FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2016 (18): ALGUNOS APUNTES ALGO MALHUMORADOS SOBRE EL FESTIVAL

FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2016 (18): ALGUNOS APUNTES ALGO MALHUMORADOS SOBRE EL FESTIVAL

por - Festivales
23 Dic, 2016 02:23 | comentarios

Por Jorge García

Mar Del Plata, junto con Jujuy, se ha convertido en una suerte de banco de pruebas de las políticas represivas del gobierno. Desde las justificaciones de su intendente, el filo-nazi Carlos Arroyo, a las aberraciones de la dictadura militar, pasando por la actuación impune de grupos de ultraderecha, hasta el mamarracho montado por la presunta agresión a Macri en su visita a la ciudad, sin dejar de lado el aumento de armamentos a las fuerza represivas prometido por la gobernadora Vidal para que haya “tranquilidad” durante las vacaciones, Mar del Plata está funcionando como un ensayo para la posible represión que desarrollará el gobierno si, como es previsible, se incrementan las protestas sociales. En ese contexto fue arbitrariamente detenido y sometido a diversos vejámenes el periodista Bruno Ciancaglini que había ido a la ciudad para cubrir el festival de cine para la página lavaca (para un relato pormenorizado en primera persona de su odisea ingresar a www.lavaca.org). Como el hecho, salvo por algunos espacios puntuales, fue olímpicamente ignorado por la prensa y las diversas coberturas del festival, no queríamos aquí dejar de mencionarlo.

Del festival en sí, hay que agradecer, que esta vez no se prodigaron los ditirambos previos que abundaron en las últimas ediciones (“el mejor festival de la historia”, etc). Es posible que ello haya ocurrido porque la programación de esta edición estuvo claramente por debajo de las últimas. Por supuesto que ello no fue óbice para que en los diversos sitios en los que se efectúan recomendaciones previas uno pudiera asistir algo azorado a los elogios indiscriminados a una enorme cantidad de películas (elogios difíciles de justificar cuando luego se las ve). Hubo, como siempre, algunos problemas de organización, tal el caso de la ausencia de grillas en los primeros días, como los problemas en la llegada de algunas películas que obligaron a su reprogramación. Pero más grave que eso, es la persistencia en la utilización de salas con una calidad de proyección y de sonido impresentables, como ocurre con las 3 y 4 del cine Ambassador. Se ignora también por qué, cuando las credenciales de prensa indicaban que se podían solicitar tres entradas, las que se otorgaban eran solo dos (nadie dio explicaciones al respecto) y cabe también señalar que el sistema de pedidos de tickets on line es bastante incómodo y no garantiza la obtención de la entrada. Asimismo –y esto es un clásico no solo de Mar del Plata- varias funciones a las que se señalaba como agotadas presentaban al momento de iniciar la proyección numerosas butacas vacías. No concurrí a las fiestas de inauguración y apertura, pero según las referencias, fueron lamentables con el agravante de que se produjo una clara separación entre invitados “de primera”, con acceso a comida y bebida en abundancia, y el resto de la prensa. Y también, como de costumbre, los premios provocaron acaloradas polémicas (nadie pareció estar de acuerdo con el galardón principal ni con varios otros), algo que llama la atención porque esta vez el jurado estaba integrado por prominentes figura de la crítica y la programación y una realizadora de muy buena formación. Inclusive, uno de sus miembros renunció por no estar de acuerdo con el resto.

Pero pasemos brevemente a hablar algo de cine. Personalmente – para solaz de aquellos que dicen que solo me gusta el cine clásico- debo declarar solemnemente que lo que más disfruté fue la visión de algunos títulos de cine negro no demasiado difundidos exhibidos en copias de 35 mm. (cortesía de Eddie Muller, para Fernando Peña, director artístico del festival, el zar del film noir) y la proyección en copia restaurada de El caballo de hierro (1924), de John Ford, uno de los escasos film mudos del maestro que sobreviven, con musicalización de la Orquesta Sinfónica de Mar del Plata.

