FESTIVAL CINEMATOGRÁFICO INTERNACIONAL DEL URUGUAY 2023 (01): MUJERES EN ACCIÓN

FESTIVAL CINEMATOGRÁFICO INTERNACIONAL DEL URUGUAY 2023 (01): MUJERES EN ACCIÓN

por - Festivales
06 Abr, 2023 03:02 | Sin comentarios
La edición 41 del festival de cine (nacido en el seno de la magnífica Cinemateca Uruguaya) tiene una programación tan diversa como sólida. No importa la cantidad de películas, que son muchas, importa que tiene un criterio de selección y un proposición sobre el cine.

La desmasculinización del mundo está en marcha y, mal que les pese a muchos (que son muchísimos más de los que se animan a decirlo), es una de las pocas noticias buenas en un mundo cuyo orden vigente explicita su vileza sin más. El neologismo que encabeza la oración precedente tiene como objeto tomar distancia de los conceptos que suelen pertenecer a la disputa sobre el patriarcado, el feminismo y el capitalismo. En sí mismo, cada término tiene su propia fuerza semántica y su historia, también un presente tumultuoso, porque el desorden contemporáneo erigido en rabia y confusión inviste las palabras y provoca reacciones desmedidas. Basta emplear un concepto polémico para detectar rostros desencajados. 

Evidencia: la cinefilia tiene un historial saturado de testosterona. Una revisión veloz acerca de la historia de los Cahiers du Cinéma depara de inmediato una prueba contundente. A nuestros presocráticos les faltaban mujeres en sus filas. Es dato, no opinión, como suelen decir los periodistas acostumbrados a una conversación pública en riña con la verdad.

El tiempo ha pasado y en el decurso de este siglo las cosas van cambiando. El crítico de cine Manuel Martínez del Carril dirigió desde 1982 el Festival Cinematográfico Internacional de Uruguay. Comenzó con menos de quince películas, se sostuvo en el tiempo, e incluso sobrevivió al admirado cinéfilo que en el cine fue inmortalizado por Federico Veiroj en su obra maestra breve e indeleble, La vida útil. Todo lo que soñó sigue en pie.

Desde 2009, Alejandra Trelles dirige el festival, y la acompañan varias mujeres en la tarea. Trelles trabajó en su momento con el mítico señor de voz cascada y pelo canoso, y con él aprendió los gajes del oficio y el amor por el cine. La actual directora artística sabe muy bien lo que cuesta hacer un festival de cine y así lo transmitió en el discurso inaugural, estableciendo la genealogía del evento, identificando las luchas de antaño (las restricciones políticas de una época y su concomitante sistema de censura) y las de hoy (un sistema de múltiples ofertas audiovisuales, cuya presunta diversidad excluye sensibilidades cinematográficas que no encuentran pantalla ni tampoco siquiera una plataforma, acaso una censura de mercado), señalando los poderes retóricos del cine sobre el ánimo de los espectadores en un tiempo sombrío como el nuestro. No titubeó al referirse a cuestiones políticas sensibles, hasta hizo una broma sobre el primer ministro de Israel que pasó un poco desapercibida mientras los jurados infantiles que subieron al escenario nombraban títulos de algunas de las películas de sus respectivas competencias y los países que estaban representados. 

