FICUNAM (14)

FICUNAM (14)

por - Críticas, Festivales
16 Feb, 2011 03:47 | Sin comentarios

FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE UNAM: PELÍCULAS EN COMPETENCIA / FILMS IN COMPETITION

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Im Alter Von Ellen / A la edad de Ellen, de Pia Marais, Alemania, 2010

Todo empieza con una discusión de pareja. La mujer sospecha y quiere saber. El hombre duda: quizás no tiene nada para decir. Pasan unos minutos, y él decide confesar: hay otra mujer en su vida y está embarazada (Jeanne Balibar es quien interpreta a Ellen, una azafata alemana). Quizás el problema de la pareja esté vinculado al trabajo; después de todo, el nomadismo insustancial de los comisarios de a bordo, una casta de mozos voladores, implica un modelo vincular en donde la inconstancia y lo fantasmal son regla.

En un vuelo en algún lugar impreciso de África, mientras Ellen y sus compañeros son trasladados al avión, Ellen ve por la ventana un leopardo suelto. Es una imagen extraña, enrarecida, casi onírica. Ya en el avión, vuelve a divisar al animal salvaje. De pronto, una mujer rapada aparece en escena, y junto con ella un par de policías y militares. Un disparo. El animal no morirá, pero se trata de una premonición. Es el futuro que se anticipa; Ellen, desde ese momento, no será la misma.

En realidad, la escena crucial vendrá después. Ellen sufrirá un ataque de pánico al comienzo de un vuelo. Se marea, se asfixia y escapa. La imagen del leopardo reaparece por un instante. Es la materialización de un signo, una marca en el imaginario y la transferencia de un deseo. La fuga tendrá consecuencias: ser despedida fríamente de la compañía, lo que la lleva a un nomadismo temporal por tierra, de un lugar al otro. Lógicamente, Ellen ya no posee un hogar; no tiene nada, ni a nadie. De casualidad, dará con un colectivo ecológico y vegetariano, fundamentalmente conformado por gente más joven. Estos militantes del tofu se convertirán en un grupo de pertenencia momentáneo y una preparación mayor para retornar a África. El leopardo espera.

Pia Marais filma un estado del mundo a partir de un estado psíquico, o más bien elige una profesión como síntoma de un malestar global. La condición inmaculada y la estética de la pulcritud de los aeromozos queda aquí desenmascarada. Se trata, efectivamente, de una profesión extraña cuyo carácter secreto de servidumbre es revestido y conjurado por un ideal impreciso ligado al vuelo, a la libertad del traslado, a los viajes. Las compañías aéreas simbolizan un poderío técnico y económico, más allá de las quiebras que suelen acechar su existencia.

Hay un momento crucial, lo que no implica que Marais acentúe su importancia. El secreto de su film radica en sostener atmósferas. En su vagabundeo, Ellen llega a un hotel de aeropuertos. Están algunos de sus compañeros. Los miembros de la flota organizan una fiesta. Todo está permitido. Es el reverso necesario del conductismo puritano al que se someten los siervos voladores. El descontrol, la mugre que dejan tras ese carnaval secular en miniatura, constituye una compensación libidinal de una economía libidinal específica.

Esta liberación pasiva de los empleados aéreos vuelve a reverberar en el grupo anarco-ecológico al que Ellen se une momentáneamente. Una lectura veloz podría concluir que la perspectiva sobre estos jóvenes militarizados que pregonan el vegetarianismo, el fin de la experimentación científica con animales y una suerte de colectivización de la propiedad privada transmite una fuga del sistema y una práctica revolucionaria. En verdad, esta célula ecologista supuestamente democrática (votan, entre otras cosas, si Ellen puede quedarse con ellos por un tiempo), capaz de liberar gallinas, hámsters de laboratorio, vivir entre perros y gatos, y montar una escena de alfabetización dietética contra la carne poniéndose todos en bolas, resulta, finalmente, un gesto histérico consustancial con el sistema que aborrecen. Son azafatos por otros medios. Es que se trata de una rebeldía estructuralmente necesaria para sostener un sistema productivo y político global, un simulacro de política, o, en todo caso, un fascismo difuso en el que se está dispuesto a obedecer a otro amo mientras se defiende conscientemente una gran causa.

Los animales políticos de Palais podrán convivir con mascotas y reconocer la dignidad de los roedores. Sin embargo, son más animales que políticos. Y da la impresión de que la joven directora es consciente de las limitaciones de sus criaturas.

Roger Alan Koza / Copyleft 2011