FIRST COW

FIRST COW

por - Críticas
12 Jul, 2021 08:31 | comentarios
Una de las grandes películas estadounidense de los últimos años transcurre en el siglo XIX y tiene como protagonistas a un cocinero, un socio de origen chino y una vaca.

La advertencia es conocida, y expresa una mezquindad disimulada sobre un modo de concebir la confianza entre dos personas que dicen ser amigas: el dinero y la amistad no deben combinarse, como si el afecto y el interés fueran excluyentes y el peligro de esa intersección estuviera destinada fatalmente a la decepción. Demasiadas cosas hermosas pueden enumerarse en First Cow, pero ninguna está por encima de la demostración amorosa de que la economía y la amistad pueden pertenecer a un mismo sistema de intercambio. La cita inicial de un proverbio de William Blake es la enunciación poética de una política, una política de la amistad.

En cualquier película el plano de apertura es decisivo. Los grandes cineastas jamás descuidan la develación del mundo y el encuentro con los destinatarios. Kelly Reichardt está entre las mejores y no prescinde del arte de invitar a un espectador a visitar una época y su gente. Así, la panorámica sobre un espacioso río de Oregón descubre sin apuro la aparición de un buque de carga inmenso, de los que acostumbran a llevar mercaderías de todo tipo. En el mismo escenario, el plano siguiente introduce a un perro que, gracias a la eficacia de su hocico, halla algo en la tierra. La dueña del perro observa, piensa, desentierra y confirma: a la orilla del río yacen dos esqueletos juntos. ¿Quiénes fueron? La película no es otra cosa que la respuesta a esa pregunta, un viaje en el tiempo que comienza de inmediato y sin aviso. Para pasar del siglo XXI al XIX basta con prodigar un plano de una mano recogiendo un futuro condimento y constatar que la indumentaria y el calzado son anacrónicos. En un segundo, el pasado se torna presente.

First Cow es la historia de dos amigos y una vaca. Uno es cocinero y estadounidense, el otro es chino e intenta como tantos inmigrantes aprovechar el impulso de un país que comienza a escribir su historia para establecerse. La vaca en cuestión es la única en ese territorio, recién llegada para satisfacer a un hombre británico que tiene a su cargo la administración política de ese pueblo, todavía de calles de barro y precarias construcciones de madera. En un travelling lateral tan elegante como elocuente, Reichardt registra de izquierda a derecha las manos de los distintos clientes que forman fila para comprar los deliciosos pastelitos que la dupla protagónica ofrece en el centro del pueblo. La secuencia es magnífica porque constituye un inventario de procedencias culturales y asimismo de formas de pago característico de una economía aún premoderna. Es el inicio del capitalismo en América y los primeros indicios de su multiculturalismo.

El trágico destino revelado en el inicio deriva de la relación de los dos hombres con la vaca. La materia prima del emprendimiento dietético proviene del silencioso cuadrúpedo de piel marrón. En las noches, cuando el dueño y sus sirvientes duermen, el chino hace guardia y el cocinero ordeña los litros que necesitan para dar consistencia a los pastelitos que enloquecen a la población. Cada escena de ordeñe resulta una sagaz combinación de elementos de comedia y suspenso; y por cada una la vaca demuestra un dominio absoluto de sus expresiones. Como puede predecirse, la suerte no siempre acompañará a los amigos. 

First Cow es grandioso. Puede retratar la lógica intrínseca de la ley de la oferta y la demanda y también la dimensión no económica que define a esa ley circunscripta a la invención de deseos investidos de necesidad; puede transmitir la amistad entre dos hombres, cuando el azar los convoca para los negocios, pero estos privilegian ante todo la lealtad afectiva; puede incluso invocar el misticismo telúrico de los pobladores originarios de los Estados Unidos y embellecer con una danza ritual una secuencia de convalecencia. Las sorpresas abundan, los detalles también. El mejor ejemplo al respecto es una escena sin gran peso dramático pero tímidamente esplendorosa: una canoa pasa velozmente por un río con un perro adelante que observa todo lo que está a su alrededor. Descripta así, es casi irrelevante, vista en la película es puro encantamiento cinematográfico.

No es la primera vez que Reichardt le dedica una película al pasado distante de su país. El atajo de Meek (2010) era un western más ortodoxo excepto por el peso de su intérprete principal, que era una mujer. First Cow tiene los signos característicos del género, que nunca deja de ser una lectura lateral de la historia de una nación conquistando el dominio de las leyes, pero tampoco es fiel a las reglas: los pocos tiros que se escuchan son tan esporádicos como las conductas de los hombres determinadas por una rústica masculinidad. El retrato de la amistad entre el cocinero y el hombre de origen chino no está inscripto en la tradición de los jinetes que cabalgan juntos. La hermosura del relato reside en ese vínculo que no está regido por un erotismo difuso ni tampoco por la ética de la rudeza propia de los hombres curtidos del desierto y la pradera. Lo que resplandece es la amistad a secas y sin atributos.

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First Cow, Estados Unidos, 2019.

Dirigida por Kelly Reichardt. Escrita por Jonathan Raymond y K. Reichardt.

*Esta crítica fue publicada por Revista Ñ en el mes de julio de 2021.

Roger Koza / Copyleft 2021

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