LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (08): TERENCE DAVIES: TALENTO Y SENSIBILIDAD

LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (08): TERENCE DAVIES: TALENTO Y SENSIBILIDAD

por - Columnas, Críticas, La columna de JG
30 Mar, 2012 11:04 | comentarios
Jorge García se detiene para identificar algunos elementos singulares de la obra del gran Terence Davies.

Por Jorge García

Existe un famoso chascarrillo de Francois Truffaut en el que señalaba que las palabras cine e inglés eran  absolutamente incompatibles. Una aseveración absolutamente exagerada si se recorre una cinematografía que cuenta en su historia con un importante movimiento documentalista, con los trabajos realizados en los estudios Ealing, que ofrecen –generalmente a través de relatos estructurados como comedias- una lúcida mirada sobre diversos aspectos de la vida del país y también con el free-cinema que –más allá de que varios de sus títulos estén probablemente fechados- propuso una interesante renovación temática. Además es posible que, por su prematuro fallecimiento, Truffaut no haya llegado a conocer nada de la obra de Terence Davies.  Davies es un caso muy particular, no sólo dentro del cine británico, sino también dentro del cine a secas. Realizador de enorme sensibilidad, ha conseguido como pocos, fusionar sus experiencias vitales personales, que incluyen una admiración incondicional por el cine musical, con una aguda y comprensiva mirada sobre la Inglaterra de posguerra. Esas características alcanzaron plena madurez en dos obras mayores del cine moderno, Distant Voices, Still Lives  y The Long Day Closes.

En The Deep Blue Sea, Davies adapta una obra de Terence Rattigan, escrita a principios de los años 50 e inspirada en el suicidio de un joven con el que el autor había mantenido una tormentosa relación. Rattigan; a partir de esa idea, construyó un gran personaje femenino, que reconoció numerosa versiones teatrales y una  anterior para el cine, rodada en 1955 por Anatole Litvak, con Vivien Leigh como protagonista, que desconozco. La obra narra el intento de suicidio de una muchacha, Hester Collyer quien, enamorada de un ex oficial de la RAF, vulgar y alcohólico, abandona al circunspecto y rígido juez mucho mayor que ella con el que estaba casado. Aquí, como una suerte de prólogo de la crítica que seguramente hará Roger, quien ha visto varias veces el film, sólo esbozaré unas primerísimas impresiones (a través de algunos momentos privilegiados) de la notable adaptación de Terence Davies, una adaptación que, manteniendo la ambientación temporal del original, lo convierte en un brillante melodrama romántico que elude cualquier atisbo de teatralidad por medio de una puesta en escena de enorme sutileza en la que, vg.,  a pesar de la buena cantidad de escenas que transcurren entre solo dos personajes, se deja de lado por completo el transitado recurso del plano/contraplano. Partiendo del intento de suicidio de la protagonista e intercalando en el relato numerosos flashbacks, el director ofrece un memorable retrato de un personaje femenino (una interpretación inolvidable de Rachel Weisz) al que se lo puede emparentar, en su búsqueda del amor absoluto, con el de la heroína de The House of Myrth, el otro film de época del director, basado en una novela de Edith Wharton. El clima depresivo y pesimista de la posguerra está captado a la perfección por la iluminación de apagados tonos ocres de Florian Hoffmeister, un elemento esencial a la hora de apreciar la atmósfera de la película. Habiendo visto una sola vez el film, me limitaré a enumerar brevemente algunos de aquellos momentos memorables que mencionaba.

 1) La secuencia en la que el juez lleva a su casa a al protagonista para presentarle a su madre, una insoportable matriarca victoriana; en ella se definen con precisión las características de los personajes, la rebeldía de Hester frente a la rígida moral imperante, el sometimiento del juez a su implacable progenitora y el carácter apabullantemente dominante de esta.

2) El momento en el que la heroína va a buscar a su amante borracho al bar y él la rechaza en presencia de un amigo; la partida de la protagonista, tomada caminando de espaldas, sólo es comparable con alguno de los mejores momentos del cine de John Ford (quien haya visto Siete mujeres, recordará un plano afín, en otras circunstancias, de Margaret Lockwood) o  Kenji Mizoguchi.

3) El diálogo en el auto con su esposo, en el que él comprende de una vez y para siempre que le será imposible recuperarla y ella que nunca podrá retornar a su lado.

 4) La extraordinaria escena en la que el amante la abandona, absolutamente incapaz de comprender el amor de ella hacia él. Su superficialidad y vulgaridad contrasta de manera irremediable con la intensidad emocional de la pasión de Hester

5) Dos momentos infaltables  en los films del director y que ratifican su mencionado amor por el cine musical: el de un bar al que la protagonista va a buscar a su amado donde los presentes entonan a coro canciones populares y la voz de Jo Stafford entonando You Belongs to Me como comentario de una escena dramática.

6) La sublime secuencia en el subterráneo en la que, otro intento de suicidio, termina confluyendo en un mismo plano sin cortes con la imagen de ese mismo subte convertido en un refugio contra las bombas en los años de la guerra.

Estas son apenas breves y desordenadas referencias sobre un film de una enorme riqueza que requiere varias visiones y al que algunos podrán cuestionar por su deliberado ¿ anacronismo?; sin embargo, no tengo dudas que se trata de una obra mayor que no hace sino confirmar el enorme talento de Terence Davies, uno de los directores más personales y originales del cine contemporáneo.

Jorge García / Copyleft 2012