EL HOMBRE QUE SABE DEMASIADO

EL HOMBRE QUE SABE DEMASIADO

por - Entrevistas, Libros
16 Sep, 2018 01:18 | Sin comentarios
Debido a la feliz publicación de Adiós al cine, bienvenida la cinefilia, ejemplar edición de Monte Hermoso ediciones, conversamos con Jonathan Rosenbaum sobre su último libro que sigue siendo un mapa conceptual de la transición que aún determina la cultura cinematográfica global.

La publicación en español de Adiós al cine, bienvenida la cinefilia es el acontecimiento literario del año ligado a la cultura cinematográfica. Su autor, el crítico de cine Jonathan Rosenbaum, es algo más que un escritor notable y un generoso librepensador. En la historia del cine, el famoso crítico del Chicago Reader, donde publicó regularmente por más de 20 años (además de haberlo hecho en tantas otras publicaciones destacadas como Traffic, Cinemascope, Film Comment), tiene el apreciado lugar de ser un aventurero de la cinefilia y un pasador, una figura del crítico que en este libro hermoso y erudito se vincula a una descripción de Edgardo Cozarinsky sobre los quehaceres de la crítica.

La mayor virtud de la prosa de Rosenbaum ha sido siempre la de construir un mapa para sus lectores y un sistema abierto de asociación entre tradiciones y cineastas distantes que intensifica la experiencia cinematográfica. Leyendo a Rosenbaum se siente la cultura cinematográfica como una prosa del mundo. La vieja intuición de Pasolini acerca del cine como el verdadero esperanto se verifica capítulo tras capítulo; el más paradigmático al respecto es aquel titulado De “Playtime a El mundo: la expansión y el agotamiento del espacio en el interior de las economías globales”, una pieza que relaciona dos películas de dos cineastas como Jacques Tati y Jia Zhang-ke que por sí misma justifica la lectura del libro.

Dividido en tres secciones conceptuales (posicionamiento general del escritor, estudios de intérpretes y cineastas y fundamentación de la crítica de cine), Rosenbaum elige como organizador simbólico el nuevo régimen digital que ha trastocado la experiencia cinematográfica y de ahí en más ordena las distintas consecuencias políticas y estéticas de ese hecho indetenible. En ese sentido, Rosembaun es el mejor intérprete de la transición de una cultura cinematográfica analógica a una de índole digital. La introducción y “Escribir sobre cine en la Web: algunas reflexiones personales” arrojan luz y conjuran cualquier gesto conservador frente a ese devenir, lo que no significa una acrítica recepción de este cambio de paradigma.

Pero Adiós al cine, bienvenida la cinefilia tampoco se ciñe solamente a su ostensible clarividencia respecto del presente del cine. Prodiga magníficos análisis de películas conocidas y despierta el interés por películas ignotas. Los capítulos dedicados a Chaplin, Welles y Ford son innovadores, y no menos estimulantes que aquellos en los que Rosenbaum otorga un lugar de privilegio a películas menos vistas, como WR: los misterios del organismo, Bella tarea y La casa está oscura. Un libro de viejas y nuevas preguntas sobre qué es el cine, un libro de descubrimientos y revisiones, y asimismo una exposición indirecta de la cinefilia como una práctica vital y un modo de conocimiento.

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Roger Koza: Después de 8 años de la publicación en inglés de Adiós al cine, bienvenida la cinefilia, los cambios tecnológicos que usted describe en el libro se han pronunciado: el formato Blu-ray se ha instituido como la mejor versión de un filme que puede adquirirse, los festivales de cine persisten y no dejan de ser un espacio de descubrimiento, Netflix parece moldear el ocio asociado a lo audiovisual y las series disputan el privilegio de las películas en el mundo de la cinefilia. ¿Cómo percibe todo esto bajo el marco conceptual del libro?

Jonathan Rosenbaum: Como ya no escribo sobre estrenos semanalmente, me cuesta responder. Como cinéfilo —que puedo definir no solamente como alguien que ama al cine, sino como alguien que vive en el cine—, no creo que la situación haya cambiado en demasía. La gran diferencia en mis hábitos como cinéfilo reside en que veo más películas en mi hogar y que la mayoría de las películas que elijo ver, por preferencia y conveniencia, son películas viejas. Según mi parecer, la mayor distinción consiste en que ver películas sigue siendo una actividad social parecida a la que se experimentaba en cines, auditorios y salas de exhibición, pero en un sentido diferente, gracias a los intercambios que estimula internet. Un ejemplo. Apenas 24 horas después de publicar una nota en mi sitio sobre la nueva página del crítico e historiador James Naremore, tanto en Twitter como en Facebook ya había recibido cientos de respuestas favorables.

RK: A lo largo del libro se puede rastrear una intuición fuerte acerca de la transformación de la experiencia cotidiana de lo que entendemos sobre la esfera pública y el espacio privado, lo que se puede constatar tanto en los relatos cinematográficos como fuera de estos. ¿A qué se debe este eje de análisis?

JR: Mi consideración sobre la crítica de cine como una actividad social se ve reflejada a fondo en los dos próximos libros que publicaré, concebidos como un díptico: Cinematic Encounters: Interviews and Dialogues, que la Universidad de Illinois publica en noviembre de este año, y Cinematic Encounters 2: Portraits and Polemics, que será publicado por la misma editorial universitaria en mayo de 2019. La relevancia del primer volumen respecto de la actividad colectiva se predica del título, que no es menos relevante que el segundo, que comienza, de hecho, con una “conversación” póstuma con Chantal Akerman sobre sus documentales y finaliza con una larga discusión del rol creativo que tuvo Oja Kodar en The Other Side of The Wind, de Orson Welles.

