GRAN TORINO

GRAN TORINO

por - Críticas
11 Mar, 2009 04:04 | comentarios

**** Obra maestra  ***hay que verla  ** Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

HARRY EL LIMPIO

 

Gran Torino, EE.UU., 2008

Dirigida por Clint Eastwood. Escrita por Nick Schenk.

*** Hay que verla

Despareja aunque fascinante, la última película de Clint Eastwood es una suerte de testamento cinematográfico, en donde se puede ver las virtudes y las debilidades del realizador por igual.

En una cultura global en donde ser joven es un imperativo indiscutible sea cual fuere la edad que se tiene es saludable ver que en el cine, al menos, directores como Manuel de Oliveira, a sus 100 años, u octogenarios como Rohmer, Resnais, Oshima, Eastwood, den cuenta de que existe un estadio de la vida llamado senectud que no es sinónimo de decadencia. La lucidez se conquista en la duración, y eso es, esencialmente, lo que el personaje de Eastwood, Walt Kowalski, discute, en Gran Torino, con un cura recién ordenado, lo que está implícito también en sus vínculos con otros personajes más jóvenes.

En el plano general de apertura se ve una iglesia. Allí se está conmemorando a un difunto. Fastidioso y visceralmente anticlerical, Kowalski gruñe como un perro, más aún cuando ve a su nieta con su aro en el ombligo y a sus nietos absortos en la pavada; es su abuela quien ha muerto. Los hijos de Kowalski se preguntan cómo será la vida de su padre, un excombatiente en Corea y un empleado retirado de una fábrica de autos que, tras 50 años de labor, conserva un Gran Torino, modelo 72, como símbolo de un tiempo pretérito.

Kowalski es racista, intolerante, nacionalista. Su diatriba humorística contra judíos, afroamericanos, irlandeses, luteranos, italianos y orientales suele tener un contrapunto en sus gruñidos, matizados a menudo con un escupitajo. Sus vecinos, una numerosa familia de nuevos inmigrantes pertenecientes al pueblo Hmong de China, expulsados de Vietnam, lo saben, en especial una anciana. Pero cuando un joven de la familia, obedeciendo los mandatos patoteros de una pandilla asiática, intente robar el tesoro con ruedas del garaje de Walt, el viejo cascarrabias se convertirá, paradójicamente, en un mentor de Thao, «cabeza de cierre», y un protector, pues las calles de Detroit, alguna vez un paraíso industrial, son un páramo propio de un western.

Como sucedía en Cartas desde Iwo Jiwa, Eastwood sabe que la otredad habla en otro idioma y vive en otro mundo. En este nuevo estudio sobre la violencia, Eastwood no solamente se involucra con sus vecinos orientales, alguna vez enemigos, sino que actualiza y devuelve un espejo de la composición multicultural de su país. Esto es América en el siglo XXI, y el supuestamente segregacionista Kowalski sentirá que estos chinos son su verdadera familia.

Gran Torino es formalmente prodigiosa. Los planos se articulan como motivos de una balada de jazz. Las escenas abren con planos generales en picado, el claroscuro predomina, el tiempo de cada escena es el necesario. Basta un breve plano medio de Kowalski llorando para transmitir la repugnancia ante la violencia como metodología. La discreción es la regla, un principio ausente en El sustituto.

Pero los últimos 15 minutos de Gran Torino superan a la película en sí. Eastwood se convierte en todos sus personajes. Habrá una confesión difusa (y agnóstica aunque el contexto denote lo contrario), el reconocimiento de que jamás creyó en la Magnum 44 de Harry el sucio. Es el réquiem artístico de un cineasta que elige conjurar su pasado sin el auxilio de la religión. Ecce homo: Eastwood, el solitario, el que sabía que los únicos héroes son aquellos que doblegan el poder del fuego.

Copyleft 2009 / Roger Alan Koza

Esta crítica fue publicada por el diario La Voz del Interior en el mes de marzo de 2009