EL JUEGO DE LA FORTUNA / MONEYBALL

EL JUEGO DE LA FORTUNA / MONEYBALL

por - Críticas
16 Dic, 2011 01:05 | comentarios
La segunda película deportiva (y política) del año (la otra fue El ganador) que permite tener algo de fe en los estrenos comerciales procedentes de Los Ángeles.

LA EXCEPCIÓN A LA REGLA

Después de una cita sobre el desconocimiento del juego más popular en Estados Unidos, el bésibol, las primeras imágenes (televisivas) de El juego de la fortuna son de un partido final de una eliminatoria fechado el 15 de octubre de 2002. Bennett Miller y sus guionistas eligen, sagazmente, introducir los equipos en la cancha con cifras: $114.457.768 vs. $39.722.689, New York Yankees contra Oakland Athletics, o un combate lúdico entre los fuertes y los débiles.

Es una evidencia que el deporte opera como un suplemento ideológico del capitalismo, acaso el deporte universal de la especie. La ambigüedad del término ‘competencia’ no es azarosa, y quienes compiten en el mercado laboral tal vez proyecten en las hazañas de sus ídolos deportivos, que también estudian y enfrentan adversarios, la conjura volátil de su interminable enajenación cotidiana. Misteriosa transferencia capaz de desmantelar la lógica indignación de saber que ese deportista heroico obtiene una cifra obscena por sus proezas semanales.

Inspirado en un episodio deportivo real, el filme de Miller se circunscribe a retomar cómo un equipo de vencidos se transformó en revelación de un torneo. ¿Cuál fue la fórmula secreta para que el último de la tabla se mantenga 20 partidos invicto durante la temporada 2002? ¿Inspiración divina? ¿Suerte? La racha es objetivable, existe un método: sabermétrico, un método estadístico orientado a la eficiencia del béisbol, aunque el filme también sugiere que el saber y la garra de su mánager general, Billy Beane (Brad Pitt, en un papel ideal aunque con algunos altibajos), fue el complemento espiritual de esta ciencia deportiva.

Sucede que Beane, un jugador que malogró su suerte, separado y padre de una hija, encontró en su camino a Peter Brand (Paul DePodesta en el caso real, un gran trabajo de Jonah Hill), su socio ideal. Joven y circunspecto, este economista licenciado en Harvard, lo suficientemente freak para examinar en su notebook cada golpe y cada jugada como si se tratara de una ecuación matemática y tener arriba de su cama un retrato de Platón como musa inspiradora, aportó ciencia a la voluntad y estrategia deportivas.

Sin duda, Brand encarna un símbolo de nuestro tiempo, mientras que Beane pertenece al siglo pasado; el primero, además, es un líder del presente, miembro de la elite del capitalismo digital, allí en donde Jobs y Zuckerberg son deidades indiscutibles y consagradas (no es casualidad que Aaron Sorkin haya sido el guionista de La red social).

Juntos pusieron en práctica otra noción de eficiencia y administraron el material humano combinando datos empíricos del rendimiento de sus jugadores con un plus ligeramente inexplicable asociado al espíritu colectivo. Inventaron una economía deportiva y una épica del débil, una modalidad demasiado a contramano de la lógica perversa que domina al béisbol.

Más que un filme deportivo, El juego de la fortuna es secretamente un filme político que insinúa discretamente el cambio que introduce la informática en el deporte, propio de una época en la que una nueva cultura digital se impone, sin dejar de explicitar las reglas de un negocio millonario. En ese sentido, todos los pasajes en los que se ven despidos y transferencias de jugadores funcionan como el striptease de un sistema.

En efecto, El juego de la fortuna es una película rara. El tiempo de las escenas es heterodoxo. Véase el timing y el desarrollo de las discusiones entre los comités de selección y Beane. Los encuadres son poco convencionales: algunos planos generales y ciertos planos cenitales del estadio establecen comparativamente la soledad de Beane, que sólo encuentra consuelo en la interacción con su hija (el glorioso plano final con la voz de la hija es quizás lo mejor del filme). Otra curiosidad: los ralentis llegan casi tardíamente para ilustrar alguna jugada ganadora y su fondo musical es tan prudente como el nacionalismo que sobrevuela, como se puede constatar en un pasaje inicial en el que se ven algunos soldados y un guitarrista canalizando a Jimmy Hendrix mientras interpreta el himno nacional. Ha pasado tan sólo un año del 11 de septiembre, y ése es el tono con el que se explicita el tiempo histórico y el temple de ánimo de una nación. En la película no habrá golpes bajos ni ninguna salida típica del drama convencional. Para señalar la derrota basta un breve y pausado fundido encadenado: perdido el partido, los jugadores desaparecen.

La metafísica utópica de El campo de los sueños, otra gran película sobre béisbol y su significado extra deportivo para la cultura norteamericana, poco tiene que ver con el empirismo de El juego de la fortuna. Sin embargo, cuando uno de los personajes rechaza millones para sostener una convicción, el alicaído espíritu del béisbol revive. Es un gesto utópico menor, una excepción a la pleitesía que los creyentes le rinden al dólar.

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El juego de la fortuna / Moneyball, EE.UU., 2011

Dirigida por Bennett Miller. Escrita por Steven Zaillian y Aaron Sorkin. 

*Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de diciembre 2011.

Roger Koza / Copyleft 2011