LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (18): JACQUES TOURNEUR: UNA ESTETICA DE LA AMBIGÜEDAD

LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (18): JACQUES TOURNEUR: UNA ESTETICA DE LA AMBIGÜEDAD

por - Columnas, Críticas, Ensayos, La columna de JG
11 Ene, 2013 11:09 | comentarios

tourneur-jacques-04-g

Por Jorge García

A lo largo de su dilatada historia, el cine de terror ha presentado diversas vertientes que-expuestas de una manera muy sucinta- empezaron a manifestarse dentro del expresionismo alemán, con los ominosos climas visuales que conseguían los films de ese movimiento, continuaron con los clásicos títulos de la Universal en Hollywood, con la aparición de monstruos y personajes diversos, tuvo momentos de esplendor con el surgimiento de la productora inglesa Hammer, en la que militaron un artista de los quilates de Terence Fisher y artesanos muy competentes como Roy Ward Baker y Freddie Francis, tuvo su variante italiana con el refinamiento visual de Mario Bava y los ampulosos efectismos de Darío Argento y en los últimos años pareció anclarse en el cine americano, con algunos directores considerables, como John Carpenter y una larga lista de realizadores destinados a un rápido y merecido olvido. Incluso, en los últimos tiempos, hubo un par de películas (Henry, retrato de un asesino, Funny Games) que reflexionaron con gran inteligencia sobre el rol del espectador en esas películas. Ahora apareció como la gran renovadora del género La cabaña del terror, que ha recogido una gran cantidad de comentarios laudatorios (incluida la brillante crítica de mi querido amigo Roger aparecida en este espacio). Por cierto que no puedo compartir esos entusiasmos ni los numerosos ditirambos prodigados al film, que en lo personal no me interesó en absoluto y me pareció –a diferencia de lo que señala Roger- una interminable acumulación de los clisés del género, plagada de estereotipos, sin el menor clima y donde todo se resuelve a través de golpes de efecto y con actuaciones que oscilan entre lo malo y lo pésimo. Inclusive el otro “nivel” de la película (por llamarlo de algún modo) me parece una mala copia de lo que se exponía en The Truman Show. En fin, lo que seguramente haría un crítico serio y responsable (algo que disto mucho de ser) es ver nuevamente la película y tratar de poner a prueba sus impresiones. Sin embargo, como mi intuición masculina me dice que ve muy difícil que pueda modificar mi opinión sobre el film, por el momento no haré ese esfuerzo. En cambio me pareció oportuno reflotar un breve artículo que escribí para la revista El Amante en setiembre de 1994 (al que le he hecho varias modificaciones), dedicado a un director que utilizaba para sus películas criterios absolutamente diferentes a los que se manejan en el cine fantástico y de terror actual.

 ***

Jacques Tourneur es una rara avis dentro del cine clásico americano. Solo conocido por dos o tres películas entre el público más o menos cinéfilo es, sin embargo, para vastos sectores de la crítica y la cinefilia, casi un director de culto. Reconocido tardíamente (los jóvenes turcos cahieristas no lo incluían en su generosa categoría de “autores”), hoy se lo puede considerar como un director mayor dentro de la edad de oro de Hollywood. Nacido en París en 1904 e hijo de Maurice Tourneur (realizador de un centenar de títulos, parece que muchos de ellos valiosos, entre 1913 y 1948), de niño llegó a los Estados Unidos junto a su padre, adoptando la ciudadanía norteamericana en 1919. Fue con su progenitor que trabajó primero de script y luego como montajista, incursionando también de actor en algunos films de otros realizadores. De regreso en Francia en 1928 realizó allí cuatro films y en su retorno a los Estados Unidos dirigió –a diferencia de otros realizadores- numerosos cortometrajes, siendo su primer largo en ese país de 1939. Sin embargo, puede decirse que su verdadera carrera comienza en 1942, cuando tiene un decisivo encuentro con el notable productor de cine fantástico y de terror Val Lewton, con el que realizará tres películas, dos de ellas (La mujer pantera y Yo caminé con un zombie) indiscutibles obras maestras en las que ya están presentes de manera absoluta las constantes de su estilo visual y narrativo. A partir de allí, y a lo largo de dos décadas, Tourneur transitó por diversos géneros (westerns, cine negro, fantástico, películas de aventuras, americana) a los que –aún en sus títulos menos logrados- siempre impregnó de su particular estilo, un estilo que, bueno es señalarlo, ha influido en, vg, un realizador de la dimensión de Alfred Hitchcock. Dueño de una notable modestia -se consideraba un cumplidor de encargos al que siempre le impusieron los guiones y el casting- Tourneur se jactaba de no haber rechazado nunca un guion (la excepción fue el La puerta del diablo, con el que Anthony Mann hizo un muy buen western), pero lo cierto es que, sobre todo en los films que dirigió entre 1942 y 1958, se pueden distinguir claramente los rasgos definitorios de su universo, esto es su carácter onírico, elusivo y de valores precarios (no es casual que la película preferida de Tourneur sea El emisario de otro mundo, notable film fantástico de Lewis Allen). Y también corresponde señalar que estas características no hacen más que confirmar mi convicción de que un director podía ser, desde luego que con matices, un auténtico autor independientemente de las imposiciones de los estudios.

