EL PALMARIO CASO DE DAVID FINCHER

EL PALMARIO CASO DE DAVID FINCHER

por - Críticas, Ensayos
07 Feb, 2009 05:59 | comentarios

por Nicolás Prividera

1.

Empecemos por el final: The curious case of Benjamin Button se basa en un cuento de Francis Scott Fitzgerald del que conserva sólo la idea central, de la inversión vital (un hombre nace viejo y va rejuveneciendo a medida que pasa el tiempo). Lo demás es un guión excedido de peso, un film grandilocuente, un pastiche construido por acumulación (de decorados, de efectos digitales, de palabras grandilocuentes, de escenas extraídas de viejas películas…) Pero no es esa conjunción de pesadumbres la que provoca el naufragio de la historia, sino la pura mecánica de su premisa, que (como ese reloj que va para atrás y que es, por supuesto, una de las literales metáforas del film) no hace sino quitarle toda la vitalidad que la película se propone redimir.

Y es que The curious case of Benjamin Button es, a pesar suyo, mucho más oscura que esos films «monumentales» (en producción y pretensión) como Forrest Gump o Titanic (cuya estructura -en el primer caso- o dimensiones -en el segundo- la película intenta remedar): esos films fabulaban sobre la esperanza de una vida (incluso más allá del azar o la muerte), mientras que ésta es una película sobre la muerte sin esperanzas: un film sobre el dejar de ser, que paradójicamente parece renegar de su condición crepuscular…  Y en ese sentido no deja de ser sintónico con el actual estado de la Unión (como cualquiera de esos «grandes» films, que subliman la potencia de la Nación), pues entronca más bien con la declinación de los Estados Unidos, que (como su protagonista) empezaron viejos y morirán jóvenes.

2.

El resignado hundimiento en la mediocridad (en proporción inversa a sus cada vez mayores presupuestos y salarios) parece ser, más que una rendición incondicional, el último homenaje que los independientes rinden a Hollywood (esa tierra en donde los que no mueren jóvenes, más temprano que tarde empiezan a pensar como viejos). Para no ir muy atrás (o no tanto, pues la última generación de jóvenes viejos -con Scorsese y Coppola a la cabeza- se entregaron a fines de los ’80) mencionemos a algunos de los nuevos «quebrados» (por orden de mepris): Labute, Aronofsky, Nolan. Cineastas que trocaron la oscuridad por las luces de Hollywood, con desigual suerte.

Lo que los une, sin embargo, es que la mayoría de ellos se rindió demasiado pronto (y muchas veces sin luchar), tal vez porque nunca tuvieron (y por tanto no intentaron conservar) el prestigio de la generación del ’70 (quizás los últimos grandes nombres que dio el cine norteamericano). Su declinación artística puede asimilarse a la del informe Ridley Scott (un director que hizo un par de películas interesantes y luego no paró de filmar un bodrio tras otro, en uno de esos casos que ponen en duda la validez de la «política de los autores»…). Pero aun a Scott le tomó más de veinte años perder el esperanzado favor de los críticos (tal vez porque no hay nada más triste que una vieja promesa), mientras que esta generación goza del privilegio del cinismo complaciente.

3.

Habiendo sido la primera película de Fincher Alien 3, el crítico supersticioso podría haber pronosticado su triste final, ya que todos los directores de la serie parecen atacados por una maldición, que los hace perder el rumbo inmediatamente… Y en cierto modo la carrera de Fincher se asemeja más que ninguna otra a la de Scott, visto que Seven fue su Blade runner: la aparente confirmación de talento que genera copias durante décadas pero que no logra ser superada por su propio autor. Y es que Seven es una continuidad oscura en más de un sentido: tan pretenciosa como Blade runner pero sin la salvación de su base dickiana, sólo podía dar lugar a una serie degradada de films (y de asesinos en serie con afanes místicos…). Lo que persiste en las películas de Fincher es la confusión entre lo real y lo imaginario (una especie de esquizofrenia paranoide) que lleva a sus personajes y a sus films a un progresivo encierro.

Pero la innecesaria vuelta de tuerca de Fight club se vuelve un remedio para melancólicos en The game y un mero juego de gato y ratón en Panic room, como si el cineasta mismo se hubiera vuelto un psicópata aburrido… Zodíac parece recuperar una mirada más extrínseca (con su reconstrucción mundana de «una historia real» ambientada en los míticos ’70), pero no es más que una alienada trampa más (en la que no dejan de caer los afrancesados críticos que creen asistir a la resurrección de Fincher y aplauden su participación en la competencia canina). Y así llegamos a The curious case of Benjamin Button, ese mausoleo que seguramente conquistará en los oscars el marmóreo premio de la Academia (junto con el póstumo homenaje a ese James Dean demasiado frecuente, esta vez encarnado por Heath Ledger) y que consagrará a David Fincher como el más solemne muerto-vivo de su generación. Que en paz descanse.

FOTOS: David Fincher y fotograma de El curioso caso de Benjamin Button; 2) Póster del último film de Fincher.

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