HABÍA UNA VEZ EN HOLLYWOOD / ONCE UPON A TIME IN… HOLLYWOOD

HABÍA UNA VEZ EN HOLLYWOOD / ONCE UPON A TIME IN… HOLLYWOOD

por - Críticas
22 Ago, 2019 06:03 | comentarios
Película polémica y singular; su modelo narrativo pertenece a otra lógica, su ubicuo pero inestable punto de vista despierta sospechas. El film es una legítima rareza por donde se lo mire.

EL DESEO DE CORRECCIÓN

Nada es más contundente que la irreversibilidad del tiempo. Lo que sucede es indetenible, un límite que todo ser consciente aprende a sopesar a medida que pasa el tiempo, sustancia decisiva de esa experiencia por la cual un evento que tiene lugar en un momento dado no se puede deshacer. Es en las tragedias que se adquiere esta amarga clarividencia; la impotencia es imbatible, el dolor, irreparable.

Cuando el 9 de agosto de 1969, los miembros de la secta “La Familia Manson” asesinaron a Sharon Tate, la actriz embarazada de ocho meses y medio, junto a cuatro personas más en su mansión en Los Ángeles, una sociedad aprendió sobre lo irreversible en una de sus expresiones más aciagas. La homicida crueldad mesiánica es doblemente absurda: fundada en el delirio, una persona o muchas creen tener la autoridad para decretar el fin de una vida por un pretendido ideal superior. Constatar lo irreparable en estos casos es aún más intolerable: la gratuidad de la acción es obscena, la maldad perpetrada resulta inentendible.

En una magnífica entrevista en el reciente número de septiembre de la revista Sight & Sound, Quentin Tarantino se refiere a dicho evento: “Cuando ese día empieza, cada escena con Sharon la va acercando al asesnato… Y cuanto más la vemos, nos gusta más, y ella tiene más importancia para nosotros. Y esto añade algo a la película. Cuando llegué a mi desenlace, me lo tenía que ganar. Tenía que ganarme ese final con toda la película”. He aquí la posición ética del film, cuya incorrección política manifiesta pertenece a un código de representación, lúdico y cinéfilo, que entra en colisión con el tema de fondo y su fantasma: el fin de la inocencia del espectáculo y la muerte de una hermosa actriz.

Había una vez en Hollywood / Once Upon a Time in… Hollywood, EE.UU., 2019

Escrita y dirigida por Quentin Tarantino.

Había una vez en Hollywood es un film rarísimo. En principio, cuenta la historia de un actor de televisión y cine y su doble en un tiempo y lugar específicos. El título designa un territorio físico y simbólico; el tiempo es invocado por la presencia de Tate, quien es además una figura espectral y flotante; cada aparición suya difumina en el juego narrativo una huella de lo real que impide que el film se clausure como un ejercicio de mera evocación. Es así como la trama evoluciona con una infrecuente libertad: por un lado, la estrella Rick Dalton, que interpreta magistralmente Leo Di Caprio, empieza a sentir que su época de esplendor ha terminado, aunque el relato le deparará un tardío plus de gloria en el western europeo. Tal situación desestabiliza un poco su relación con su doble, Cliff Booth (Brad Pitt), quien no solamente lo reemplaza en las acciones de riesgo, sino que funciona como un complemento emocional en la vida cotidiana de la estrella. Cada tanto, la cotidianidad de Tate intercepta esa línea narrativa central. Es así como se puede observar a la actriz participando en una fiesta en la casa del dueño de Playboy, bailando con sus amigas, paseando con Polanski, entrando a un cine y viendo una de sus películas, una escena maravillosa, porque la verdadera Tate irradia una plenitud ostensible, que le fue robada no mucho después y que Margot Robbie interpreta como si fuera un fantasma que vuelve a recordar un tiempo lejano. El contrapunto es entonces estructural: Rick filma una serie o una película, bebe, se relaja, se angustia, Cliff lo traslada, lo ayuda y hace sus cosas. Por su parte, Tate aparece y se retira. En verdad, la programática dispersión del relato es un avance certero hacia los últimos minutos. Es que todo el film, en verdad, se ordena secretamente hacia ese desenlace en el que se juega una carta fina, la cual da un sentido que trasciende el desparpajo, la invención, la incorrección y los placeres cinéfilos.

