LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (23): JACQUES DEMY: LOS CAPRICHOS DEL AZAR

LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (23): JACQUES DEMY: LOS CAPRICHOS DEL AZAR

por - Columnas, Críticas, La columna de JG
17 Jul, 2013 08:47 | 1 comentario

017719_1Por Jorge García

Los cinéfilos (y también los críticos) tienen siempre un puñado de directores que forman parte de su galería personal de preferencias. Esta circunstancia es muchas veces independiente del valor intrínseco de la obra de esos realizadores, que puede no ser igualmente  valiosa en su totalidad. En mi caso personal, Jacques Demy es uno de esos cineastas. Director al que gran parte del público solo conoce por la exitosa Los paraguas de Cherburgo, es sin embargo responsable de una de las filmografías más personales del cine francés de las últimas décadas.

Nacido en 1931, sus primeros trabajos fueron como colaborador del director de animación Paul Grimault y del documentalista Georges Rouquier. Luego de realizar algunos cortos, en 1960 se produjo su deslumbrante debut con Lola, en mi opinión, una de las más grandes óperas primas de la historia del cine. Ambientada en la ciudad puerto de Nantes, narra la simple historia de una bailarina de cabaret (inolvidable Anouk Aimée) pretendida por tres hombres. Todas las constantes temáticas y estilísticas del cine de Demy aparecen ya en esta película: la ligereza de tono, que en ningún caso debe confundirse con superficialidad; una manera de desplazar a los personajes en el cuadro que emparentan su cine con el musical americano; la capacidad para transformar el lugar donde transcurre la historia en un protagonista más de la misma; el azar como elemento determinante de las relaciones entre los personajes y un fatalismo que tiñe sus películas de una inocultable melancolía. Si a ello le sumamos la gran iluminación en blanco y negro (cortesía de Raoul Coutard), que capta con precisión el brumoso ambiente de la ciudad, una excelente utilización de la pantalla ancha y un virtuosismo y fluidez en los movimientos de cámara –no casualmente la película está dedicada a Max Ophuls- infrecuentes en un debutante, no tengo dudas de que nos encontramos ante una obra maestra, una de las más perdurables de la producidas por la Nouvelle Vague.

Luego de dirigir  un episodio del film colectivo Los siete pecados capitales, del que no tengo casi recuerdo, Demy realizó su segundo largometraje, Fiebre en el cual desarrolla dos de sus temas predilectos: la seducción como eje fundamental de la relación hombre-mujer y el ya mencionado azar como motivador determinante de las relaciones y conductas de los personajes. Aquí Jeanne Moreau  (con un glamour solo comparable con el que exhibiera en Jules y Jim y Eva) arrastra a las mesas de juego de Niza y Montecarlo a un joven que veranea en el lugar. Film absolutamente personal, solo en apariencia menor y con un final tan arbitrario como una jugada de ruleta, consigue también que el lugar donde se desarrolla la acción (la Costa Azul francesa) se transforme en una vívida presencia.

La tercera película de Demy y por la que accedió a una fugaz popularidad fue Los paraguas de Cherburgo. Aquí estamos no solo frente a una obra maestra, sino ante un film revolucionario dentro de un género –el cine musical- que ya había dado lo mejor de sí y estaba en un claro proceso de extinción. Por primera vez en la historia del cine, Demy realiza una película cuyos diálogos son cantados desde la primera hasta la última palabra y el resultado no es jamás forzado, dando la impresión en todo momento de que la película no se podría haber realizado de ninguna otra manera. Por supuesto que hay un mérito indiscutible en la notable partitura musical de Michel Legrand,  pero es sin duda la formidable puesta en escena de Demy (un amigo de otros tiempos decía que para apreciarla en su total dimensión había que ver el film sin sonido), que incluye una utilización del color y los decorados en función dramática de claras reminiscencias minnellianas, lo que le otorga a la película su estatus de obra maestra de la cinematografía mundial de cualquier género.