Permítame darle un ejemplo cinematográfico: una película como Playtime, de Jacques Tati, ya no se podría hacer en la actualidad, en tanto que se podría conjeturar que la esfera pública ha dejado de existir como tal, al menos si la concebimos como espacio público. El único modo por el cual alguien como Tati podría hacer un filme como aquel sería mostrando primero a distintos grupos de gente en edificios y restaurantes con sus teléfonos móviles y computadoras y proponer luego una situación general asociado a un desperfecto para ver qué sucedería en el comportamiento colectivo si las computadoras y los teléfonos se desactivaran.

RK: El cine de Tati tiene un rol significativo en todo el libro; usted lo entiende como una forma lúdica de apropiación estética de la modernidad. A su vez relaciona Playtime con El mundo, de Jia Zhang-ke, y le adjudica una función similar, en tanto que en ese filme chino se puede divisar qué significa vivir en nuestro tiempo y mundo globalizado. ¿Habría otro filme que represente mejor los últimos años?

JR: Tal vez podría citar mi ensayo “Performing Spectators: The Audience as Stray Dogs”, en que trabajo sobre Stray Dogs y Journey to the West de Tsai Ming-liang, el que está disponible en mi sitio, y que se publicará en Cinematic Encounters 2: Portraits and Polemics. Lo que ambas películas citadas proponen y que es medular en mi texto es ver cómo nos vemos a nosotros mismo viendo un filme.

RK: En Adiós al cine, bienvenida la cinefilia existe un esfuerzo constante por establecer vínculos entre la vida política de Estados Unidos y el cine. Usted no desdeña el mero placer, pero no abandona ese imperativo por hallar conexiones. El mejor caso es el que encuentra entre relatos asociados a la tortura (Saw, La pasión de Cristo) y el ejercicio discreto de esta durante la administración de Bush en Guantánamo.

JR: Sí, así es. Yo definiría ese gesto de mi trabajo como un intento de escribir sobre el mundo y ver las películas como una parte constitutiva de ese mundo.

RK: El breve capítulo dedicado a la relación que se dio entre la contracultura y el uso del cannabis y la retórica cinematográfica es brillante. Usted da ejemplos consistentes de cómo la percepción, las modalidades de narración y el montaje se alteran. ¿Ha pensado en otros estímulos recientes que modifiquen la experiencia cinematográfica?

RK: Es una buena pregunta, pero muy difícil de responder. Podría decir que sí, que la posibilidad de ver películas en el ámbito doméstico y el hecho de tener la opción de detener, revisar y recomenzar una película estimula una forma de experiencia más analítica y distanciada, estimulante para la crítica.

RK: Como suele pasar en sus libros, películas y cineastas de distintas tradiciones y épocas coexisten de un modo coherente. Aquí, Pedro Costa y Clint Eastwood comparten un territorio común, como sucede con Portabella y Chaplin, Oshima y Lubitsch, o Ghatak y Wilder. ¿Esto se debe a una agenda específica o es solo un azaroso encuentro determinado por su gusto?

JR: Es una consecuencia directa de mi entrenamiento temprano como asiduo espectador de la Cinemateca de París de Henri Langlois, donde se presuponía que Mizoguchi y Preminger, Stroheim y Elaine May, o Godard y Lang podían sentarse en la misma mesa y participar de una conversación coherente y significativa. En cierto modo, toda la obra de Godard podría ser descripta como el resultado directo de esa suposición.

RK: En la tercera parte del libro usted se concentra en varios escritores y/o críticos de cine, como Susan Sontag, Manny Farber, Raymond Durgnat, Serge Daney, Jim Hoberman, entre otros. En la mayoría de estos pasajes usted analiza los métodos de trabajo de sus colegas y a la vez revisa y enciende ciertas polémicas, la más evidente, la que sostuvieron por años Pauline Kael y Andrew Sarris en torno a la política de los autores. ¿Por qué los eligió y asimismo por qué sintió la necesidad de volver sobre viejas controversias?

JR: Para mí, las polémicas de hoy siguen siendo las mismas de aquel entonces, aún cuando la investigación, la teoría y los nuevos métodos de análisis (como los ensayos audiovisuales) complican y expanden la variedad de argumentos sobre esos temas de antaño. Un ejemplo perfecto podría ser el que acabo de redactar para la reseña de un libro para la revista Cineaste, dedicado a Auteur Theory and My Son John, de James Morrison. En la primera mitad del libro, Morrison ofrece una excelente historia de la política de los autores en la crítica en la que se esclarece, entre otras cosas, el modo en que los críticos de Cahiers du Cinéma, en la década de 1950, estaban influenciados por los surrealistas. Estos capturaban y preferían aislar momentos y explosiones poéticas y muy personales en la obra de un cineasta no del todo consistente, mientras que a los paladines anglosajones de la teoría de autor, como Andrew Sarris y Robin Word, les preocupaba detectar la unidad y la coherencia en la obra de un cineasta. La actualidad de las viejas polémicas es evidente; las controversias aún anidan entre nosotros.

*Esta entrevista fue publicada en otra versión y con otro título por Revista Ñ en el mes de septiembre de 2018

*Fotogramas: Playtime-El mundo; 2) Versión argentina de Adiós al cine, bienvenida cinefilia; 3) J. Rosenbaum; 4) Journey  to the West; 5) The Cloud-Capped Star

Roger Koza / Copyleft 2018