LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA: 20 BAFICI: LA CANTIDAD NO GARANTIZA CALIDAD

LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA: 20 BAFICI: LA CANTIDAD NO GARANTIZA CALIDAD

por - Columnas
28 Abr, 2018 03:07 | 1 comentario
Sin concesiones, Jorge Garcia analiza la última edición del Bafici.

Una nueva edición del Bafici (la 20, y corresponde valorizar que el evento haya logrado tal continuidad) se realizó en Buenos Aires, dentro de las características, en esta ocasión bastante apagadas, de los últimos años. Esto es, una enorme cantidad de películas en la que no se advierte ningún tipo de rigor en la selección y de las que se puede señalar sin tapujos que las tres cuartas partes son descartables y una sorprende cantidad de secciones paralelas (este año nada menos que quince) y focos (nueve), varios de las cuales nada agregan al evento. A ello hay que sumarle un catálogo que es un auténtico artefacto inútil en el que se prodigan todo tipo de ditirambos de manera indiscriminada a films valiosos, una gran cantidad de obras chatas e irrelevantes y varios rotundos bodrios, características que hay que hacer extensivas a las presentaciones de films en las salas. Y uno no puede dejar de sorprenderse con las recomendaciones previas en las cuales parece ser que el 90% de las películas a exhibirse son imprescindibles. Si bien es un hecho recurrente en muchos festivales, no se entiende bien cuál es el criterio de programar centenares de películas, muchas de las cuales carecen de valor. En cuanto a la cantidad de público, salvo en títulos puntuales, pareció bastante menor que otros años (lo que no será óbice para que se diga, como siempre ocurre, que la concurrencia aumentó en un 20 por ciento). He leído en algún lado que las funciones en el cine Gaumont eran a sala llena, sin embargo las veces que fui, la presencia de público distaba mucho de ser masiva. De las actividades especiales, previsiblemente las más convocantes fueron las que contaban con la presencia de John Waters y se editó un único libro, una recopilación de anécdotas, en su mayoría sin interés, sobre los 20 años del Bafici. Tampoco se entiende demasiado porque se dejó de utilizar el Centro Cultural Recoleta como lugar de actividades, reemplazado por unas rústicas casuchas de madera para cada uno de los rubros (prensa, industria, invitados, profesionales). Posiblemente el acontecimiento más relevante del festival haya sido la exhibición de La Flor, el film de 14 horas de Mariano Llinás pero también aquí cabría cuestionar si un festival de cine era el contexto más adecuado para una proyección de tamaña duración.

A priori, el mayor atractivo del festival parecía encontrarse en algunos focos. El más exitoso, en cuanto a público, fue el de John Waters, un realizador que oscila entre los regodeos escatológicos y algunas escenas divertidas. Todo bien con Waters, ahora considerarlo una suerte de genio del cine, mmm…, me temo que no comparto. James Benning, un histórico del festival, volvió a estar presente con sus interminables planos fijos. Aunque haya quien se moleste con la comparación, cabe señalar que Andy Warhol hace medio siglo hizo algo parecido cuando filmó ocho horas a una persona durmiendo o se plantó cuatro horas frente al Empire State. El experimentalista Johann Lurf presentó algunos cortos y su largo *, una tediosa sucesión de planos de cielos estrellados  que provocó el sorprendente entusiasmo de algunos críticos. Los dos focos más llamativos eran, sin duda, los dedicados al realizador francés Philippe Garrel y a la directora rusa Kira Muratova aunque,  lamentablemente, ambas muestras fueron bastante incompletas.

Garrel es una figura bastante marginal dentro del cine francés y en su carrera se pueden distinguir tres etapas, una de tono marcadamente experimental, con la cantante Nico como musa inspiradora, otra con obras de un carácter más narrativo, donde se encuentran sus mejores títulos, y una más reciente, compuesta por obras de corta duración y de una gran simplicidad estructural y narrativa. Desafortunadamente, en la muestra, si bien hubo algunos títulos fundamentales, como Los amantes regulares y El niño secreto, faltaron otros, tal el caso de El nacimiento del amor, Los fantasmas del alba y J´entends plus la guitare. Las peliculas que no conocía y vi ahora poco agregaron a la gloria del director. Su primer film, Marie pour mémoire es una suerte de borrador de una obra de Godard; Elle a pass´pe, tant d´heures sous les sunlights es una especie de híbrido entre la etapa experimental y la narrativa, estirado e insatisfactorio, y su último trabajo, Amantes por un día, es posiblemente su film más convencional y conservador.