En el cine de Tarantino algo sucede desde Bastardos sin gloria.Hasta ese film, los relatos de Tarantino transcurrían en un mundo de evasión, allí donde la ficción es puro goce y la injusticia, la infamia, la violencia, la resistencia o la confrontación son cualidades de un contexto propio de un universo casi paralelo en el que todo vale, porque se invoca una tregua frente a la seriedad y el peso de lo real. La interdicción estaba prohibida, ya que la desobediencia a cualquier moral se encontraba al servicio de una irresponsabilidad que el cine puede prodigar y de la que los pastores de la cultura suelen sospechar. Es por eso que los placeres cinéfilos de Tarantino no siempre recibieron la aprobación de cierta cinefilia decorosa, a la que le no le basta la destreza formal del cineasta y la fluidez narrativa de todos sus relatos para reconocerle el estatuto de cineasta. Para estos, es apenas un cineasta bastardo, un adolescente eterno formado en videoclubes.

Pero desde ese film sobre los nazis, Tarantino añadió un interés inesperado y complicó las cosas: primero, soñó con incinerar a Hitler y sus seguidores más inmediatos; después, imaginó episodios de rebelión frente a la esclavitud en Estados Unidos; resignificó, más tarde, el legado de Lincoln en un western heterodoxo y amablemente sádico. ¿Qué buscó en esta ocasión? Intentó detener o revocar imaginariamente, por gracia de la ficción, el asesinato de una mujer, como si la ficción cobijara un poder, no siempre exitoso, de reinventar momentáneamente la Historia. Por eso, desde que la Historia es parte de las historias de Tarantino, reescribir el pasado, del siglo XIX o XX, constituye un imperativo de su poética, la cual no necesita desprenderse de los impulsos iniciales, desligados de cualquier lectura incisiva sobre un período histórico o una situación social reconocible. En efecto, la tensión entre evasión y reescritura, goce y crítica, placer o política no se resuelven en una síntesis luminosa y sin ambigüedades, pero en esa irresolución reside la fuerza salvaje y la libertad sin filtro del cine de Tarantino.

Había una vez en Hollywood se estrena en una época de un legítimo cambio cultural asociado al feminismo. Una lectura literal impugnará de inmediato la película: la violencia misógina de algunos pasajes resultará inaceptable en el orden de representación vigente, una transgresión que puede ser matizada o neutralizada si se intenta comprender el código estético empleado por el cineasta, que dista de ser realista y se erige como un antinaturalismo de excesos, como también por el privilegio simbólico que el film le dispensa a Sharon Tate. Hay también dos secuencias formidables con una niña actriz de menos de 10 años cuya inteligencia y desinhibición son ostensibles, y que en cada escena se luce, incluso si la interacción es con el propio Di Caprio, un personaje nada infantil que está en las antípodas del grupo de mujeres hippies, entre asténicas e infantiles, que viven en una comunidad en las afueras de Los Ángeles. El retrato paródico del hippismo puede ser leído como un desliz reaccionario, otra acusación reiterada contra el cineasta que no se predica enteramente ni del resto de las películas ni de esta; en todo caso, el problema de Tarantino con la Historia pasa por una sociología minimalista o primitiva y una apropiación de las épocas elegidas en la que el análisis político es reemplazado por una intuición simple e indudable, tal vez elemental, pero honesta de principio a fin.

Que Había una vez en Hollywood sea una película nacida en el corazón de la industria es una legítima rareza. La duración de las escenas, la textura de la imagen, las coreografías generales en el espacio, los diálogos, las citas cinéfilas desobedecen las reglas poéticas del presente. Estamos aquí frente a uno de los pocos autores que representan el punto de fuga de un sistema y el límite de este.

*Esta reseña fue publicada por Revista Ñ en el mes de agosto de 2019.

Roger Koza / Copyleft 2019


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