EL BAFICI EN EL BAFICI 2016 (10): LA INDISCRETA ANGUSTIA DE LOS PUDIENTES. UN DIÁLOGO CON DENIS CÔTÉ, DIRECTOR DE BORIS DANS BEATRICE

EL BAFICI EN EL BAFICI 2016 (10): LA INDISCRETA ANGUSTIA DE LOS PUDIENTES. UN DIÁLOGO CON DENIS CÔTÉ, DIRECTOR DE BORIS DANS BEATRICE

por - Entrevistas, Festivales
17 Abr, 2016 07:48 | Sin comentarios
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Boris dans Beatrice

Por Roger Koza

David Cronenberg es el rey de los cineastas canadienses. Su clasicismo y su perversión constituyen una marca registrada, como también su inteligencia filosófica y su comicidad irreverente. La huella que un artista deja entre sus coetáneos se puede comprobar cuando una situación cualquiera es adjetivada con su nombre; entre cinéfilos podemos decir “esta es una situación cronenbergiana”. ¿Es Denis Côté un cineasta cronenbergiano? El cineasta más sobresaliente de Quebec no se parece en mucho a Cronenberg, pero sí comparte con él algunas suspicacias y virtudes cinematográficas en consonancia con las descriptas más arriba.

Todas las películas de Côté son rarísimas. Puede filmar una fábrica, un zoológico, una relación filial o un thriller lésbico, y el resultado es siempre el mismo: perplejidad hermenéutica. ¿Qué debe interpretarse cuando en un film como Boris sin Beatrice un millonario se encuentra en las inmediaciones de su mansión con un maestro espiritual no exento de sadismo que conoce todas sus fechorías y engaños? Hay una cantidad de escenas en Boris sin Beatrice que remiten a la lógica de los sueños (o pesadillas), un poco a la manera de los mejores films psicóticos de David Lynch, en donde la fantasía fagocita lo real sin explicaciones ni delimitaciones. La densidad tenebrosa de Lynch no es propia de Côte, pero algo de ese universo fallido está presente en su última película.

A Boris no le falta nada: tiene dinero, poder, mujeres. El único problema evidente es que su esposa, miembro del gabinete del gobierno canadiense, está literalmente ida. ¿Melancolía, depresión, psicosis? Más tarde se descubrirá que Boris tiene una relación distante con su hija, militante anticapitalista, y también con su propia madre, que vive en un geriátrico de pudientes. El nihilismo y la voluntad de poder de Boris son aparentes. La fuga de su mujer a un mundo impenetrable no le es indiferente, como se puede constatar en unos reiterados y fugaces recuerdos que Côté incluye por pocos segundos dando a entender que se trata del flujo de asociaciones mentales del personaje. La progresión dramática de Boris sin Beatrice no es otra cosa que el lento trabajo del personaje en identificar cuáles son sus prioridades.

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Lavant (izquierda) y Côté (derecha)

Roger Koza: Un poco después del comienzo, Boris, atravesando toda la fábrica, se dirige a la oficina para tener una reunión con el personal administrativo. La fábrica remite un poco a su película previa titulada Que ta joie demeure, en la que usted estaba preocupado por retratar la experiencia laboral. Pero aquí el personaje principal es consciente de su riqueza y está orgulloso; la voluntad de poder no lo avergüenza. ¿Por qué ha dado ese giro dejando atrás a los marginales, trabajadores, exconvictos, y poniendo en el centro de la escena a personas pudientes?

Denis Côté: Tiene sentido que un autor cinematográfico decida visitar áreas y territorios simbólicos que no ha explorado con anterioridad. He filmado vidas marginales y he escrito mucho sobre personajes que no tienen medios para defenderse frente al mundo. Gente que podía solamente esconderse y mantenerse en silencio y esperar por algún cambio sin tener la posibilidad de controlar el medio circundante en un sentido significativo. Boris Malinovsky es la respuesta a esta inquietud y también la expresión de un deseo por intentar algo nuevo; en este caso, filmar a alguien poderoso que no sabe muy bien qué hacer con el poder. Quería escribir más diálogos y atravesar un mundo del que sé muy poco.