Retorno al pasado BLOG

Retorno al pasado

Maestro de la elipsis y de la utilización del fuera de campo, su constante escamoteo de la información y su capacidad para sugerir antes que mostrar, eludiendo toda explicación definitiva y tranquilizadora, crean en el espectador un sentimiento de inseguridad en el que la duda es la única certeza (a propósito, Tourneur se indignaba porque en Una cita con el diablo, tal vez su última gran película, los productores, sin su autorización habían decidido mostrar al monstruo en las escenas finales). En sus películas, cada mirada, cada objeto del decorado y cada movimiento de cámara sirven para crear una atmósfera inquietante y ambigua en la que la iluminación juega un rol fundamental; un mundo de luces y sombras en el que estas pueden adquirir un carácter tan real como el de un personaje. Hasta el relato en off puede tener un carácter decididamente intemporal, como ocurre en Yo caminé con un zombie, donde el film comienza de esa manera, sin retornar nunca al momento inicial. Y también cabe señalar su particular trabajo con el sonido, con sus personajes expresando sus diálogos en un medio tono, acentuando los climas enigmáticos de sus films.. Las características señaladas se hacen extensivas a sus protagonistas solitarios, llenos de vacilaciones y con un pasado turbio y difuso, que cuando toman una decisión es solo para ser fieles consigo mismos. Como ocurre con Robert Stack en Un gran día en la mañana, que una vez declarada la guerra civil en los Estados Unidos, optará por no alinearse con ninguno de los dos bandos, como una manera de mantener su individualismo. Si bien podría pensarse que los rasgos señalados anteriormente son solo aplicables a sus film fantásticos, también en sus incursiones en otros géneros aparecen muchos de ellos. Así ocurre con sus personalísimos westerns, como el citado Un gran día en la mañana, Tierra de audaces o Wichita, curiosa aproximación al personaje de Wyatt Earp (muchas veces visitado por el género), en los que la ausencia de escenas espectaculares o épicas y la no resolución de los conflictos son elementos distintivos. Cabe señalar el carácter trágico de algunos de sus personajes, como el de Jean Peters en La mujer pirata (en mi opinión uno de los mejores films jamás realizados de ese subgénero ) o el de Robert Mitchum en Retorno al pasado, posiblemente la película que mejor resume el universo de Tourneur, una obra maestra del cine negro y del cine a secas, que acaso con el tiempo sea considerada, como se merece, una de las mejores películas de la historia del cine. Film inasible en su totalidad, de una increíble complejidad, en el que diversas historias se entrecruzan sin nunca resolverse definitivamente y al que la extraordinaria iluminación de Nick Musuraca otorga –como en La mujer pantera– un carácter netamente onírico y pesadillesco y en el que Jane Greer da cuerpo y rostro a la más fatal de las mujeres fatales, es una de esas obras inagotables que requieren permanente revisión. Sin embargo, la película favorita de Tourneur en su filmografía es la notable Corona de estrellas, una americana que transcurre en un pequeño poblado, posiblemente junto con algunos films de Henry King, lo mejor que se ha hecho en ese no demasiado transitado subgénero.

Hoy que el cine se debate mayoritariamente entre películas para leer subtítulos, narraciones con tautológicos relatos en off y, en fin, toneladas de efectos especiales gratuitos, las películas de Jacques Tourneur, sugerentes, ambiguas, poéticas y, por sobre todas las cosas, eminentemente visuales, son una cantera inagotable para todo amante del cine.

Jorge García / Copyleft 2013