ESTRENOS ETERNOS (22): СТРАНИЦЫ ЖИЗНИ / PÁGINAS DE VIDA

ESTRENOS ETERNOS (22): СТРАНИЦЫ ЖИЗНИ / PÁGINAS DE VIDA

por - Críticas, Estrenos eternos
09 Jun, 2022 02:43 | Sin comentarios
Poco vista, poco valorada, no deja de ser una película hermosa del señor Barnet, acompañado en la dirección por Alekesandr Macharet

LA ÉPOCA DE UNA CREENCIA

El disimulado menosprecio, o la desatención ostensible, que se dispensan a Páginas de vida de Boris Barnet y Alekesandr Macharet puede explicarse por el habitual prejuicio de ver en este film nada más que una presunta película propagandista. Los retratos obligados de Stalin se pueden ver en varias ocasiones (como en casi todas las películas de la década de 1940), y el discurso final de Nina Ermakova, la protagonista, ya como una ingeniera consagrada, tiene como contrapunto simbólico la figura del líder, semblante ubicuo que legisla a toda hora. En efecto, el extraordinario travelling avanza hacia el estrado desde el cual, sin temor alguno, Nina se dirige a la multitud. Ella resplandece, Stalin también. ¿Evidencia inobjetable de una película militante?

Es indesmentible que Paginas de vida no realiza ningún esfuerzo por imbuir de ambigüedad la convicción de sus personajes. Nina llega del campo respondiendo al Plan Quinquenal de Stalin y todos sus gestos glosan fascinación y compromiso ante la necesidad histórica de consolidar la producción y luchar por el país. El recibimiento de los camaradas de la metalúrgica es exactamente lo que debe haber soñado en el largo trayecto de su hogar a la fábrica, y también el de cualquier guardián ideológico de su tiempo. No hay duda alguna: Barnet y Macharet le imprimen a ese inicio utópico una atmósfera casi romántica, como si el ingreso a la fábrica constituyera una historia de amor con el trabajo, un estado de enamoramiento en el que una soldadora es sentida como el equivalente a un ramo de flores. Nina ni siquiera puede ir a dormir en la primera noche. Como los enamorados, su ser está dislocado por verse llegada a la metalúrgica. 

En la fábrica conoce primero a un baluarte de una brigada de producción, otra mujer, no menos carismática que ella: Dusya Nikiforova. La camaradería entre las dos mujeres se descubre en todo su esplendor cuando Dusya reconoce que ha podido vencer en una competencia interna que se organiza en la fábrica gracias al diseño de un casco de soldador ideado por Nina. Lo cuenta en vivo mientras sale por radio; lo dice como si confesara un milagro de un apóstol. Que haya podido soldar 250 metros y un 40% más que el récord precedente es una anécdota del relato. Lo que se transmite en esa escena es la no rivalidad entre camaradas y una ética disociada del individualismo. Un poco antes, en el momento en que Dusya concentra su mirada en soldar a toda velocidad, Barnet y Macharet también hacen lo suyo: la elocuencia del plano general elegido para mostrar a la metalúrgica trabajar y a sus compañeras observar la proeza es tan hermoso como perfecto. Al centro del plano, Dusya, al frente y hacia la derecha, Nina y otras operarias. Y perdido en el eje superior derecho del mismo plano se puede divisar a otro operario que está trabajando, restándole importancia al concurso y firme en la consecución de sus tareas. La composición es magnífica y dista de ser la única; sí, quizás, resulta la más geométricamente elaborada.

Los primeros 30 minutos están dedicados a la vida cotidiana en la fábrica, un recinto donde el comunismo se practica, no se teoriza, aunque la experiencia poética no está reñida con la eficacia y el objetivo productivo, y no todo se define por la productividad. El ingeniero Khomutov no solo incentiva a Nina a trabajar y estudiar, tras aprobar el invento de la joven, sino que, además, quizás porque se ha ido enamorando paulatinamente de ella, suele alternar en las notas que escribe en sus cuadernos proyectos y ecuaciones con poemas ligados a la materia que es la base de su labor. Los versos que recita son reveladores de la sensibilidad del personaje, como también de la clase de cineasta que fue Barnet, quien solía introducir en la vida cotidiana de sus personajes formas de experiencia ligada a la percepción poética. ¿No puede ser leída Páginas de vida como un esbozo de poesía metalúrgica?

Páginas de vida comienza a principios de 1930, pero en brevedad, no más de una hora y minutos, consigue concentrar más de quince años de historia del siglo XX y de los personajes: Nina se convierte con el tiempo en ingeniera, asimismo en esposa y madre y, finalmente, en líder mientras la Unión Soviética pasa por la Segunda Guerra y cierra victoriosa la contienda bélica. La derrota alemana en Stalingrado es un acontecimiento decisivo para la vida de Nina, intersección entre un evento histórico y un episodio en la vida del personaje que siempre fue una característica recurrente del cine de Barnet. En muchas de sus películas, la historia se inmiscuía en la experiencia singular de los personajes, o bien la historia era aprensible desde la perspectiva de una conciencia individualizada.

Habría que decir algo más, o en todo caso conjeturar alguna explicación por la cual esta película de 1948 es poco considerada y vista. Una hipótesis: en dos escenas notables se plasma una mentalidad a contramano de nuestro tiempo; es el punto de vista de toda la película, pero en esas dos escenas se duplica lo que está detrás y delante de cámara.  La primera transcurre en 1933. Mientras Nina intenta resolver una ecuación matemática compleja, una tormenta pone en riesgo la vida de todos sus compañeros de la fábrica. Ella y los otros estudiantes, muchos operarios, no pueden atender porque saben que otros operarios deben estar haciendo todo lo posible para que el paso feroz del viento no destruya las instalaciones. Corre riesgo todo. La escena es magnífica porque permite entender el trabajo colectivo y la pertenencia orgánica a un conjunto. Todavía más significativa resulta una escena posterior ligada a la terrible situación en Stalingrado. Algo sucede, alguien muere. La forma en que se delinea el trabajo de un duelo ante la muerte de un ser querido explica un matiz de la psicología soviética que es inconmensurable respecto de la percepción individual de la conciencia solitaria que define la posición subjetiva de hoy. La incorporación de desgracias propias en una retórica colectiva puede ser interpretada como sumisión a un régimen y una respuesta mecánica que confirma la eficacia de la propaganda que se interioriza en el corazón de las personas. La hermenéutica en boga conduce a ese juicio sin más. Pero ¿si se tratara de una insuficiencia de lectura del presente?

Páginas de vida tiene el mérito de retratar una época en que la percepción de lo propio estaba concatenada y urdida en una imagen general, donde la épica colectiva alentaba a la conciencia solitaria a oír el clamor de otro modo de estar en el mundo. La decisión circular del relato no es en ese sentido una lógica de guion. La repetición del inicio es un gesto utópico, porque ahora llega otra joven del campo a la nueva fábrica que ha sido reconstruida por la resplandeciente líder Nina Ermakova. Constatación del ascenso personal de la protagonista, pero en una gran historia que la desborda y cobija y en la que nadie potencialmente está excluido. Que no haya sido efectivamente así todo lo que sucedió en aquel entonces es otra cosa, pero lo que acá está filmado es una experiencia de creencia, tal vez una perspectiva extinta. No solo mueren animales y plantas, también mueren formas de conciencia.

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Страницы жизни / Páginas de vida, Boris Barnet y Alekesandr Macharet, Unión Soviética, 1948

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*Este texto fue comisionado por el crítico Christopher Small para un futuro emprendimiento.

Roger Koza / Copyleft 2022