EL NIÑO DE BARRO

EL NIÑO DE BARRO

por - Críticas
16 Oct, 2007 01:27 | Sin comentarios

 **** Obra maestra *** Hay que verla ** Válida de ver * Tiene un rasgo redimible °Sin valor

por Roger Alan Koza

CRÓNICA DE UNOS NIÑOS SOLOS

El niño de barro, Argentina, España, 2007.

Dirigida por Jorge Algora. Escrita por Christian Busquier, Hector Carré y J. Algora.

* Tiene un rasgo redimible

Interesante y despareja, la opera prima de Jorge Algora podría haber sido una muy buena película, pero su pleitesía respecto de ciertos convencionalismos del género al que pertenece la convierte en una película entre otras.

¿Quién ve cine argentino? Hasta la fecha, del total de entradas vendidas en las salas de nuestro país, 9, 2% le ha correspondido al cine nacional. Películas que son valoradas en el exterior son aquí olímpicamente ignoradas. M, de Nicolás Prividera, que acaba de ganar un premio en Yamagata, el festival más prestigioso de documentales, tuvo dos espectadores el día de su estreno en la ciudad de Córdoba. ¿Cuántos espectadores llevará Un niño de Barro?

Poco tienen en común M y Un niño de barro, el primero un documental, el segundo una película de ficción, excepto que ambos tienen por objeto un asesino serial. En el caso de M, la dictadura del 76. En el otro, un famoso delincuente, Cayetano Santos Godino, alías «el Petiso orejudo».

Todo sucede en Buenos Aires, en 1912. No es un tiempo cualquiera. Para entonces la ley Sáenz Peña era sancionaba, y no era precisamente una transformación constitucional surgida de la nada. El descontento social de décadas alcanzaba cierta resolución y una expresión jurídica. Es este el contexto de Un niño de barro, el que reconstruye materialmente con eficacia, aunque no pueda hilvanar coherentemente la complejidad social del período a través de su narrativa. Se advierte la pobreza, la corrupción, la presencia de los inmigrantes, una ciudad no desprovista de conflictos. Como dice uno de los personajes: «El mundo es una milonga», pero no se llega a entender por qué.

En ese paisaje social un niño, Mateo, tiene visiones. Ve asesinatos de otros niños, algunos que están sucediendo en el instante de su clarividencia. Su madre, inmigrante española, está preocupada. No es fácil tener de hijo a un médium. ¿Es un poseído? ¿Un demente? Posible diagnóstico hasta que el médico forense entiende que la conciencia alterada del niño no implica patología psíquica alguna. Por ello, se convertirá en un privilegiado asistente de la investigación a cargo de la policía. Un método poco ortodoxo, acaso fantástico, pero necesario si se trata de atrapar al homicida.

Atmosférica y ambiciosa, la opera prima del español Jorge Algora funciona más como un difuso retrato de la niñez en un tiempo histórico específico que como un thriller de psicópatas. Si bien todos los progenitores de las víctimas quedan devastados por la crueldad de los acontecimientos, Un niño de barro sugiere una experiencia de la infancia atravesada por múltiples fenómenos violentos que se predican de un modelo social determinado. Es un mundo de malevos, un patriarcado primitivo, un universo perverso en el que la pornografía infantil es practicada como en nuestro tiempo. Este diagnóstico tiene su correlato estético. Algora es cuidadoso sobre cómo mostrar sus víctimas. La distancia es la regla. Nunca un primer plano. El límite de la elegancia formal es un plano en picado sobre el cadáver de una niña. Decisión estética que contrasta con la grosería sonora de la omnipresente música de fondo y tipificado granulado de ciertos planos para comunicar una experiencia subjetiva, en este caso de Mateo.

Lamentablemente, Un niño de barro, cuando intenta ser una película de género, elige el camino más transitado: explicar lo siniestro por la psicología del psicópata, desatendiendo el lazo entre éste y la sociedad a la que pertenece. Los psicópatas no son frutos del viento. Por eso, al «Petiso orejudo» se lo envió al fin del mundo, Ushuaia, pues como dijera la Justicia se trataba de uno de los tantos «enemigos irreductibles de la sociedad».

Copyleft 2000-2007 / Roger Alan Koza

Esta crítica fue publicada con alguna modificaciones en el mes de octubre por el diario La Voz del Interior de la provincia de Córdoba.