FILMFEST HAMBURG 2010 (3)

FILMFEST HAMBURG 2010 (3)

por - Festivales
06 Oct, 2010 09:49 | 1 comentario

Animales poéticos

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Por Roger Alan Koza

Es difícil saber de qué se trata la poesía. A menudo, aquello que se denomina poético suele resultar como mínimo un lugar común rancio e insípido, una operación de la palabra que intenta conjugar lo inefable en verbos, sustantivos y adjetivos, cuya musicalidad y métrica pueden doblegar el capricho de un orden supuestamente sensible pero invisible, más bello y único del mundo. Los poetas, siempre sospechados de inactividad y de un pragmatismo nulo, son sujetos esencialmente improductivos. No se sabe muy bien qué hacer con ellos, y qué es verdaderamente lo que hacen con las palabras, a pesar de que ellos mismos definen la existencia humana como sustancialmente poética: “Poéticamente habita el hombre sobre la tierra”.

También se dice que existe un cine poético, el que no debe confundirse con el cine de poesía. Un plano luminoso del atardecer, un Neruda ficcional cantándole al mar, un fantasma porteño de Oliverio Girondo recitando en una avenida, Leo  visitando por una temporada el infierno, un travelling pausado sobre un jardín de flores coloridas mientras suena Las cuatro estaciones de Vivaldi, constituyen posibles figuras de lo poético. No hay duda que se trata de figuras abominables, que de existir algo asó como un sentimiento del mundo poco tiene que ver con estas representaciones.

Lo poético, incluso, quizás ni siquiera está ontológicamente ligado a lo bello. A través de la poesía, casi siempre, se insiste en el sentido oculto del mundo, quizás porque se cree que en la invocación poética trasunta otro mundo, el que importa, el que sostiene, el que rige las cosas. De allí cierta mirada esencialista respecto al lenguaje.

Esta noción poética es la que legitima plano tras plano el “bellísimo” film Silent Souls. Se trata de una orquestación orgiástica espiritual de planos cinematográficos, en donde cada color calibra el resplandor del mundo. El espectador debe corroborarlo y expresarlo: ¡Qué hermosura! Por ejemplo, el pendejo de una concha colgando de un árbol es una secuencia sublime, y además, en ese gesto pictórico arrancado del erotismo genital, hay que festejar cómo una tradición sobrevive. Sí, los Merja y sus tradiciones, estos adoradores del agua, un pueblo que cree en ese elemento, capaz de hacernos viajar hacia una existencia infinita, un remoto océano espiritual al que nos dirigimos insoslayablemente, lugar al que no se debe llegar antes de tiempo, territorio intangible en donde nos esperan quienes amamos.

Y aquí está el filme de Aleksei Fedorchenko para dar testimonio de todo eso y más: la operación consiste en resucitar una tradición, sus prácticas y sus creencias; nuestro ojo vibra ante el redescubrimiento. Es que ell cine debe encantar, hechizar, animar ese pasado sumergido. Es una tradición olvidada de la que se puede aprender. Por eso los consejos fluyen acuáticamente: si un ser amado muere, se nos sugiere, tanto para evitar el dolor y alivianar la pérdida,  hay que hablar con un amigo sobre todo lo bueno que se ha vivido con quien chapucea en agua de la eternidad, y contar  todo aquello que no se pudo hablar o decir al muerto.

El último ritual no es por cierto una novedad: el cuerpo debe quemarse por completo, y aquí la cámara casi que descubre el fuego. Lo novedoso es lo que sigue: el viudo puede cogerse a alguna puta joven, y el amigo confesor puede participar de esta medicina veloz.  No queda claro si esta decisión corresponde a la etnia que nuestro director se propone a reinventar; por las dudas, Fedorchenko estetiza conscientemente el polvo: un plano general en picado y otro  travelling ampuloso revela la belleza del momento: las jóvenes gozan con los amigos en duelo, y aunque ellos permanecen en fuera de campo. Y además está esa música tan hermosa, omnipresente y altisonante: la platea está obligada a estremecerse, se debe musicalizar el éxtasis y el asombro. Son los sonidos espirituales del mundo, música planetaria y telúrica, supuestamente universal y particular, y aquí responde a una estrategia simbólica: lubricar los planos del tal modo que el poder icónico de éstos nos convenza de la existencia de un mundo.

Un narrador en off dice que su intento es escribir un libro sobre su etnia y sus costumbres, un modo de conjurar la angustia, según su padre ya fallecido. El intento es simple: preservar una cultura a través de un relato que coleccione un estilo de vida. A partir de allí, el escritor amateur y un amigo suyo, a quien se le ha muerto la mujer, inician un viaje y un ritual. Se trata, efectivamente, de un road movie transcendental y una elegía personal.

Lineal y metódica, Silent Souls apuesta a mostrar todos los pormenores del ritual. Aquí, el agua lo es todo. Un travelling hacia adelante es el inicio de un largo plano secuencia en el que el viudo higieniza a la occisa. Naturalmente, ella no habla, y tampoco lo hará cuando el obligado flashback la muestre vivaz y amorosa, aunque Fedorchenko sí le dará una escena en la que su jadeo masturbatorio  se pueda escuchar. Una mujer no habla, gime. La voz en off explica el procedimiento, mientras suena voces femeninas. Y así, viajando de un lado al otro, con algunos recuerdos que detienen el destino ineludible del ritual mortuorio, los amigos llegan hasta un lugar perdido en la nada. Las cenizas viajarán por el Volga.

Los amantes de Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera estarán complacidos con este film de Fedorchenko. La capacidad de engaño de Kim se repite aquí bajo el mismo patrón: embellecer la insipidez, estetizar una fantasía personal en el nombre de una tradición y hacer pasar por cine lo que simplemente es un ejercicio visual, una instalación grotesca amparada en un falso formalismo. Es pura poesía de National Geographic, un espectáculo homeopático montado en torno a una cultura que permanecerá inaccesible.  Es candidata. Le gusta a todo el mundo.

Fotos: Silent Souls

Roger Alan Koza /Copyleft 2010