FICIC 2014: CON AVANCES CUALITATIVOS

FICIC 2014: CON AVANCES CUALITATIVOS

por - Críticas, Festivales
30 May, 2014 02:44 | Sin comentarios
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La epopeya de los años de fuego

Por Jorge García

Es posible que cuando en el año 2011 Eduardo Leyrado y Carla Briasco se plantearon la idea de realizar un festival de cine en Cosquín la idea pareciera utópica. Sin embargo, el paso de las sucesivas ediciones fue consolidando el proyecto que, a la vez, creció progresivamente en su convocatoria de público. Si la programación pareció algo vacilante en los primeros años, se percibía ya una fuerte vocación cinéfila que en la tercera edición se mostró más clara y precisa y alcanzó su definitiva expresión en este cuarto año, con la presencia de un director artístico y programador con experiencia y capacidad. Siempre en la programación de un festival existe una tensión entre las preferencias de quienes la hacen y las características que debe mostrar para ser coherente; Hay que decir que –más allá de los gustos personales- en el FICIC no se proyectó ninguna película que no fuera digna de participar en él (algo de lo que no se pueden jactar muchos festivales del país y del mundo). Y si pongo el acento en la programación es porque ésta es el núcleo fundamental para que un evento de este tipo alcance auténtica trascendencia. Por supuesto que se pueden intercambiar opiniones sobre algunos temas, vg, si se justifica tener dos competencias -una de ficción y otra de documentales- o sería mejor fusionarlas en una sola (varios de los títulos ofrecidos en ellas eran perfectamente intercambiables) y desarrollar una sección internacional no competitiva que ofrezca algunos de los títulos de mayor interés que andan circulando por el mundo. Y no estoy hablando de proyectar más películas (el crecimiento del festival de aquí en más debería ser más cualitativo que cuantitativo). O hacer un mejor aprovechamiento de los horarios y de las salas (este año se debieron repetir algunas funciones por la masiva afluencia de público). Son conocidos los problemas de infraestructura que, en muchas ocasiones, sufren los festivales pequeños pero que hay que desarrollar la imaginación para lograr que el FICIC se consolide definitivamente (descartados el Bafici y Mar del Plata, eventos que cuentan con otra historia y otros presupuestos) como el festival más trascendente de los que se desarrollan en el interior o –si se prefiere decirlo de otro modo- ratificar que es el tercero en importancia del país.

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Todo todo teros

Pasando directamente a la programación, corresponde señalar también el muy buen nivel de los cortometrajes (algo que tampoco es muy frecuente en festivales de toda laya, en los que tienden a amontonarse títulos sin ningún criterio). Como las películas de las competencias fueron casi todas comentadas en este blog, reseñaré brevemente la muestra de películas rusas en 35 mm., curada por Fernando Martín Peña, y la retrospectiva dedicada al realizador filipino John Torres. Más allá del desconocimiento casi total que existe en nuestro país del cine filipino hubo en ese país una tradición cinematográfica que alcanzó su auge en los años 70 con la presencia de realizadores de la talla de Lino Brocka, Ishmael Bernal o Mario O´Hara. Puedo dar fe de ello, ya que tuve la oportunidad de ver en el festival Cines del Sur de Granada una retrospectiva programada por el recientemente fallecido Alberto Elena en la que se exhibieron muy interesantes películas filipinas de esos años. En los últimos tiempos se produjo un auge del cine de ese país, a través de la aparición de realizadores de gran talento, tal el caso de Lav Díaz y Raya Martin y otros interesantes, como Brillante Mendoza o el experimentalista Kvhan de la Cruz. El cine de John Torres está emparentado más con el de los dos primeros, en su fusión de elementos históricos, míticos y políticos que se relacionan con relatos de un tono más realista, con una narrativa que se aleja por completo tanto de las pautas impuestas por Hollywood, como de las características hegemónicas del cine europeo. Cuando tuve ocasión de ver en el Bafici Lukas Nino, la película me sorprendió gratamente, pero en una segunda visión del film desapareció buena parte de su encanto. La posibilidad de ver en el FICIC otros tres largometrajes del director (Todo todo teros, Years When I was a Child Outside y Ang Ninanais) me mostraron a un realizador en algunos momentos brillante pero en otros demasiado autorreferencial y farragoso. Sin el minucioso rigor de Díaz, ni la brillante imaginación de Martin, su cine (me) pareció interesante pero no esencial. En cualquier caso la exhibición de una retrospectiva dedicada a su obra (que incluyó también sus cortos y mediometrajes), resultó un acontecimiento, tanto para Cosquín como para el país.

