FIGURAS DE LA GUERRA / QU'ILS REPOSENT EN RÉVOLTE (DES FIGURES DE GUERRE)

FIGURAS DE LA GUERRA / QU'ILS REPOSENT EN RÉVOLTE (DES FIGURES DE GUERRE)

por - Críticas
14 Jul, 2012 03:45 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

LOS SALVAJES

Figuras de la guerra  / Qu’ils reposent en révolte (Des figures de guerre), Francia, 2010

Escrita y dirigida por Sylvain George

**** Obra maestra

Una película nacida de la rabia, una película extraordinaria. 

La irrupción involuntaria de lo siniestro ante nuestra mirada siempre culmina en fuera de campo. Frente a un vagabundo desnudo respondiendo a sus necesidades fisiológicas basta girar la cabeza y eliminarlo del campo de visión. Al malestar se lo domestica o, en su defecto, se lo ignora olímpicamente.

A gran escala, en esa fantasía globalizada donde el mercado es un magma liberado por donde circulan los productos, miles de sujetos deambulan entre fronteras sin poder elegir con libertad sus destinos y movimientos. Sucede en Europa y en esa ficción llamada América, pero ya casi no hay territorios que no se sientan amenazados por esa figura restituida en su peligro: el extranjero, o más precisamente, el inmigrante ilegal, personaje conceptual que se explica bajo una concepción reduccionista de soberanía. Es él, supuestamente, quien pone en peligro los puestos de trabajo, el que introduce la mugre, la rapacería, ciertos virus, incluso el terrorismo.

El extraordinario filme de Sylvain George sitúa la batalla en Calais, al norte de Francia y a 36km del territorio británico. Es un espacio específico de una guerra no declarada contra los desposeídos de naciones económicamente devastadas que están en todos lados. El inmigrante es el síntoma de una distribución parcializada de la riqueza. Allá, afganos, libios, rumanos; por acá, bolivianos, paraguayos, chinos. Es un fenómeno universal, e incluso atemporal. La invención del bárbaro es pretérita, casi prehistórica. Tal vez eso explique la misteriosa inserción de los planos iniciales y finales de montañas y pirámides, paisajes míticos e iconográficos.

Desde el 2007 y durante tres años, este director de 44 años filmó cuerpo a cuerpo, completamente solo, la cotidianidad de los perseguidos. Tareas mecánicas como el cepillado de dientes y el lavado de ropa, la preparación de la comida y los refugios para dormir se combinan con un sentido regular de emergencia. Por ejemplo, huir de la persecución policial, lo que requiere diversas habilidades como correr, naturalmente, pero también quemarse las huellas digitales para no ser reconocidos como viejos intrusos por los sistemas informáticos. El ritual es del orden de lo siniestro: los clavos y el fuego, las yemas de los dedos y la identidad elidida. El segmento en cuestión condensa la indignación del realizador y el fundamento de su rabia, y su vez la lógica de su estética: al indocumentado, al nómade involuntario, lo mira no sólo con respeto sino con admiración: ante sus rostros el contrapicado es la justa elección.

Lo imponente de Figuras de la guerra es que en esta reinvención del cine militante no se renuncia ni a la belleza ni a la forma cinematográfica. No se trata de una película panfletaria o de denuncia. George registra la naturaleza, los cuerpos, los campamentos, los objetos como un mosaico viviente en el que tiene lugar una confrontación dialéctica sin resolución. Las panorámicas de los buques en el horizonte, los primerísimos planos de la espuma del mar chocan incesantemente contra sus contrapuntos urgentes: un plano general donde alguien se sube como polizonte a un camión, los planos detalle de zapatillas y dibujos. La tensión formal es la regla. Rebelión y descanso, como lo indica el título original, “Que descansen en la revuelta”, título que proviene de un texto de Henri Michaux.

Figuras de la guerra restituye la función de la imagen: darle existencia a lo diferente y a la desemejanza; el otro existe, habla, se mueve. George no habla en nombre del oprimido, más bien deviene en un canal sensible. La operación estética y política es precisa: desarticular el modelo de representación del inmigrante. Ellos cantan, rezan, protestan, declaran, según les dicte su deseo e indignación. Nada de planos medios frontales o laterales, propios de la televisión con sus profesionales que subrayan lo visible con una retórica humanista, propensa a la compasión o en su defecto a su necesaria inversión lógica: el pronunciamiento de un discurso listo para demonizar abiertamente al intruso.

Cuando todo parece terminar en una batalla campal en una zona de refugiados conocida como “la jungla”, después que los salvajes caucásicos desplieguen sus fuerzas y arremetan incluso contra mujeres y niños, la limpieza étnica y racista resultará ineficaz. Ellos volverán, y ahí estará George con su cámara, esperando rabiosamente para ser el cronista de una guerra diferida y sin imágenes. No habrá impunidad visual para los salvajes.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de julio 2012.

Roger Koza / Copyleft 2012