LA CASA DEL CINEASTA: DEL NATURAL (02)

LA CASA DEL CINEASTA: DEL NATURAL (02)

por - Columnas
07 Jun, 2021 03:53 | Sin comentarios
Segunda entrega de lo que puede ser considera como un diario de la poética de una película aún sin estrenar.

CUADERNO DE TRABAJO / CUADERNO DE CITAS

Vamos con Gloria al mar, fuera de temporada. Salir a la ruta. Samborombón, Salado… pasan los ríos como un alivio. En Castelli me asalta un recuerdo: habíamos parado a un costado del camino, debajo de un grupo de árboles. Tendría alrededor de diez años y estaba junto a mi padre. No ocurría nada en especial. Mi padre me contaba sobre los kilómetros recorridos y los que faltaban para llegar a Mar del Plata. Pero esa escena de verano, a la sombra de los árboles, con gallinas que iban y venían a nuestro alrededor, quedó grabada en mí por alguna circunstancia desconocida, y regresa ahora, cincuenta años después. Me vuelvo hacia Gloria; el sol le roza, de manera intermitente, parte de la cara y el pelo. Sé, de pronto, lo que siempre sabemos, que el tiempo pronto arrasará también con este viaje. Y no quiero. Y miro para preservarnos.

La visión del mar es inexplicable. Las dunas, el mar, el conjunto. La arena dorada del amanecer. El dorado se despliega como una mancha sobre el agua, y se une a otras manchas negras, blancas. La caída del sol entre las dunas. Hay que entrever esa luz, la inclinación del mundo hacia las sombras.

Amanece con mucho viento. Camino hasta la playa para filmarlo. Pero no puedo. Intento varias veces avanzar sobre la arena con los ojos cerrados pero el viento, que sopla desde el mar, me expulsa, como si estuviera cometiendo un desatino. «Cuando se enoja el de atrás, no hay forma», me dice la mujer del supermercado.

Por la tarde vamos con Gloria por otra entrada. El enojo se volvió un poco más benigno y esta vez no me expulsa. Consigo filmar la furia del viento sobre las dunas. Por momentos me cuesta quedarme quieto porque los ramalazos de viento me empujan. Tengo que entrecerrar los ojos; dejar hacer a la cámara, casi a ciegas. Pido una imagen. Por favor una imagen.

Tesoros de otra tarde: una flor de rayito de sol, una flor desconocida de pétalos azules, muy delgados, casi transparentes, una hoja de álamo blanco. Las pongo a secar dentro de un libro, entre papeles rústicos.

Se afianza una idea: del natural. Todo camino deja de lado o los otros, los que podrían haber sido. Atentos ahora a ese devenir, y a ningún otro.

¿Qué haré cuando no haya viento ni tormenta de arena sobre los ojos?

“Otros saben la palabra tú la ignoras

otros saben olvidar los hechos innecesarios

y levantan su pulgar han olvidado

tú has de volver no importa tu fracaso

nunca terminará es infinita esta riqueza

abandonada”. (Edgard Bayley, Antología poética).

Vemos con Mario dos conjuntos de planos: los de la playa -entendemos rápidamente que son de la película- y otros, que filmé hace unos años, de unos trenes abandonados contra la montaña en el sur de Chile. Me pregunta el por qué de los planos de los trenes. A través de las ventanillas rotas se ven las líneas moradas y ocres de los troncos de los árboles. Encuentro algo que se enlaza a las raíces que filmé en el patio de casa y a la idea que nos contiene estos días: Nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada. ¿Estará en una placa ese texto? No sé. Le digo que los trenes me resultan bellos, reliquias inútiles contra la piedra y los troncos. Los colores de la chapa se pierden, como los de algunas flores que puse a secar entre papeles. No todas las flores, le digo. Algunas pierden el color. Otras no. Mario hace silencio. Creyó siempre que para mí la riqueza abandonada era la naturaleza. ¿Por qué abandonada? ¿Nos separamos tanto de la naturaleza que perdimos la conexión vitalista? Hablamos largo y tendido sobre la naturaleza, sin llegar a nada, como siempre.