Kira Muratova es considerada por muchos críticos como una artista de vanguardia dentro del cine ruso. La incompleta retrospectiva exhibida deja bastantes dudas al respecto. Largas despedidas es un interesante trabajo en el que, eludiendo psicologismos, presenta una compleja relación de madre e hijo. El film tiene ecos de la Nouvelle vague y se aleja notoriamente del realismo socialista en boga, la probable razón para que fuera prohibida su exhibición y la directora no pudiera filmar durante varios años. Conociendo el gran mundo fue un encargo que tuvo que aceptar para poder volver a rodar y –más allá de algunos toques personales- eso se nota en un relato que incluye elementos románticos y rasgos del denostado, por la directora, “realismo socialista”. El síndrome asténico es la obra más prestigiosa de Muratova y para muchos críticos su mejor película. Relato abigarrado y recargado, barroco en su construcción y por momento bastante farragoso, ofrece una mirada bastante decadente sobre su país y diversos personajes que lo habitan. En El afinador, Muratova incursiona en la comedia pero la falta de timing del relato provoca que los resultados sean poco atendibles. Pasemos a reseñar brevemente el puñado de películas, varias con reparos, que concitaron nuestro interés, dejando de lado una buena cantidad de títulos descartables.

Luego de una serie de films de un tono ascético y oscuro, el francés Bruno Dumont provocó un brusco vuelco en su carrera con un par de títulos en los que muestra una inesperada vena humorística (más logrado El pequeño Quintín que Ma loute). En este reciente trabajo, Jeanette, la infancia de Juana de Arco (aunque en realidad la toma en su infancia y adolescencia) Dumont construye un musical alrededor de la joven futura heroína, recurriendo a la música rockera y punk de Igorr. Más allá de lo desconcertante de la propuesta, hubiera sido bueno que el director recurriera a buenos vocalistas para cantar los elementales textos y a un coreógrafo más imaginativo que propusiera algo más creativo que los personajes sacudiendo sus brazos y cabezas y corriendo en círculos.

En Auschwitz, el ruso Sergei Loznitsa mostraba como el turismo y el consumismo banalizaban un momento espantoso de la historia. En El día de la victoria se centra en los festejos de los habitantes de origen ruso de Berlin el día en que se conmemora la derrota del ejército nazi. El film, un auténtico festival de “realismo socialista” tiene sus pasajes más interesantes en las canciones y bailes que los concurrentes al evento proponen de manera continua. Una película con una excelente banda de sonido.

Christian Petzold es el más importante director alemán contemporáneo y uno de los realizadores más relevantes de la actualidad, de allí las expectativas alrededor de Transito, su último film. Sin embargo, este relato en el que el director ambienta una historia que transcurre durante la Segunda Guerra en la Marsella actual, con claros ecos del cine negro (voz en off, sucesión de hechos no demasiado claros) más allá de su habilidad para entrelazar los tiempos y los elementos genéricos, no está a la altura de sus mejores trabajos y aparece como una suerte de divertimento de lujo.

Teatro de guerra, de la directora y autora teatral Lola Arias venía precedida de algún premio importante y narra el encuentro entre seis soldados, veteranos de Malvinas, tres argentinos y tres ingleses, para dialogar sobre sus experiencias. La idea era interesante pero la película es excesivamente teatral, muy fría, que no distanciada, y no profundiza en su propuesta quedando como un experimento bastante fallido.

Mis provinciales, de Jean Paul Civeyrac recupera la pasión por las citas y la cultura en una suerte de onanismo intelectual, a través de la historia de un muchacho que llega de provincias a Paris para estudiar cine y sus relaciones con diversas personas de ambos sexos. Cinefilia, existencialismo, amistad, amores contrariados en una película francesa hasta el tuétano, con algunos momentos cálidos y logrados y otros algo saturantes.

Oscar Peyrou es un crítico de cine argentino que reside hace décadas en España y que es conocido en el ambiente por sus boutades, como esa en la que afirma que la mejor manera de criticar un película es no viéndola y guiarse, en cambio por sus afiches, los nombres de los actores y otros elementos externos al film en sí, y también por rasgos de picaresca, como hacerse pasar por inválido y utilizar una silla de ruedas en los aeropuertos para evitar las colas. En busco del Oscar, de Gustavo Guerra, sigue a ese insólito personaje, mezcla de héroe “keatoniano” y chanta porteño por diversos festivales en los que también muestra su tristeza por algunas pérdidas. Divertida para quienes conocemos a Peyrou, tal vez irritante para otros, el film abusa por momentos de los tiempos muertos y también deja claro que el protagonista no lleva sus postulados hasta las últimas consecuencias.

En la competencia Vanguardia y Género se premiaron dos obras interesantes. La indonesia Lo visto y lo oculto, de Kamila Andini presenta con inspiración y sensibilidad las distintas maneras en que una niña busca evadirse, refugiándose en un mundo de fantasía, de la tragedia cotidiana que supone la inminente muerte de su hermano mellizo. Y La imagen que perdiste, del irlandés Donal Foreman, es un documental que recupera los trabajos que realizara su padre, el documentalista norteamericano de origen irlandés Arthur MacCaig sobre los conflictos políticos de Irlanda del Norte intercalándolos con trabajos del director realizados en la actualidad. Un film que fusiona con sabiduría lo personal con lo político.

