KUBO Y LA BÚSQUEDA DEL SAMURAI / KUBO AND THE TWO STRINGS

KUBO Y LA BÚSQUEDA DEL SAMURAI / KUBO AND THE TWO STRINGS

por - Críticas
05 Sep, 2016 04:25 | 1 comentario

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

CERTEZAS TEMPRANAS

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Kubo y la búsqueda del samurái / Kubo and the Two Strings, EE.UU., 2016

Dirigida por Travis Night. Escrita por Marc Haimes y Chris Butler

** Válida de ver

La ópera prima del mandamás de los estudios Laika tiene un magnífico poder de seducción visual que mitiga parcialmente sus zonas frágiles y cuestionables

Los niños están siempre en una edad de adquisición de creencias. El escepticismo les es impropio, pues el mundo es literalmente para ellos una agrupación de signos indescifrables que empieza a tener sentido de a poco. Un día la palabra ‘árbol’ es un árbol, y así sucesivamente hasta que los cuentos y los mitos ponen en juego el sentido de las palabras y no todo tiene un significado inamovible. Para incitar a la curiosidad conviene la pregunta y la sugerencia.

La historia aquí se circunscribe a un niño al que le preocupa la tristeza de su madre y extraña a su padre, un viejo samurái que ha muerto; las tías y el abuelo son almas malignas que provienen de otro reino. En cierto momento, las tías vendrán por el niño, que puede poner en riesgo el poder y desdén con el que parte de su familia sobrenatural mira el mundo de los hombres. Acompañado de un simio femenino y un escarabajo samurái, el niño enfrentará a sus oscuros parientes en una tierra alternativa. Pero no todo es como parece. Como sucede en cierta lógica cultural y narrativa del Lejano Oriente el enmascaramiento de la personalidad es una forma de estar en el mundo.

A un niño le llamará la atención el instrumento de tres cuerdas del niño Kubo, a quien su abuelo le arrancó un ojo; el shamisen es misterioso, pero todavía más se recordará la mejor idea de puesta en escena del film: el singular arte de plegar papeles para darle forma de criaturas adquiere aquí su adaptación cinematográfica. Cada vez que el origami se pone en movimiento, la película conquista lo que busca y no encuentra a menudo. En efecto, si el film hubiera sido una animación sostenida en figuras propias del origami habría sido magistral, lo que no quiere decir que la textura del dibujo sea deleznable. Hay pasajes hermosos e ingeniosos, como la secuencia de los ojos submarinos que en algún momento ponen en riesgo la vida del protagonista, y se podría abundar en algunos ejemplos (no) menos vistosos, aunque fugaces: la primera visita de Kubo al pueblo que está cerca del refugio en la montaña en el que vive con su madre.

El gran problema de Kubo y la búsqueda samurái reside en que todo lo que se cuenta tiene el peso de una revelación. El difuso universo simbólico del sintoísmo, contexto del relato, matizado con supersticiones que ya son invenciones de las propias películas de animación, no es una visión del mundo sino el mundo mismo. La contundente belleza de las imágenes tiende a disminuir la distancia crítica o cualquier atisbo de duda. La combinación de colores, las vestimentas, la reproducción de la aldea medieval, algunos ritos para los difuntos y ciertas criaturas marinas tienen un poder hipnótico. La realidad no puede ser de otro modo.

El problema aludido no está en la forma sino en el fondo: el film no es lo suficientemente japonés y por lo tanto su universalidad es paradójicamente falsa. Que se haya estrenado (casi) exclusivamente doblada al español es un reprochable defiencia que duplica una deficiencia en su naturaleza poética: el film en sí es ya un doblaje. Eso se constata en la interacción de los personajes; el tono neutro para representar la vida afectiva es propio de una estéril traducción de los sentimientos al lenguaje universal. Poco tiene que ver con un film de Miyazaki, en los que se acentúan lo singular de una cultura sin hacer concesiones hermenéuticas para sus potenciales espectadores; Kubo y la búsqueda samurái es más bien un remedo de cualquier film del maestro japonés; confundirlos expone una incapacidad de atender a las diferencias.

Hay películas grandiosas como Kiriku y la hechicera y El viaje de Chihiro, en las que el espectador (infantil), sin ser adoctrinado a un sistema de creencias, puede atravesar, conocer y hasta intuir una experiencia alternativa de todo lo que lo rodea. Travis Knight tiene las mejores intenciones, pero Japón está demasiado lejos de Portland, ciudad donde Knight y sus camaradas vienen produciendo buen cine para niños.

En este sentido, el camuflado y dogmático cierre del film, con las garzas doradas volando en el firmamento mientras un personaje suelta las máximas de una dudosa filosofía según la cual el final de la existencia es el inicio de otra, desnuda el film como lo que es: una ecléctica fantasía metafísica, pletórica de signos primitivos del Japón mezclados con algunos otros menos evidentes pero más cercanos a la tradición occidental, que incluye los desarraigados valores proliferantes en el cine globalizado para niños. La película de Knight vacila infinitamente entre entregarse al juego imaginario del cine y la voluntad de ilustrar bellamente una lección de vida.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de septiembre de 2016

Roger Koza / Copyleft 2016