LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA: FICIC 2018: ¡SEMPRE AVANTI!, A PESAR DE LAS DIFICULTADES

LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA: FICIC 2018: ¡SEMPRE AVANTI!, A PESAR DE LAS DIFICULTADES

por - Columnas
16 May, 2018 02:06 | Sin comentarios
Jorge García analiza la última edición del Festival Internacional de Cine de Cosquín.

En la Argentina, hasta hace poco tiempo, había una enorme cantidad de pequeños festivales de cine (se hablaba de un centenar). Las lamentables políticas culturales actuales, a lo que debe sumarse la desastrosa situación económica imperante, provocaron una drástica disminución de esos eventos, hoy reducidos a un puñado y sin garantías de continuidad. Pero existe una excepción, y esta es el FICIC, que con la perseverancia, tenacidad indoblegable y amor al cine de sus gestores, Carla Briasco y Eduardo Leyrado, llegó a su octava edición, habiéndose ya instalado de manera definitiva como el único festival de cine que se realiza en la provincia de Córdoba y, con seguridad, el tercero en importancia del país, detrás de los mastodónticos Bafici y de Mar del Plata, a lo que hay que agregarle una concurrencia creciente de público en las sucesivas ediciones. La programación, a cargo de Roger Koza, mostró el atractivo nivel habitual, con una competencia, en mi opinión, algo despareja pero con la interesante retrospectiva del poco difundido realizador Martín Farina, a pesar de que ya ha realizado varias películas, la exhibición de  algunos  títulos del más reciente cine cordobés y la proyección de la Trilogía del lago helado, de Gustavo Fontán, uno de los realizadores nacionales más rigurosos y coherentes de la actualidad, más una cuidada selección de cortometrajes, territorio resbaladizo, si los hay a lo que se debe sumas las trasnoches de superacción, con películas sorpresa. Pero el acontecimiento más importante del FICIC para quien esto escribe fueron las exhibiciones de tres clásicos del cine argentino y una retrospectiva integral de la realizadora Ana Poliak (incluidos sus cortos) todas exhibidas en copias excelentes y en el hoy casi perimido soporte de 35 mm. Y también, como de costumbre, se realizaron varias charlas y mesas, entre las que se destacó la dedicada a la filósofa y ensayista Ester Díaz, protagonista del documental Mujer nómade, de Martín Farina. Y no hay que dejar de mencionar que una vez más –y ya es un clásico que forma parte indisoluble del festival- fuimos recibidos con el excelente locro y las empanadas de Mary (madre de Carla), un comienzo por demás estimulante. Pasemos entonces a reseñar brevemente algunos de los títulos vistos (o revistos) en el festival.

Rosendo Ruiz se ha consolidado como uno de los realizadores más relevantes del actual cine cordobés. En Casa propia, su tercera película (si no contamos sus trabajos con talleres de alumnos), Ruiz modifica el tono de sus anteriores trabajos, estructurando un relato de ficción, centrado en un profesor de literatura (Gustavo Almada, coautor del guion) con dificultosas relaciones con su pareja y su madre enferma. Eludiendo cualquier atisbo de sentimentalismo y con un consistente trabajo actoral el director consigue plasmar un sólido trabajo.

La imagen imposible es el atrayente debut de Sandra Wollner. Planteada como un diario documental de la vida de una familia austríaca a mediados de los años 50, filmado por una adolescente tras la repentina muerte de su padre, el film registra minuciosamente las pequeñas rencillas domésticas, el peso del pasado y la evolución de la mirada de quien rueda, que pasa de centrarse en su hermana pequeña a la mirada sobre los adultos, intercalando reflexiones sobre diversos temas. Un film ambicioso, que también reflexiona sobre la imposibilidad de congelar los recuerdos.

El silencio es un cuerpo que cae, ópera prima de la cordobesa Agustina Comedi fue la justa ganadora de la Competencia Internacional. En ella la directora reconstruye la compleja figura de su padre, muerto en un accidente doméstico. Militante de un partido de izquierda, con una larga convivencia con otro hombre antes de casarse y tener hijos, además registraba obsesivamente con una cámara todo lo que sucedía ante sus ojos. La directora intercala esas antiguas filmaciones con su mirada actual para ofrecer un cálido retrato en el que el deseo y la militancia política se fusionan en un relato que no cae nunca en la complacencia ni el sentimentalismo y que, por añadidura, tiene un notable final. Un debut de una sorprendente madurez que provoque que se aguarden con marcado interés futuros trabajos de la directora.