Los hijos de los otros

Lo femenino fue invocado desde el inicio por la directora de Cinemateca María José Santacreu, reconocida periodista cultural y también programadora, cuyo tono amablemente irónico dejó en claro la consciencia de quienes llevan adelante el festival sobre las mutaciones del cine contemporáneo en un presente en el que toda una cultura de machos se va desmantelando lentamente. Fue hermoso. Dos mujeres tomaron la palabra: no sobreactuaron su lugar de poder; solamente ejercieron con autoridad el rol que ocupan legítimamente y dieron a conocer una programación que denota un pluralismo integral. En esta edición del festival coexisten comedias con dramas, autores consagrados (Omirbayev, Seidl, Guiraudie, Loza, Perrone) con ignotos (Avilés, Shanly, Schäublin, Lestido, Fariala); las poéticas de las películas son ostensiblemente disímiles, como también sus procedencias. Una idea de cine y un ideal del mundo tiñen la propuesta. No hay claroscuros, tampoco incoherencias, sí tensiones dialécticas explícitas, algo que puede conjeturarse al examinar la competencia internacional de largometrajes: Godland con UnrestSparta con Tótem, o Trenque Lauquen con Viver mal. Son oposiciones estéticas a favor de una expansión en la recepción. De la fricción elegida se puede esperar clarividencia.

La película de apertura: Los hijos de los otros

El sistema de estrellas dominante es el de Hollywood, pero el cine francés disputa esa hegemonía con figuras no menos glamorosas y magnéticas. El cine francés prodigó criaturas inolvidables, de ayer y hoy: Bardot, Moreau, Ardant, Deneuve, Binoche, Huppert. En los últimos años se suman otros nombres: Cottilard, Gainsbourg, Seydoux y también Virginie Efira, primero conocida por su paso por la televisión, luego por su incursión exitosa en el cine. Para los cinéfilos, la actriz (nacida en Bélgica) se coronó en el hermoso disparate teológico-erótico de Paul Verhoeven interpretando a la religiosa de Benedetta.

En el 2022, la versátil actriz protagonizó tres películas que no pasaron desapercibidas. Dos se estrenaron en Cannes (Don Juan y Memorias de París), la otra en Venecia (Los hijos de los otros). La película de apertura del festival es la última, la de Rebecca Zlotowski. Es una película francesa que puede estrenarse y decorar con elegancia la cartelera de un año. No exige mucho, pero menos todavía es condescendiente estéticamente. Su retórica es la propia de un cine de autor comercial y acaso bien burgués; tiene sus límites, pero también sus circunspectas virtudes.

En efecto, Los hijos de los otros pertenece a un puñado de títulos que prefieren examinar minuciosamente una pequeña hazaña en un momento de la vida de una persona cualquiera, a menudo enlazando el mundo sentimental con el vocacional, en el cual el personaje principal conquista algo para sí. El título explicita una dimensión del relato, pero no es del todo justo con lo que sucede. 

El personaje principal de Los hijos de los otros es una profesora de literatura que ejerce su profesión con convicción. Hay una hermosa subtrama ligada a la enseñanza que funciona como un contrapunto ocasional del drama principal, implícito en el título: pasados los 40, querer ser madre es una carrera contra al tiempo, como lo señala el ginecólogo interpretado misteriosamente por el octogenario documentalista estadounidense Frederick Wiseman. Dada las circunstancias, el legítimo deseo de engendrar es ligeramente sublimado por el hecho de cuidar a la hija de un diseñador de automóviles que la profesora conoce durante unas clases de guitarra. A medida que la relación avanza, el vínculo con la hija de su novio también crece y se consolida.

Lo más interesante de la película de Zlotowski radica en el democrático afecto que les dispensa a todos los personajes, incluidos los secundarios: un alumno entre otros, un compañero de trabajo, la madre de una compañera de la “hija”, la propia exesposa del novio, a todos sin igual se los retrata con respeto y cariño. La inteligencia afectiva que ostenta la película anuda la trama, a veces con una contenida elegancia, como puede constatarse en algún que otro encuadre y alguna que otra sobreimpresión (como cuando la madre envía un mensaje de texto a Julia desde el cumpleaños de su hija). En los detalles dispersos está el cine de la realizadora, quien puede pensar la composición de un plano y emplear una ventana como una extensión de un encuadre, o filmar el desnudo de una mujer de más de cuarenta años con gracia y observar el tiempo en su rostro sin hacer sobreactuar las arrugas alrededor de los ojos.

Roger Koza / Copyleft 2023