Solange y Andy

Las señoritas de Rochefort

El éxito crítico y de público impulsó a Demy a realizar Las señoritas de Rochefort, un homenaje a la comedia musical norteamericana, cuyos resultados estuvieron por debajo de lo esperable. A pesar de la irresistible vitalidad de algunas escenas, el film es estirado y falto de ritmo, el elenco parece inadecuado en varios casos, la música de Legrand es menos inspirada y, sobre todas las cosas, se nota la dificultad de un director espiritualmente tan francés como Demy para hacer una película “a la manera” de Hollywood.

Sin embargo, el interés de Demy por la cultura norteamericana lo llevó a los Estados Unidos a filmar Se alquila una modelo, una suerte de secuela de Lola, y lo menos que se puede decir de los resultados es que son fascinantes. Han pasado diez años y Lola (otra vez Anouk Aimée y de nuevo inolvidable) ha sido abandonada por su marido y está en Los Angeles, donde trabaja en un negocio que ofrece a sus empleadas para fotografiarse con los eventuales clientes. En ese lugar se encuentra con un joven en crisis con su pareja y la relación que se entabla entre ambos es el núcleo central de la película. El film de Demy es una crónica asordinada, recatada y pudorosa sobre la insatisfacción, el desencanto y la pérdida de ilusiones dentro del american way of life. Película de una melancolía infinita y con una excelente banda de sonido que recoge temas de varios grupos de la época hoy casi olvidados, es también una de esas obras que transforman el lugar donde transcurre la historia en auténtico protagonista central de la misma.

Los dos siguientes títulos de Jacques Demy fueron traslaciones de relatos presumiblemente dirigidos a los niños, pero cuyos rasgos de negrura y las adaptaciones del director los hacen más aptos para adultos de diversas edades. Piel de asno, según el cuento de Perrault, mantiene las connotaciones incestuosas del original, junto a un tono que por momentos la acerca a La bella y la bestia, de Cocteau. En este caso Demy vuelve a mostrar la elegancia de su puesta en escena, pero cierta artificiosidad y una frialdad hasta ese momento desconocida en el realizador lastran el resultado final.

En cuanto a El flautista de Hamelín, un relato de aire inocente pero inocultablemente perverso, es convertido por Demy en una mirada sobre la Edad Media de inusual dureza, en la que parecen asomar resonancias actuales.

La última película de Demy que se estrenó en Buenos Aires fue Un hombre en estado interesante, un film con una idea argumental original –un hombre que queda embarazado- pero que resultó una obra fallida por no parecer Demy la persona adecuada para llevar adelante ese proyecto.

A partir de allí su filmografía se hace más espaciada, dirigiendo solo cuatro películas en quince años: la enigmática Lady Oscar, una coproducción con Japón sobre una mujer educada como si fuera un hombre; Une chambre en ville, en la que Demy intenta reverdecer viejos laureles, construyendo otro film totalmente cantado al que lo perjudica la comparación con Los paraguas de Cherburgo y que la partitura de Michel Colombier no está a la altura de la de Legrand. Sin embargo, este melodrama musicalizado consigue varios buenos momentos y está a la espera de su revalorización.

En la casi desconocida Parking, Demy retoma el mito de Orfeo mientras que Trois places sur le 26, su último trabajo de 1988, es un musical al servicio de Yves Montand –visto en Buenos Aires en una Semana de Cine Francés -que cuenta con algunos números muy buenos. La prematura desaparición de Jacques Demy en 1990, cuando aún no había cumplido los  sesenta años, privó al cine de un realizador que –más allá de lo irregular y espaciado de su última producción- tenía todavía mucho para ofrecernos.

VERSION CON MODIFICACIONES DE UNA NOTA APARECIDA EN LA REVISTA EL AMANTE EN AGOSTO DE 1998.

Jorge García / Copyleft 2013