En 1952, Carlos Hugo Christensen filmó tres relatos de Cornell Woolrich (también conocido como William Irish) en un film de 160 minutos que –por su inapropiada duración para la época- fue dividido en dos, Si muero antes de despertar y No abras nunca esa puerta, que se exhibió en el FICIC. Integrado por dos relatos, el primero sobre la venganza de un hombre ante el sufrimiento de su hermana y el segundo, notable, acerca del reencuentro de una mujer ciega (formidable Ilde Pirovano) con su hijo del que ignora que es un delincuente, muestra las virtudes narrativas y formales del director en el mejor período de su carrera, aquel que va desde Safo hasta Armiño negro.

Es posible que la revisión de algunas película de Rodolfo Kuhn pueda provocar algunas sorpresas y estoy pensando en Ufa con el sexo, El señor Galíndez y Todo es ausencia. La visión de Los jóvenes viejos hace un tiempo me hizo cuestionar los denuestos que sufriera en su momento por buena parte de la crítica. Pajarito Gómez, 1965, exhibida en el FICIC en una excelente copia restaurada, permitió confirmar que es la mejor película de Kuhn y que mantiene una sorprendente modernidad. La historia del joven del interior al que se convierte en una estrella (dicen las malas lenguas que inspirado en la figura de Palito Ortega) tiene una virulencia y una corrosividad notables. Kuhn logró un gran trabajo de actores y alguna secuencia memorable como la del encuentro impuesto del protagonista con la chica del interior –trabajadora de una fábrica- que ganó el premio de pasar un día con él, a la que debe sumarse  el formidable final.

Si hay una figura dentro del cine argentino de la que cabe lamentar que haga tanto tiempo que no filme, esta es la de Ana Poliak. El  FICIC exhibió sus dos breves cortos y sus tres largometrajes en excelentes copias en 35 mm, que permitieron ratificar que Poliak es una realizadora esencial.

¡Que vivan los crotos!, 1990, está centrada en la figura de Bepo Ghezzi, un linyera anarquista que tiene como objetivo esencial de su existencia vivir sin ningún tipo de ataduras. Diversas entrevistas al protagonista, un íntimo amigo, la mujer que nunca pudo convertirse en su pareja y algún mítico personaje, como el dirigente anarquista Pascual Vuotto, uno de los legendarios presos de Bragado, van pautando el relato, que presenta también, fuera de campo, a un personaje, “El Francés”, que tuviera influencia decisiva sobre Ghezzi. Un notable debut.

La fe del volcán, 2001, es el film más confesional de la directora, lo que se puede apreciar en sus primeros quince minutos (una suerte de corto dentro del film). A partir de allí se desarrolla una curiosa  relación entre una niña que trabaja como ayudante en una peluquería y un afilador solitario y con un pasado familiar que lo tortura, Un film profundamente entrañable y emotivo en el que se detectan ecos de la obra de Leonardo Favio, con un marcado trasfondo político y que crece con el paso del tiempo.

La descripción de universos muy personales en el cine de Ana Poliak se ratifica en Parapalos, 2004, que tiene como protagonista a un muchacho que llega del interior a vivir en la casa de su prima y consigue un trabajo en un bowling. A diferencia de sus films anteriores, aquí nos encontramos en un terreno mucho más claustrofóbico en el que aparecen una serie de personajes que van delineando la personal mirada de la directora y donde también, de manera más oblicua, el contexto político se hace presente. Una película que confirma el talento de Poliak y que hace lamentar su ausencia de las pantallas nacionales.

Con dificultades y escasos apoyos pero con el tesón inigualable de sus gestores y el equipo que los acompaña, el FICIC sigue (y seguirá) adelante superando todos los obstáculos que se le presenten y continuará siendo, sin duda,  uno de los festivales más importante de nuestro país.

* Función de Mujer nómade (encabezado); 2) Proyección de ¡Que vivan los crotos!; 3) The Impossible Picture; 4) ¡Que vivan los crotos!

Jorge García / Copyleft 2018