LA CHICA DEL SUR

LA CHICA DEL SUR

por - Críticas
17 Mar, 2013 05:14 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

DOS TIEMPOS

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La chica del sur, Argentina, 2012

Dirigida por José Luis García. Escrita por J. L. Garcia, con la colaboración de Jorge Goldenberg.

*** Hay que verla

Una de las grandes películas argentinas del año, segundo film de un director que se consolida como uno de los más interesantes realizadores del nuevo cine argentino. 

Hubo un tiempo en el que la idea de un mundo políticamente dividido en dos quedó obsoleta. Aquello que el historiador británico Eric Hobsbawn denominó “la era de los extremos”, cuya disolución estaría fechada por la caída del Muro de Berlín, es precisamente lo que la extraordinaria película de José Luis García captura en La chica del sur. No es un tratado de Historia sino una historia personal que sintetiza un cambio de paradigma en la experiencia de la Historia.

En 1989, tres semanas después de la significativa protesta estudiantil en Tian’anmen, José Luis García, más por azar que por convicción, reemplazó a su hermano en un viaje a Corea del Norte para participar en un festival internacional de la juventud de distintas agrupaciones de izquierda de todo el mundo. Financiada por la Unión Soviética, esta internacional estudiantil discutió sobre la vigencia del imperialismo, el cese de las armas nucleares; incluso, los miembros del Partido Comunista inglés reconocieron la soberanía argentina en las Malvinas. Tiempo de palabras, manifiestos y gestos. García, ostensible cineasta precoz, registraba el momento como si ya fuera un cineasta experimentado: sus imágenes tienen un valor histórico y sociológico, y sus encuadres y movimientos de cámara ya revelaban la gramática de un cineasta. Su talento es evidente.

También por azar, García filmaría al personaje de su futura película: Lim Su-kyong, una joven surcoreana que cruzaría la frontera y el pasillo de cuatro kilómetros que dividía y divide aún las dos Coreas, bajo un lema: la reunificación de Corea. La hazaña de Im fue un hito nacional y un dilema político, y para García fue la gran experiencia de su viaje. Pasado un tiempo, el joven cineasta se casó y se separó, se casó de nuevo y formó una familia; también hizo una película y se consolidó como realizador.

En todos esos años, aquel registro de su viaje permanecía con él, y una inquietud: ¿qué habrá sido de la vida de Lim? Tras rastrear las huellas de la joven por Internet, García descubre lo que vino después para la vida de su heroína: algunos años en la cárcel, una maternidad dolorosa, un retiro en un monasterio budista y una carrera académica. No hay dudas: la vida de Lim es de película. Y por eso, aunque no sólo por eso, García le escribirá un par de mails, viajará a Corea para entrevistarla y de ese modo cerrará su película. Aunque habrá un poco más y una sorpresa.

La exposición del proceso de composición del film incluye la voz en off del realizador, un recurso caro a los documentalistas pero no para García; sus intervenciones orales funcionan como apuntes de un viaje (el del cine) y, más que imponer un punto de vista, universalizan su indagación y su curiosidad.

Como sucedía en la notable Cándido López: Los campos de batalla, García muestra cómo un cineasta puede incorporar el azar a la puesta en escena. Se trata de una especie de poesis filmada por la cual se revela las instancias de construcción de la película cuya inclusión en sí funciona narrativamente. No se trata solamente de una retórica y un striptease elegante de una puesta en escena propia de un film que bien podría coincidir con la categoría de documental reflexivo acuñada por Bill Nichols; si bien es cierto que el film sirve de ilustración de ese concepto, en La chica del sur como en Cándido López: Los campos de batalla la revelación del procedimiento es también la expresión discreta pero perceptible de una aventura. La paulatina aparición frente a cámara del propio García responde al crecimiento de la figura del cineasta como un aventurero. En cierto momento de sus dos películas García se devela sus inconvenientes en pleno rodaje. Aquí, García cree y entiende que debe entrevistar a Lim, lo que pone en marcha la segunda parte del film. Su viaje a Corea, junto a ese personaje inolvidable e intercesor llamado Alejandro (un argentino e hijo de coreanos), fracasará en torno a la entrevista, pero una vez más todo lo que está alrededor de ese fin (secundario) completará el primer y pretérito registro, el que dio lugar unos veinte años atrás al film. El giro inesperado del film será el lugar de la entrevista, y nada esencialmente relevante aportará ese intercambio excepto un dato no verbal sino procedimental que habla más de la naturaleza de la película que de la historia que cuenta: la propia Lim es quien decide los cambios de puesta en escena. ¿Hablarán en inglés? ¿Responderá en coreano y Alejandro traducirá simultáneamente y a la vez estará en fuera de campo? Si bien un poco antes García comparte unas 10 preguntas posibles para hacerle a Lim, en el momento en el que esté frente a ella listo para preguntar él parece quedar enmudecido y desorientado. La comicidad de la escena es indiscutible pero más allá de su costado humorístico la inteligencia de la secuencia pasa por exponer un método de trabajo: García no impone sus preguntas e inquisiciones a lo real, tampoco parte de un conjunto de postulados evidentes por lo que buscará encontrar pruebas de su clarividencia teórica. Su trabajo es estrictamente el opuesto: no hay a priori sino un trabajo inteligente y sensible de recolección y composición de los datos a posteriori.

En efecto, hay documentalistas que filman como si fueran Hitchcock: ya han filmado antes de hacerlo; es decir, ya saben lo que encontrarán en un campo social específico y sólo tienen que encontrar y registrar la evidencia y hacerla coincidir con sus postulados, incluso cuando lo real se resiste al capricho del concepto. Filman lo que ya saben, son los idealistas del gremio. Los empiristas como García se lanzan hacia la intemperie y ajustan su sensibilidad a los golpes y choques de los materiales de lo real frente a su lente, y de allí leerán con cuidado y paciencia el sentido de lo que han encontrado en su búsqueda. La hermosura cinematográfica de La chica del sur es sentirse un testigo de un descubrimiento.

El encanto sociológico de La chica del sur es múltiple: se descubre un país en dos tiempos históricos, y a través de dos personajes de una misma generación, Lim y García, se constata la discreta pero poderosa mutación de una mentalidad colectiva. Los dos jóvenes, hoy adultos, sin traicionar sus simpatías por una difusa utopía, piensan y se piensan en unas coordenadas simbólicas inasimilables dos décadas atrás. La revolución ha sido sustituida por el humanismo, y la delimitación y distancia de la vida privada respecto de la vida pública es un dato empírico de la experiencia social. Es otro mundo, y ellos ya no son los mismos.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de marzo 2013

Roger Koza / Copyleft 2013