Ante el penoso panorama que ofrece la cartelera de estrenos, se suele decir que los festivales de cine son el lugar donde se puede apreciar el buen cine que se hace en el mundo y sus alrededores. Mi amigo el crítico español Miguel Marías siempre me dice que el autentico cine valioso existente no pasa ni por los estrenos ni por los festivales y, a la luz de los visto en Mar del Plata, no me faltan ganas de darle la razón. Tomemos, vg, como ejemplo, la Competencia Oficial. No tuve oportunidad de ver muchas de ella, pero sí varias de las que fueron más elogiadas en las recomendaciones previas antes mencionadas. Aquarius, del brasileño Kleber Mendonca Filho es un film tan rutinario como irrelevante, en el que priva la corrección política y del que solo se puede destacar la presencia contundente de la hoy veterana Sonia Braga. Nocturama, del francés Bertrand Bonello tiene un comienzo promisorio, pero pronto se desbarranca en situaciones escasamente verosímiles que pretenderían reflejar el descontento actual de los jóvenes europeos. Paradise, del no demasiado confiable Andrzej Konchalovsky narra tres historias diferentes en el ámbito de la Segunda Guerra Mundial con resultados marcadamente irregulares y El futuro perfecto, de Nele Wohlatz, una directora nacida en Alemania que vive en nuestro país estaba precedida de un importante premio en Locarno pero la pequeñez del film hace difícil compartir el entusiasmo provocado. De lo visto de la competencia la mejor fue la rumana Scarred Hearts, de Radu Jude, basada en un libro del escritor Max Blecher, que narra la última etapa de su vida en un hospital rumano, aquejado de una tuberculosis de la columna vertebral. Cruda y sin concesiones aunque para mi gusto excesivamente estirada, fue la único que pude rescatar de esa sección (las sugerencias de algunos colegas confiables me hicieron desistir de estar presente en otras).

Uno de los mejores títulos vistos fue Ta´ang, del chino Wang Bing, un documental riguroso y austero sobre la vida de un grupo de refugiados en la frontera chino-birmana en medio de un contexto bélico siempre fuera de campo. Otro título valioso fue Sieranevada, del rumano Cristi Puiu, en la que una reunión familiar es el pretexto para que se debatan diversos aspectos de la vida social, política y cultural de ese país. Un auténtico tour de force, con numerosos personajes dentro de un espacio único. A Quiet Passion, del inglés Terence Davies, es un biopic sobre la poetisa norteamericana Emily Dickinson, un típico personaje femenino del director asfixiado por las convenciones sociales. El film es algo solemne y está plagado de frases brillantes “allá” Oscar Wilde, pero en varios pasajes se puede apreciar el talento del director. El cine del francés Alain Guiraudie escapa a las clasificaciones fáciles y Rester vertical así lo confirma. Interesante y personal, más allá de cierto tufillo religioso que lo impregna, el film está de todas maneras por debajo de su anterior El desconocido del lago. Un atractivo trabajo es Asalto al cielo, del italiano Francesco Munzi, un film realizado enteramente con material de archivo y documentales de época que reflejan la intensidad de la vida política italiana en los años 70 y la fuerza de las corrientes de izquierda. Ver este film hoy resulta casi doloroso. Otro film de interés es The Woman Who Left, del filipino Lav Díaz; más breve que lo habitual en el director (dura “apenas” 225 minutos), a diferencia de otros trabajos que profundizan en la historia de su país, aquí Díaz desarrolla un contenido melodrama en riguroso black & white. Y no comparto los entusiasmos provocados en algunos respetables colegas, por las películas de Hong-Sang-soo (Yourself and Yours) en la que el director reitera ideas ya expuestas en muchos de sus films y La mort de Louis XlV, de Albert Serra. El catalán me interesó mucho en sus dos primeras películas, pero en las dos siguientes lo encuentro pretencioso, pesado y solemne, como con ciertos deseos de ingresar en la categoría de “genio incomprendido”.

Por último quiero mencionar brevemente unas pocas películas argentinas vistas. Tenía expectativas, a partir de los valores de su ópera prima, sobre el segundo film de Milagros Mumenthaler, La idea de un lago pero, a pesar de algunos buenos momentos, la película está bastante por debajo de su debut. El sacrificio de Nehuén Puyelli, de José C. Campusano, está por encima de sus dos trabajos anteriores pero no alcanza el nivel de sus primeros films. Es como si a Campusano le costara encontrar su mejor vena fuera de los suburbios bonaerenses que tan bien conoce. Kékszakállú, primera ficción de Gastón Solnicki, versión libre de la ópera El castillo de Barba Azul, de Béla Bartók (¡!), muestra el virtuosismo y precisión de los encuadres del director pero tiene la temperatura de un freezer y Cuatreros, de Albertina Carri es una propuesta estimulante, aunque el por momentos farragoso texto en off, a cargo de la directora, no siempre se corresponde con las imágenes mostradas en pantalla dividida.

Fotogramas: en tapa y en texto (El caballo de hierro) y Scarred Hearts.

Jorge García / Copyleft 2016