EL INDIO DE PENNSYLVANIA: M. NIGHT  SHYAMALAN

EL INDIO DE PENNSYLVANIA: M. NIGHT SHYAMALAN

por - Ensayos
19 Dic, 2015 04:56 | comentarios
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El protegido

Por Roger Koza

El cinéfilo de la India. Fue justamente en el año en el que muchos se preparaban para el fin del mundo, una invasión de alienígenas, el caos informático o tantas otras fantasías de fin de milenio, cuando se estrenaba Sexto sentido, la tercera película de un director desconocido hasta entonces que fue una de las grandes películas de ese tiempo, acaso una innovación sensible y metafísica en el género de terror. Este desconocido nacido en Pondicherry, mítica ciudad sureña de la India, cuya infancia transcurrió en Estados Unidos, ya desde muy joven había demostrado una pasión precoz por el cine. Desde los 8 años hasta los 17 había hecho más de 45 películas amateur. Su cinefilia es manifiesta en todo su cine. Shyamalan cree en lo que filma.

El intérprete. Hay algo notable en muchas películas de Shyamalan, relativo a cómo el director es capaz de captar y reunir ciertas fantasías colectivas que atraviesan el imaginario de una sociedad en un tiempo específico. En La aldea, por ejemplo, Shyamalan escenificaba un deseo de fuga en clave mítica y religiosa; en ese filme, un grupo de personas vivían en una comunidad secreta y aislada del resto del mundo. Excepto por unos pocos, la mayoría de los miembros desconocían el tiempo histórico real y la locación de su mundo, Estados Unidos. Se trataba en el fondo de un escape radical a la violencia contemporánea, como también a la decadencia moral del capitalismo, a partir de un mito fundacional. En casi todas las películas de Shyamalan, una inquietud vital no del todo articulada en discurso organiza el relato.

La escena. Si bien después de Sexto sentido el cine de Shyamalan se caracterizó por albergar una vuelta de tuerca ingeniosa y significativa en el final de cada una de sus películas, una de las mejores secuencias de su obra estriba en un inicio: en El protegido, su indiscutible obra maestra y cuarta película, el plano secuencia inicial es ejemplar: sin pronunciar una palabra, el personaje de Bruce Willis divisa a una mujer hermosa y a un niño en el asiento del tren más cerca suyo. Willis juega con el niño por un rato y en cierto momento se saca su anillo de bodas. Son indicaciones precisas sin explicaciones verbales que las refuercen: el personaje quizás tenga un hijo y es probable también que no esté muy bien con su esposa. En pocos minutos y en una sola secuencia, las coordenadas simbólicas del drama quedan expuestas. Así se filma, así se narra.

El humanista. El director indio puede ser finísimo para representar ciertos sentimientos reconocibles y universales que definen en cierta medida la vida de la gente. Cuando cierta tendencia sensiblera y esotérica que amenaza en ocasiones a sus películas se conjura, aflora una sensibilidad humanista admirable, cuya apoteosis y perfección narrativa se puede ver en Señales, cuando el personaje del religioso interpretado por Mel Gibson acompaña a su hijo en un ataque de asma fulminante. Los lazos familiares primarios son una especialidad del director.

El formalista. La veta humanista del director es una de las claras influencias de unos de sus héroes cinematográficos, Steven Spielberg; su costado formalista está más asociado al gran Alfred Hitchcock. En Los huéspedes es el concepto sonoro el que garantiza la ascensión paulatina del terror al que serán sometidos los dos hermanos que visitan a sus abuelos en una cabaña alejada de la ciudad. Es cierto que varios encuadres heterodoxos van enrareciendo la percepción visual, pero la gran fuerza desestabilizadora llega por el sonido, el cual está concebido en capas sin referencias identificables que interrumpen la normalidad doméstica y preparan el escenario para la revelación psicótica que fundamenta aquí el terror.

Este texto fue comisionado por el diario La voz del interior en el mes de noviembre de 2015

Roger Koza / Copyleft 2015