Es posible que el director italiano Marco Ferreri no tenga hoy el reconocimiento que merece su obra anárquica e iconoclasta. La directora Anselma Dell´Ollio, nacida en los Estados Unidos, rescata su figura a través de imágenes de sus films, entrevistas a actores y allegados al director y, sobre todo, diversos momentos en los que Ferreri expone con claridad y lucidez su personal visión del cine y de la vida. Ojalá esta película sirva para relanzar la filmografía de un director imprescindible.

Albertina Carri movió el amperímetro de la chatura generalizada de los títulos nacionales con Las hijas del fuego, el título más provocativo del festival, premiada con justicia en la Competencia Argentina. Escapándole a cualquier atisbo de pacatería, la directora muestra relaciones lesbianas con una intensidad nunca vista en el cine nacional. Se podrá argumentar que en ocasiones el film es reiterativo y que la mirada sobre los escasos personajes masculinos resulta esquemática y estereotipada. Pero Carri juega a fondo y termina el film con un primer plano de cinco minutos de una chica masturbándose. Además, la directora esboza con su voz en off reflexiones acerca de cómo construir una película porno.

Como otros realizadores de su país, el director iraní Mohammad Rasoulof está censurado en su país por lo que debió filmar este film de manera casi clandestina. El film está centrado en un profesor universitario que ha decidido retirarse a zonas rurales a cultivar peces y su esposa –un potente personaje femenino a contrapelo de los habituales en el cine iraní-  que es acosado por una empresa privada. Con una excelente utilización de las elipsis y el fuera de campo, el director desgrana una mirada cruda y pesimista sobre la sociedad de su país, donde la corrupción es la moneda más corriente muestra la desigual lucha, posiblemente destinada al fracaso, de un individuo –al menos en primera instancia-  poco dispuesto a renunciar a sus principios a pesar de las presiones que sufre desde diversos frentes.

El austríaco Kurt Waldheim fue varios años secretario de la ONU, antes que la investigación de una organización judía denunciara su pasado nazi y su participación en matanzas diversas. La directora Ruth Beckermann utilizó distintas filmaciones que realizara a lo largo de varios años para denunciar las actividades de Waldheim, mientras distintos políticos norteamericanos aportaban también datos significativos. Para algunos puede que esa intervención yanqui haya favorecido el triunfo de Waldheim en las elecciones austríacas aunque es más probable que la ideología de derecha predominante en el país y su rechazo a profundizar en el pasado, hayan sido la razón principal de esa victoria. Y aunque la directora no lo señala en The Waldheim Waltz, cabe recordar que hoy existe en Austria un gobierno de ultraderecha. Un documental notable.

Opera prima y película póstuma del chino Hu Bo, este film entrará rápidamente en la categoría de obras malditas. Notable debut del director es una mirada de rasgos desesperados y casi nihilistas sobre la sociedad china de provincias, expuesta a través de varios personajes cuyas vidas se entrecruzan a lo largo de un día, motivados por un improbable viaje. Lo sorprendente es la madurez narrativa, el ritmo interno del film y el tono elegiaco sostenido a lo largo de cuatro horas. Película de una inmensa tristeza en la que la idea del suicidio sobrevuela permanentemente, por lo que no resulta casual que el director pusiera fin a su vida, con solo 29 años, luego de diversas desavenencias con los productores. Una pérdida más que lamentable, dado el talento expuesto por un realizador que aparecía como  brillante exponente de una nueva generación de realizadores en su país.

Seguramente el realizado más importante de Filipinas y uno de los más relevantes del mundo, Lav Diaz, a través de sus obras profundas y extensas, totalmente alejadas de las duraciones habituales, ofrece un retrato lúcido y descarnado de diversos aspectos del presente y el pasado de su país. En La temporada del diablo redobla la apuesta y propone un insólito musical político en el que, a través de rigurosos planos fijos y una gran utilización del montaje dentro del cuadro retrata la represión sufrida por sectores populares de Filipinas a fines de los años 70 bajo la dictadura de Marcos. Un poco a la manera de The Act of Killing, el director mezcla represores y víctimas en el mismo plano en un relato que está cantado a capella por los protagonistas. Un film de inusual intensidad, marcadamente original, que confirma el talento de su realizador.

Fotogramas: La temporada del diablo (encabezado); 2) Las hijas del fuego; 3) El día de la victoria; 4) The Waldheim Waltz

Jorge García / Copyleft 2018