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Fernando Martín Peña

Hay consenso de que el cine mudo ruso fue uno de los más importantes de esa etapa, con realizadores como Eisenstein, Pudovkin, Dovzhenko, Vertov o Kuleshov. El apogeo del estalinismo provocó que la creatividad de aquella época mermara y que, vg, Eisenstein y Dovzhenko realizaran obras de gran calidad formal pero que de manera explícita (Iván y Aerograd en el segundo) o más encubierta (Alejandro Nevsky en Eisenstein) terminaran convirtiéndose en films de propaganda del régimen (Iván el Terrible y La conspiración de los boyardos, mucho más ambiguos, son otro cantar). Pero la estética predominante en esos años fue la del llamado “realismo socialista”, con su personajes maniqueos y lo que el inolvidable Rodrigo Tarruella caracterizó como “estética del tractor”. Hubo algunas excepciones, como el caso de La felicidad, de Alexandre Medvedkin, pero rápidamente fueron censuradas y sus directores retirados de circulación. Y también se produjeron algunos títulos de calidad, como las trilogías de Grigory Kozintsev y Mark Donskoi, pero la línea hegemónica era claramente propagandística y acrítica. En esta edición del FICIC se pudieron ver tres películas de distintas etapas del post-stalinismo de características bien diferenciadas.

El 41 (1956), de Grigori Chujrai, fue, junto con La balada del soldado y Pasaron las grullas (las tres estrenadas en nuestro país, ¡qué tiempos aquellos!) una de las películas rusas más populares de la década del ‘50. En ella conviven, en tensión permanente, los resabios del mentado “realismo socialista” con elementos de apertura que caracterizaron al cine de ese país en aquellos años. Así, la primera parte del film, la que describe las peripecias de la patrulla revolucionaria perdida en el desierto ofrece varios de los elementos más conspicuos del cine estalinista, pero la segunda mitad, centrada en la relación que se va tornando progresivamente amorosa y apasionada entre la guerrillera revolucionaria y el oficial zarista que está a su custodia, ofrece elementos de mayor interés y poco imaginables unos años antes (el dogmatismo de la muchacha, la humanización del prisionero, el profundo romanticismo de la relación) y desarrolla un crescendo que en el final se relaciona claramente con la tragedia.

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Pirosmani

Pirosmani (1969), de Giorgi Shenguelaya es un biopic sobre el pintor naif georgiano Nico Pirosmanashvili que elude el academicismo de la mayoría de los films de esas características. Atractivo relato de un artista huraño y solitario, incomprendido en su época, intenta recrear a través de la puesta en escena – y en varios pasajes lo consigue- el estilo del pintor. Una obra inusual dentro de ese transitado subgénero.

El tercer film presentado, La epopeya de los años de fuego (1959) fue el más bizarro y atractivo del ciclo. Luego de la muerte de Alexandre Dovzhenko, su esposa Yuliya Solntseva se dedicó a filmar varios de sus guiones, que el director nunca llegó a rodar. Uno de ellos es el de esta película que trasmite acabadamente el estilo visual y las ideas temáticas del director ucraniano. Rodado con un gran presupuesto, el film, desde lo argumental, es una mirada de tono épico sobre la gesta de los soldados rusos que enfrentaron la invasión nazi, es decir nada nuevo bajo el sol. Pero lo que realmente sorprende es el tratamiento del tema, totalmente a contrapelo de las sagas heroicas que desarrollara el “realismo socialista”. Con un estilo visual barroco y recargado, el film elude todas las convenciones del realismo narrativo, en una suerte de cruza entre el poema inflamado y la ópera delirante, con personajes que recitan sus parlamentos a cámara, una voz en off (a cargo de Sergio Bondarchuk) de un tono solemne y casi tétrico y escenas que escapan a la catalogación de normales (una mujer le canta un villancico a su esposo en medio de la batalla, una estatua pronuncia un encendido discurso, un soldado, gravemente herido, salta de su cama pidiendo que lo curen para ir al frente de batalla, en una escena onírica aparecen héroes de la Ucrania del siglo X y varios etcéteras) lo que dota a la película de un tono que escapa a las convenciones habituales del cine bélico, a lo que debe sumarse la exaltada ideología panteísta de Dovzhenko, presente en la asombrosa secuencia final. Un film notable e insólito que, no casualmente, es hoy todavía cuestionado por la crítica de su país y cuya exhibición ante un centenar de personas (una cifra inimaginable en Buenos Aires) fue una acabada muestra de lo expuesto en los primeros párrafos de esta nota.

Finalmente una mención al único hecho inalterable desde la primera edición del FICIC: el suculento banquete de locro y empanadas con el que Mary (la madre de Carla) recibe todos loa años a los invitados.

Jorge García / Copyleft 2014