RK: Ya en las primeras cinco panorámicas iniciales que operan como planos y contraplanos inmensos, un helicóptero y Boris se enfrentan misteriosamente, y les sigue de inmediato un plano en el que se ve a una mujer tocando un harpa en un negocio; es tan solo una de las tantas secuencias enigmáticas que usted emplea y que sugiere una estética bastante cercana a una lógica onírica de organización narrativa. ¿Cómo se conjugan la realidad y la fantasía en sus películas?

DC: Me gustan los choques, las colisiones. Para ser más preciso, diría que siempre estoy buscando formas de confrontar energías y situaciones indisociables y ver qué sucede si se reúnen. Puede ser el ruido en contraste con el silencio, el calor y el frío, la luz y la oscuridad. Hallar armonía apropiándose de la falta de esta resulta bastante desafiante. No subyace ningún significado profundo en ese tipo de asociaciones de montaje. Solamente soy alérgico a las convenciones.

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Boris dan Beatrice

RK: En su película hay ciertas implicaciones psicológicas y acertijos que se ponen en juego: la depresión, la melancolía, la catatonia y otros desórdenes conductuales constituyen la ecuación dramática del relato. La película puede parecer en cierto momento una especie de parodia muda sobre la psicopatología de la vida cotidiana de los opulentos. ¿Hubo algún plan consciente de su parte al respecto?

DC: Esta es una pregunta muy interesante. Resulta difícil poner todos los elementos implicados en la escritura de una película en una misma caja cuando se escribe acerca de la enfermedad mental o un personaje que se siente en inferioridad de condiciones. Es evidente que la película no trabaja de forma directa sobre ese tipo de cuestiones y la situación psíquica de Beatrice o su desorden mental permanece como una abstracción que carece de una descripción específica. En verdad, la persona que está “enferma” en la película es Boris. En la apariencia de su presunta enfermedad, Beatrice revela el malestar real de Boris: su vanidad y la torpeza de su existencia emocional. La película tiene un ligero tono cómico no del todo asumido, y por supuesto se puede detectar un tratamiento irónico general sobre todo lo que acontece en el film. Las vidas de Beatrice y Boris se definen enteramente por el poder y por cómo ejercitarlo. De repente, el poder deja de tener sentido. Me interesaba esa dinámica.

RK: Hay detalles que se pueden identificar a lo largo de toda la película. Por ejemplo, en cierto momento se ven cinco planos fijos de aves embalsamadas; más tarde, usted repite este tipo de mecanismos de asociación que involucran a los animales cuando Boris visita un museo y pone atención sobre cinco cráneos de hombres que aluden a la misma posición de las aves. ¿Cómo concibe estos episodios de asociación en su película?

DC: Es arduo llegar a poner en palabras lo que está detrás de esas decisiones. Son rupturas en la fluidez del relato que a su vez le dispensan fluidez narrativa. Esto no lleva a lo que decía antes respecto de mi búsqueda por disponer una confrontación entre elementos que no tienen una asociación inmediata. Me gusta mucho cuando usted habla de “mecanismo asociativo”. Debería pensar más a fondo sobre eso debido a que estoy convencido de que ese procedimiento forma parte de mi proceso creativo de trabajo. Sucedía en Bestiaire o en Joy of Man’s Desiring; en ambas películas, como también en Boris sin Beatrice, han nacido enteramente de una misma fórmula.

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Boris dans Beatrice

RK: ¿Por qué eligió un personaje ruso? La película confirma, además, su buen ojo para escoger actores, los cuales parecen haber nacido para interpretar los roles que usted les adjudica. ¿Piensa en sus actores antes o después de concebir el film?

DC: Boris tiene un lejano origen ruso por un motivo insignificante y accidental. Quería trabajar con Isolda Dychauk (es Klara en la película), una actriz joven nacida en Rusia, y James Hyndman (Boris en el film) habla ruso con total fluidez. También tuve en cuenta que los quebequenses somos descendientes de varias olas migratorias y es algo que no suele tratarse con frecuencia en nuestro cine. Buscar a los actores es uno de los momentos más interesante de mi trabajo. Me encanta considerar la verdadera naturaleza de una persona antes de proponerle crear un personaje. Me gusta mucho cuando un actor o una actriz toma prestado elementos de su personalidad para la composición del personaje.

