EL PLANETA DE LOS SIMIOS: CONFRONTACIÓN: LLEGANDO LOS MONOS

EL PLANETA DE LOS SIMIOS: CONFRONTACIÓN: LLEGANDO LOS MONOS

por - Críticas
24 Jul, 2014 04:23 | comentarios

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Por  Nicolás Prividera

 No vi ninguna película de la saga Transformers porque reúne todo lo que detesto, tanto en particular (los robots desangelados, entre ellos Michael Bay) como en general (el gigantismo, la primacía del efecto, etc). Todo lo que me hace apreciar, en cambio, la nueva saga de El planeta de los simios: con todos sus defectos, ahí sí veo “un amoroso intento de superación dialéctica donde el cine clásico sobrevive homeopáticamente en un nuevo cine desvinculado casi por completo del registro de lo real”, como dice Roger hablando de la última esperanza de Hollywood. Diría que por primera vez acepto la “(r)evolución” digital, aunque claramente sea la excepción a la regla y todo esté perdido: el futuro le pertenece a los robots, no a los homo sapiens

Por eso mismo El planeta de los simios: confrontación me parece valiosa en el contexto de una cartelera de blockbusters que solo apelan a emociones primitivas y batallas sin fin. Aquí, en cambio, veo al menos una meditación sobre la política (aunque más no sea una “política explicada a los niños”, tal como yo mismo la aprendí viendo la saga original en los 70…). Y también una puesta en escena del conflicto entre dos mundos que intentan convivir: el de los principios bazinianos del cine y la (r)evolución digital. Veamos:

El uso del 3D es notable precisamente por su relación con la construcción de un universo digital que bucea en el hiperrealismo, ya no para mostrar –como Spielberg en Jurassic Park– como dar vida a lo extinto, sino para pensar la inevitable evolución. Arriesgo creer que se trata de una suerte de resistencia baziniana (con perdón de la exageración), como la que intentaba Cuarón en Gravedad: incluso con sus contradicciones o caídas, ambas películas se plantean como puede convivir una imagen como ontología de lo real con la destitución digital de lo documental.

Digamos que hay una concepción del universo digital a años luz de -por ejemplo- la contradictoria e insípida imaginación new age de Avatar, como si en su hiperrealismo simiesco hubiera un intento de mediación con lo real sin renegar del materialismo (“histórico” incluido…). De eso trata esta saga, finalmente: de especies que podrían convivir, aunque ya sepamos como termina la película y su lucha de clases…

Lo que se discute es la posibilidad o no de una convivencia pacífica, que es la base misma de la política. Y todavía estamos en los albores de la creación del Estado simiesco, que hasta ahora solo tiene un mandato («simio no mata a simio»), que encima se rompe en la peor resolución posible: quitarle al Otro su condición (o sea: la típica y humana salida hollywoodense para justificar la venganza como retribución). Ahí se puede ver la mayor nota discordante con su propio origen.

La saga de los 70 (de la que ésta no es un burocrático relanzamiento) partía de la fidelidad a la idea original de la novela de Boulle, que era menos una historia de ciencia-ficción que una fábula moral al estilo de los Viajes de Gulliver de Swift: el héroe se ve inmerso en un mundo lejano que no es más que una inversión irónica de la humanidad y sus males. Pero a la discusión filosófica sobre la “simiedad” (y si los simios descendían de los humanos…) se le sumaba en los capítulos finales una mirada directa sobre el presente. No en vano esta nueva saga toma elementos de los dos últimos: si (R)evolcución tomaba como base La batalla del planeta de los simios (en la que César es una suerte de Malcom X encabezando una rebelión clasista y combativa), Confrontación replica La conquista del planeta de los simios (donde un César ya martinlutherkingesco se enfrenta tanto con un lugarteniente belicoso como con un grupo de humanos que quieren usar armas nucleares en su afán de acabar con el Otro).

Es cierto que los lazos parentales están ahora en primer plano (ay, esos álbumes de familia…), pero en el caso del protagonista responden a la misma motivación: la relación del origen del héroe con un benefactor humano (raíz de ese amor por la humanidad del que sospechan los monos… y los críticos). No se trata de que las motivaciones psicológicas sustituyan a las políticas: el saludo final entre César y el buen hombre blanco logra mayor densidad que en un western porque sabemos que esta vez los indios van a ganar… y porque la película construye pacientemente esa identificación (política). Esta vez la naturaleza tiene sus razones.

No se trata, por tanto, de otra estúpida fábula de Disney: en todo caso, la analogía que se puede hacer con El rey león está dada por la evidente inspiración shakesperiana (aunque en este caso se trate más de Julio César que de Hamlet), sin que tampoco debamos esperar esas profundidades: con pasar de Hobbes a Maquiavelo ya habremos adelantado. Y de hecho todo hace suponer que el conflicto se desarrollará, en ese futuro Estado simiesco, más por el trasvase generacional que por la acrítica asunción del lugar del padre (aunque parece que habrá César para rato…)

Nicolás Prividera /Copyleft 2014