FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE INDEPENDIENTE DE COSQUÍN / FICIC 2015 (02): EL ROSTRO

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por - Críticas, Festivales
05 May, 2015 10:38 | Sin comentarios
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El país de Charlie

Por Roger Koza

En cuestiones de nobleza, el personaje interpretado por el gran David Gulpilil en El país de Charliees imbatible. El actor y bailarín aborigen, el mismo de Cocodrilo Dundee y Australia, tiene en su haber papeles notables, desde su debut en Walkabout hasta los últimos films que rodó con Rolf de Heer. Su aborigen deprimido y agotado de El país de Charlie es probablemente el papel de su vida; nunca se lo vio tan triste, noble y disgustado.

En principio, El país de Charlie es una película sobre el rostro (del otro) de Gulpilil. El plano final mientras corren los créditos de cierre sintetiza, como si fuera un holograma, la razón del film: el plano medio lo ubica al actor a la izquierda del cuadro. Erguido, él simplemente mira hacia algún lugar impreciso. En ese mero estar, la película podría durar media hora más. De hecho, hasta se podría pensar en hacer un segunda parte dedicada solamente a seguir los movimientos de la expresión facial del actor. Imaginemos siete planos distintos de Gulpilil mirando a cámara. Con eso solo bastaría, porque su mirada interpela desde una zona no del todo identificada de la experiencia humana, un espacio simbólico que la razón caucásica podrá, tal vez, interpretar antropológicamente, pero sin acceder jamás a esa forma concreta de experiencia.

Charlie’s Country, Rolf de Heer, Australia, 2013

No obstante, Gulpilil no trabaja solamente con su mirada, sino con todo su cuerpo: su particular modo de caminar, que denota una relación singular con el espacio, la rectitud de su columna, que implica una forma de relación con el cuerpo, su complexión general, que apuntala una manera de interpretación en la que se aprovecha la autoconsciencia de la diferencia. La elegancia del actor está sin lugar a dudas entre los ejemplos más destacados del cine de todos los tiempos.

En El país de Charlie, Gulpilil compone un personaje que vive en una reserva del norte de Australia, no muy lejos de la ciudad de Darwin. Supuestamente, los aborígenes viven en paz en estos territorios otorgados por el gobierno. Las leyes y el orden jurídico provienen de los blancos; ellos, los otros de Australia, viven juntos pero con los límites que le imponen los blancos. Para quien ha nacido en los arbustos, la imposición cotidiana de tener que ir a buscar los alimentos a un supermercado resulta exasperante. No es fácil adoptar un estilo de vida. Es que si hay algo que transmite el film de De Heer es la paradoja del desarraigo de los Yolngu: en la propia tierra que se ha nacido ésta no funciona como morada, sino más bien como emplazamiento de subsistencia. En una escena inicial, Charlie le pide la casa a un funcionario del gobierno porque considera que el lugar en donde está ubicada le pertenece. Tierra y propiedad no son necesariamente equivalentes en el orden simbólico de Charlie, y es un poco por esto que él prefiere dormir en el suelo del bosque y no tanto en la casa que se le ha asignado.

Lo que sucede en el film es sencillo: Charlie desobedece un orden dado porque se ha cansado. Si el alcohol está prohibido para los aborígenes, Charlie terminará en la ciudad de Darwin gastándose todos sus ahorros en bebida, compartiendo la cerveza con los aborígenes que viven como marginales en la ciudad. Si en cierto momento se enferma, desoirá los consejos médicos. Desde el arranque está planteado el desinterés de Charlie por respetar las leyes del conquistador. A veces, el sentimiento elegido es la resignación, aunque De Heer incorpora el humor como una constante que suaviza la posición social de los Yolngu. Hay un pasaje genial en el que Charlie y su amigo Black Pete se van de caza y vuelven con un búfalo en el capote del automóvil. Pero no todo es risa, porque en cierto momento Charlie irá a la cárcel.

Roger Koza / Copyleft 2015