“La violencia en los cuadros de Turner parece elemental: está expresada por el agua, el viento, el fuego. En algunas ocasiones se diría que es una cualidad que pertenece solo a la luz. Escribiendo a propósito de una obra tardía llamada El ángel de pie en el sol, Turner hablaba de la luz como algo que devora todo el mundo visible”. (John Berger, Sobre los artistas. Vol 1).

“No consigo copiar servilmente la naturaleza, sino que me siento forzado a interpretarla y a someterla al espíritu del cuadro”. (Henri Matisse, Escritos y consideraciones sobre el arte).

“Empecé a entender la naturaleza como algo zurcido y profundo en lo que uno se sumerge; oscureciéndose. Sí, me demoro de nuevo”, (Anne Carson, La belleza del marido).

¿De qué modo habla la luz en el fin del verano? ¿De qué modo la luz escribe sobre el muro, en esos instantes frágiles, algo que no permanece más que en el impacto sobre nuestra emoción? Se hace de noche. La luna va y viene entre las nubes. Filmo esa luz y esas sombras girando. Una vuelta, otra. Diferentes tonos del gris contra la inmensidad negra. El gris es también esperanzador en la oscuridad cuando se esconde la luna. Ya no ladran los perros. Tampoco el agua corre por las canaletas. El silencio tiene su fiesta.

Una pequeña flor que sequé entre papeles conservó su color azul. La flor perdió algo de su forma, la organización de los pétalos, pero conservó el azul. La pego en la libreta. Pienso si durará el color, el año que viene, dentro de cinco, veinte años.

El aire está un poco más fresco pero la mañana es soleada. De pie, en la terraza, mientras corro unas macetas de lugar, pienso en la palabra espléndida. No la usaría jamás sino para algo vinculado a la naturaleza. Es pretenciosa para cualquier cosa salvo para un paisaje, una mañana, cierta luz. Es válida para la naturaleza por su carácter paradojal: ese punto de plenitud que invoca es habitado necesariamente por su inminente declinación.

Mario distingue sutilezas en los planos en relación al modo de mirar el mundo. Algo de la manera de pararse o andar del que mira, algo del carácter y la emoción del que sostiene la cámara. A veces propongo un plano y lo que él sabía en torno a eso, de antemano, se confirma. Como Maldonado que leía signos ocultos sobre la superficie del río Paraná -el movimiento y la potencia de las corrientes, la quietud y la amenaza, algo de lo invisible-, Mario ve en los materiales su exceso, o la falta de él.

Lo que sea, lo sabemos, lo que siga, debe surgir del interior del relato, de su materialidad. “Ir con la medida de aquel patio que sabes a ese lugar desconocido”. (Arnaldo Calveyra, Diario del fumigador de guardia).

“Ignacio nunca parte de una película que tiene clara, aunque siempre tiene una idea precisa de lo que quiere trabajar. Y lo bueno es que no la tiene cerrada. Y al no tenerla cerrada en un guion o en una idea fija, te da mucha libertad para trabajar. Y por eso, vamos modificando o transformando la película a medida que la vamos montando. Nunca hemos montado una película sabiendo cómo va a terminar ni por dónde va a ir. Y casi nunca hablamos de qué tipo de montaje hacer o de qué plano poner y qué cosa sacar. Pero sí la charlamos mucho. Antes y durante la edición, En cada película empezamos a hablar un año antes de filmar, incluso de cosas que no tienen que ver con la película sino de cosas que la rodean. Y, en general, voy interpretando todas las conversaciones que vamos teniendo a lo largo del proceso, y sobre eso voy tomando decisiones”. (Sophie França, Como un edifico de fósforos. Un fanzine sobre el cine de Ignacio Agüero”.

“Que leer la descripción del caminar por el campo abierto sea caminar por el campo abierto”. (Federico Falco, Los llanos).

“La forma no es un sobretodo que se pone sobre la carne del pensamiento (una antigua comparación que ya era vieja en tiempos de Flaubert), sino la carne del propio pensamiento, Es tan imposible imaginar una Idea sin Forma como una Forma sin Idea. En arte todo depende de la ejecución”. (Julian Barnes, El loro de Flaubert).

Gustavo Fontán / Copyright 2021

* Del natural (01): se puede leer acá