidad, transita el mundo como si la igualdad de los sexos ya hubiera sido superada, nada la detiene y sin que se requiera reescribe imperceptiblemente, con sus gestos y movimientos, la superficie visible de cualquier película. Es más que una estrella, acaso se trate de un demiurgo que modifica la posición de la mujer en un mundo demasiado abundante en testosterona.

Fotogramas: 1) Loulou (encabezado; 2) Niña de día, mujer de noche;