EL PRECIO DE UN HOMBRE / LA LOI DU MARCHÉ

EL PRECIO DE UN HOMBRE / LA LOI DU MARCHÉ

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11 Ene, 2016 10:19 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

UNO DE NOSOTROS

072197

El precio de un hombre Le loi du marché, Francia, 2015

Dirigida por Stéphane Brizé. Escrita por S. Brizé y Olivier Gorcé.

*** Hay que verla

Una película discreta y precisa sobre un tema que a muchos espectadores no les será indiferente.

La mayoría de los espectadores no va al cine para constatar su propio desencanto y abatimiento; al cine se asiste para distraerse, reírse un poco, sentir la adrenalina de una aventura que tiene lugar en otro mundo y para observar la felicidad de otros semejantes. Una intuición razonable: no se necesita una pantalla para comprender una realidad conocida y dolorosa. He aquí la paradoja de cualquier película con cierta sensibilidad social, como por ejemplo El precio de un hombre, de Stéphane Brizé.

Misterioso alivio paradójico: cuando una película desestima la denuncia programática y en su lugar busca tentativamente retratar una experiencia con cierta delicadeza y a través de un giro del entendimiento que sume un matiz no percibido a lo que ya se sabe (y acaso se padece), el espectador suspira y agradece. La película es un amigo indirecto, una entidad espectral que le da un abrazo en el momento justo. Es entonces cuando Vincent Lindon, transfigurado como un laburante llamado Thierry, es uno de nosotros. Ilusión óptica, versión adulta de la magia del cine, Lindon puede ser cualquiera que esté sentado en la butaca; sí, por una hora y media, él es uno de nosotros.

La película de Brizé es un compendio de humillaciones, de esas que corroen puntillosamente el alma. Una retahíla de acontecimientos inaceptables supuran hasta que en un momento se reclama un límite. Llamémosle, a ese demarcación inesperada, la demanda de dignidad. Las dos últimas escenas de El precio de un hombre escenifican esa clarividencia moral de los hombres honestos. Lo genial aquí pasa por observar el lento surgimiento de la dignidad que se apoderará del personaje de Lindon. Ese proceso (in)visible justifica todo.

Brizé propone una situación reconocible: un hombre de unos 50 años pierde su trabajo y no consigue reincorporarse al mercado laboral. Está casado con una hermosa mujer, sin duda una buena compañera, y tiene con ella un hijo discapacitado, el cual quiere empezar a estudiar en la universidad. No se habla de progreso, pero esa familia de clase trabajadora ha sido signada por la creencia en él, en su posibilidad. Tienen una casa propia que aún están pagando, una casa rodante que pondrán a la venta debido a las circunstancias y un auto de segunda línea. Ese bienestar mínimo, obtenido con el esfuerzo de años, es lo que se pone en riesgo.

La primera parte del filme consiste en seguir el conjunto de procedimientos y actos que un desempleado adulto debe llevar a cabo para tal vez encontrar un lugar en el universo laboral: entrevistas reales o virtuales con los empleadores, visitas al seguro social, algún curso de capacitación e incluso un entrenamiento para saber venderse mejor como potencial empleado frente a los encargados de recursos humanos. El pasaje de esa capacitación laboral es tan didáctico como desesperante: Thierry simula una entrevista y sus compañeros analizan su comportamiento holístico: posición corporal, gestos faciales, semblante general; el yo es un producto, una oferta.

Después de una elipsis justificada, Thierry estará a prueba como guardia de seguridad en un supermercado. Su trabajo consistirá en detectar pequeños robos, a veces con sus propios ojos, en otras ocasiones a través de un dispositivo de vigilancia óptica que lleva a pensar que una galletita vale lo mismo que un lingote de oro. La evolución de Thierry en ese trabajo es lo que determinará la curva dramática de la película.

Hay dos escenas hermosas, de una discreción notable y acaso felices, filmadas a cierta distancia y respetando la intimidad de los personajes. En una, Lindon simplemente baila con su mujer en una clase de danza. En la otra, Lindon siente felicidad por la felicidad de una mujer prácticamente desconocida a la que tras 32 años de trabajo en el supermercado le llegó la hora de jubilarse y festeja su partida. La felicidad suele admitirse como una propiedad anímica que solamente tiene que ver con el sentimiento propio. Rara vez se filma la fugaz felicidad que provoca la felicidad ajena. La alegría del personaje de Lindon nos pertenece.

Esta crítica fue publicada en la revista Ñ en el mes de enero de 2016

Roger Koza / Copyleft 2016

Links

Aquí se puede leer lo que escribí en Cannes en el estreno mundial del film.

Aquí una crítica que escribí para La voz del interior y que no se publicará en el blog

Otras películas de Brizé:

Algunas horas de primavera (Leer aquí la crítica)

Une affaire d’ amour (Leer aquí la crítica)