GUASÓN / JOKER

GUASÓN / JOKER

por - Críticas
07 Oct, 2019 11:39 | comentarios
Con un virtuosismo al filo de la hipnosis, Joaquin Phoenix exacerba el pathos de una obra maestra del cine dark.

SOCIÓPATA AMERICANO

La presencia de Robert De Niro como ladero de reparto no sólo es una referencia a (lo que todos sabemos: todos leímos la entrevista a Todd Phillips donde revela) dos influencias cruciales para el proceso de escritura del guión de Guasón, la canónica Taxi Driver, esa joya magna de la corona de los pesos pesados del cine de los setentas dirigida extraordinariamente por Martin “Marvel no es cine” Scorsese y protagonizada magistralmente por De Niro, y la culta por objeto El rey de la comedia, de 1982, también producida por esta dupla de creatividad a grados Fahrenheit, sino también un traspaso de mando: la mejor actuación del mejor actor del Hollywood contemporáneo ocurrió en aquel 1976 de taxis y masacre y, en este 2019, su heredero de insurrección y justicia al fin se revela y no es el que todos creíamos – Leonardo Di Caprio – sino el que muchos sospechábamos: Joaquin Phoenix, el actor que más pies da para los chistes sobre el ave homónima, se paró y le hizo frente a Travis Brickle hinchando el pecho (y encorvando esa espalda freak innata) como Arthur Fleck, el nuevo amo de las tinieblas vaporizadas desde las calles lúgubres de Nueva York, léase, Ciudad Gótica, léase, viceversa, que el anagrama urbano está servido en bandeja de cómic.

Dicen los que leyeron que dicen que Phoenix estuvo cuatro meses solamente para encontrarle la vuelta rítmica/tímbrica a la risa del Guasón. Vimos la película y conocemos la obsesión lunática de Phoenix para entregarse a sus criaturas, por lo tanto creemos que no exageran los que dicen (y los que verán doblada la película, ¡púdranse en Arkham!).

Guasón / Joker, EE.UU., 2019

Dirigida por  Todd Phillips. Escrita por  T. Phillips, Scott Silver

Antes un hiato. No seamos malvados en destrozar retrospectivamente la composición de Jack Nicholson, que a fines de los ochentas fue el Guasón que imaginábamos. Hace una década, Heath Ledger nos convenció de que su trabajo era insuperable, que era el Guasón que necesitábamos. (El Guasón de Jared Leto nos reveló que con talento no alcanza y que se puede caer en la emulación crispada de un títere eléctrico con pilas vencidas, por lo tanto, lo llamaron a retiro: DC phone home). Hoy Phoenix nos enseñó, cual arrogante pero impecable egresado de un hipotético “Allen Ginsberg Actors Studio”, que cada generación merece su Guasón, que el Mal necesita reforma de contrato permanente, que se puede subir la vara de la calidad interpretativa ilimitadamente y que, si seguimos así, el próximo Guasón deberá ser actuado directamente por Dios. ¿O Dios es Phoenix, el ídolo de masas renacido de un labio leporino y forjado en los fuegos importunos de una actitud contranatura hacia la prensa (que todos, incluso los periodistas, aplaudimos)? El reto es retórico: podemos arriesgar, desvergonzadamente, paganamente, que nadie podrá superar a este Guasón, el nuevo paladín de los sociópatas germinados en los callejones grasientos de una Ciudad que no es Gótica sino que responde a la arquitectura moderna de los Estados Unidos, la casa-cuna del bullying. El Hombre Murciélago no aparece, pero Thomas Wayne, el padre de Batman, por primera vez, no es retratado como un filántropo que reparte recursos: es un vivillo que está demasiado ocupados redactando falacias para la prensa y si por él fuera tendría su oficina en la Torre Trump para poder tomar whisky a solas con el cretino de Giuliani.

El director Todd Phillips presenta a Guasón como antihéroe, no como villano: como un superviviente involuntario que está vivo sin razones para vivir. La tracción del suicida al instinto de conservación a fuerza psíquica. La escena con el colega enano en el departamento es el elemento argumental de tensión que le quita al Guasón el rol de entidad maligna abstracta para colocarlo en el arquetipo moralmente redimible de un justiciero cinematográfico íntimamente humano. La empatía que los moralistas detestan. La decadencia de Arthur Fleck hacia su faz de Guasón es el relato de una desesperación devastadora; simplemente un cuento muy, muy triste, más triste aún que la génesis del Pingüino en Batman vuelve, porque a éste al menos lo amaban sus aves. El Guasón es el monstruo social que genera el sueño de la amabilidad, diría Keanu Reeves. El Guasón es el hombre que se levanta tambaleante después de cada golpiza innecesaria para caminar como un zombie desecho anímicamente hasta llegar a su refugio uterino, el hogar de una madre enferma que lo retiene en un limbo de ambigüedad mental delirantemente creíble. El Guasón es el Arthur Fleck que no recupera nunca la conciencia. La ciudad le anula la sensatez, en la vida nunca hay sol, el hombre vagabundea como un náufrago institucional con su figura recortada contra las escalinatas interminables que lo suben a su descenso, cae al piso cuando es golpeado sin piedad y allí también es golpeado, recupera la conciencia justo a tiempo para manotear un arma de su bolsillo, y se queda completamente solo en los túneles del subte, tras el bautismo de fuego que migra su personalidad al desarraigo psíquico sin retorno. En este momento de derrota absoluta Phillips le entrega un nuevo DNI a su hijo ficticio, cuya foto carnet ya lo muestra con el pelo teñido de verde (el color verde, un clásico de la asociación a lo distinto). Esta película es de un pesimismo ígneo y por ello es casi un noticiero. Pero apartidista: la culpabilidad es de todos. Cuando Arthur Fleck deja de existir, Guasón, la película, se eleva a los cielos nublados del noir espiritual más aplastante. Nace un sociópata, porque lo hemos fecundado. Phoenix, en su esplendor artístico, no usa colmillos, usa la mirada. No gruñe, ríe. Norman Bates jamás le abriría la puerta de su motel. No hay vacantes, señor, Mamá está enferma.

Hablando de Mamá, mamita querida: lo que sucede entre Guasón y su madre es el complejo de Edipo si la obra teatral con Edipo no hubiese tenido nada que ver con eso y el complejo hubiese surgido miles de años después, pos-Freud, con Carrie. ¿Edipo Rey? No: Stephen King. Casi una cuestión de traducción. Guasón podrá pulsar el boomerang de la violencia gráfica del entretenimiento audiovisual, pero, al cabo, su lirismo brutal es lo que le da estatus de obra de arte pop: el reflejo de la mente perdida en los ojos de Phoenix, su risa abrasiva desde el abismo, su inestabilidad cerebral dodecafónica, las implosiones catárticas en la zona gris de la convivencia cívica. Las crueldades a las que se ve sometido un pobre tipo atrapado en las cicatrices de su infancia revelan a las personas como una argamasa viva sin piedad, la mancha voraz de la civilización. Bienvenida esta joya humanista de la misantropía. La masacre de Columbine somos todos. Trump es el Mal.

Miguel Peirotti / Copyleft 2019