FESTIVAL NACIONAL DE GENERAL PICO 2016 (03): BALANCE DE UN FESTIVAL MODELO

FESTIVAL NACIONAL DE GENERAL PICO 2016 (03): BALANCE DE UN FESTIVAL MODELO

por - Críticas, Festivales
11 Jun, 2016 01:27 | Sin comentarios
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Pablo Mazzola en el cierre del festival

Por Marcela Gamberini

La segunda edición del Festival Nacional de General Pico se desarrolló magistralmente de la mano de su director artístico Pablo Mazzola y equipo. Un festival que tiende al crecimiento, sobre todo porque cuenta con el apoyo incondicional de las instituciones más importantes de la ciudad y con el empuje y el esfuerzo de su equipo de producción.

Además, tuvo este festival un plus más que interesante: la constante y rica relación entre las autoridades, los realizadores, los críticos, los productores y la audiencia. Este encuentro fortalece los festivales instaurando la idea de su necesariedad a partir del diálogo. Los actores de un festival son sus integrantes en todo sentido y el diálogo entre ellos suele tener una riqueza que es necesaria en estos tiempos de festivales asépticos y de ausencia de debates. Por ejemplo, el encuentro que Mazzola logró conformar entre directores, jurado, críticos, productores fue más que fructífero. Como también los dos espacios que constituyeron tanto la clase magistral de Sergio Wolf sobre documentales previo a la proyección de su última película Viviré con tu recuerdo; como el espacio que coordinó Roger Koza con sus nutritivas charlas de presentación previas a las películas El tesoro, de Corneliu Porumboiu, Lejos de ella, de Jia Zhang-Ke y Las calles, de María Aparicio. Estos espacios enriquecen el festival, mueven a la reflexión incluyendo de manera activa a los espectadores y a los invitados. De esta manera se cumple uno de los objetivos no sólo de Mazzola sino (que debería ser) el de todos los festivales: “formar espectadores” acompañándolos, interpelándolos, brindándole herramientas para la visión, poniéndolos en dialogo con los realizadores.

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Franco, LLambi C y Wolf

Con un jurado de lujo conformado por el cineclubista Guillermo Franco, la productora Agustina Llambi Campbell y el realizador Sergio Wolf se premió Las calles de María Aparicio (reseñada acá) y se otorgó una mención a General Pico de Sebastián Lingiardi (de la que hablamos acá mismo)

A las ya reseñadas acá y acá, sumamos dos películas disimiles e interesantes:

En Vigilar y castigar, el inmenso texto de Michel Foucault, se mencionan los cuerpos dóciles. Para el pensador francés el cuerpo es un texto donde se legibiliza la realidad social, donde se inscribe la historia. Los cuerpos existen en y a través de un sistema político y este sistema es el que les da el espacio para expandirse o contraerse. En Los cuerpos dóciles, Los cuerpos dóciles Diego Gachassin y Matías Scarvaci ponen en escena esta idea. En primer lugar, el cuerpo de ese abogado penalista Alfredo García Kalb, un personaje en sí mismo, un cuerpo que se representa solo casi sin la cámara, una entidad cinematográfica. García Kalb es un abogado penalista que además es batero de una banda, que le cuesta construir una relación fluida con sus hijos, que establece con los presos extrañas relaciones de compinches, que habla el lenguaje de los detenidos y de sus familias.

Con una puesta en escena ficcionalizada, los directores cuentan el recorrido diario de este abogado y sus defendidos, poniendo a la película en la estrecha zona donde el documental se entromete con la ficción. La narrativa de Los cuerpos dóciles es ágil y dinámica, siempre con cuerpos en movimientos, en espacios diferentes que van desde la cárcel hasta una feria popular. En esos cuerpos de los detenidos, de sus familias y del propio abogado late una realidad social donde la política incansablemente germina.

Los cuerpos dóciles

Los cuerpos dóciles es una buena película, consciente de su desprolijidad que es la desprolijidad del protagonista; tal vez su defecto sea uno de los grandes temas del cine en general, el punto de vista y la distancia. Ese impreciso agobio que produce en el espectador el abogado y sus incansables actividades, siempre en escena, siempre cerca de la cámara es efectivamente un problema de distancia. A veces dejar que la cámara se aleje y se distancie deja ver con mayor profundidad las situaciones; se trata de situar con mayor claridad qué y cómo contar, como qué y cómo filmar.

General Pico, de Sebastián Lingiardi, se puede clasificar como un documental de observación, aunque sabemos que no nos gustan los encasillamientos. Pero General Pico es más que eso: en principio, tiene su génesis en el mismo festival de Pico, donde Lingiardi presentaba su película precedente titulada El misterio del conflicto. En ese momento empieza a filmar la ciudad y no sólo ella, convirtiéndose esa filmación en la película General Pico.

Como las mamushkas rusas, la película es más compleja de lo que aparenta ser. Proyecto nacido de un proyecto, el nombre de la ciudad hace eco en las imágenes que Lingiardi registra con maestría. Su ciudad, especialmente, ese espacio de calles vacías, de trenes interminables, pero sobre todo de perros sin dueños, establece una política de las formas bellas y una estética que no deja de lado lo político. Sin pedir permiso se inmiscuyen planos de trabajadores en sus actividades, y así el mundo del trabajo está presente y con especial fuerza, como también están presentes secuencias de los comicios de 2015.

General Pico

La película juega con la duración de los planos; en muchos de ellos, los perros son los encargados de delimitarlos. Esos perros que son, en definitiva, los que llevan la cámara de Lingiardi, otorgan a la duración del plano una inhumana precisión. Es clave aquello que dice Roger Koza en la misma película (en el marco de un seminario dictado en el mismo festival) a propósito de Adiós al lenguaje de J.L. Godard: el lenguaje y su articulación, los silencios y los sonidos urbanos son motivos importantes en la película. Ese lenguaje de los animales, de los perros en este caso, es de otro orden, un lenguaje que se permite las respiraciones largas y que se modula a partir de la sensibilidad en consonancia con la inadvertida belleza del mundo.

Ese mundo de Lingiardi que es su ciudad, luce hermoso, siempre, aunque se presente en su propia destrucción. Las calles de tierra marcan una zona más fronteriza, más marginal de la ciudad y esas calles conviven pacífica e inquietantemente con las calles de asfalto del centro. Los días y las noches, los cielos cambiantes y los paisajes en relación a esos cambios crean una misteriosa poesía de la soledad, la destrucción, el trabajo y la belleza.

La buena noticia para el mundo cinéfilo es que el festival tendrá una tercera edición el año que viene. Las autoridades de la ciudad, las instituciones que lo respaldan y el equipo asumieron ese compromiso en la ceremonia de clausura. ¡Bienvenido sea!

Marcela Gamberini / Coypeft 2016