RK: Hablando de actores, usted tiene en el elenco dos “estrellas” que interpretan papeles secundarios, lo cual resulta una sorpresa: Denis Lavant compone una suerte de gurú sádico con raptos de compasión; Bruce LaBruce, el famoso director canadiense de cine porno político, interpreta al primer ministro. ¿Por qué los eligió?

DC: Estaba buscando una figura mítica para interpretar el papel del mensajero o esa especie de Deus ex machina inesperada que irrumpe en el relato. Lavant es algo así como una deidad entre los mortales que se dedican a la actuación. Era una decisión obvia y una satisfacción para mi cinefilia. La idea de llamar a Bruce fue posterior. En un inicio había pensado en alguna leyenda hollywoodense para el papel del primer ministro de Canadá, pero después abandoné ese objetivo y pensé que era mejor una figura de culto. Digamos que se trata de un chiste interno o una declaración frente a un particular estado de cosas, pero estoy convencido de que fue una elección muy interesante. Al final, aunque Bruce no sea actor, es el mejor primer ministro que podría haber deseado tener. Está perfecto en su papel.

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Boris dans Beatrice

RK: ¿Cómo entiende usted al personaje de Lavant, el señor Misterio?

DC: La película consiste en una extensa discusión entre un hombre y su conciencia. Se trataba de una idea sencilla y yo tenía que transformarla en algo cinematográfico. Sentí que la búsqueda de Boris, o el enigma al que se enfrentaba, tenían que ser introducidos y tensados por un mensajero misterioso. En cierta medida, él es tan real como irreal.

RK: ¿Por qué insiste en el film en dos ocasiones con vincular el relato con la mitología griega, lo que implica una posible explicación sobre el film en su conjunto?

DC: Inventé un personaje burgués, pero no deseaba que la audiencia quedara focalizada tan solo en un individuo. Quería que Boris fuera algo más, una figura universal. Boris parece ser juzgado por un poder mayor, tal vez un código moral, o incluso por dioses. No estoy hablando aquí sobre los ricos. Pienso que el film intenta manifestarse sobre algo que la mayoría de los hombres y mujeres sienten, dudas que se albergan en la interioridad. Un día cualquiera, al levantarnos, la pregunta es inevitable: “¿Soy una buena persona?”. Tengo la impresión de que ese cuestionamiento tiene implicaciones míticas y fue por eso que decidí jugar un poco con un par de referencias literarias a la tradición griega.

RK: Boris sin Beatrice es una película elusiva; nadie sabe exactamente muy bien qué pensar de ella. Puede ser leída como una pesadilla psíquica no exenta de culpas, como una heterodoxa alegoría capitalista con un fondo mítico de reminiscencias griegas, que universaliza la situación del personaje. También puede ser entendida como una forma de castigo benevolente a los ricos y poderosos del mundo que solo piensan sus vidas en términos de necesidades materiales. Pero todas sus películas juegan con esta forma de indeterminación semántica. ¿Es una búsqueda consciente?

DC: Me gusta que usted reconozca la naturaleza abierta de Boris sin Beatrice. La película es tan reciente que no he llegado hacer una síntesis de todo su sentido, pero, una vez más, como sucede con todas mis películas, la mayoría lee lo que quiere leer en ella. Para mí es simplemente un cuento de hadas moral que intenté complejizar. Consideré lúdicamente todas esas ideas e intenté que todo parezca ligero y que tuviera además un tono cómico. La película parece seria y tiene una estética autoritaria, pero en el final, y es lo que espero que suceda, mi retrato del dilema del personaje en torno a su vida no deja de ser simpático y gracioso. Así de simple.

Esta entrevista fue publicada en otra versión por la revista Ñ en el mes de abril 2016

Roger Koza / Copyleft 2016