EL BAFICI DESPUÉS DEL BAFICI 2013 (08): EL GRAN SIMULADOR

EL BAFICI DESPUÉS DEL BAFICI 2013 (08): EL GRAN SIMULADOR

por - Críticas, Festivales
04 May, 2013 11:56 | comentarios

EL ZURDO Y SUS DISCURSOS

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El gran simulador

Por Roger Koza

El gran simulador, Néstor Frenkel, Argentina, 2013

A pequeña escala es hermoso y desafiante ver ante nuestros ojos, gracias a una cámara que sostiene el plano sin cambiar de ángulo para mostrar que el truco es auténtico, cómo la destreza manual de un hombre puede vencer la percepción. Los trucos son diversos y casi siempre se trata de naipes. El material de archivo con el que se abre el film no miente: el ilusionista, ya en su juventud, fue un artista de lo efímero, y el secreto de su arte no está solamente en su zurda.

Como suele suceder con los documentales de Néstor Frenkel, un personaje cautivante (y en una de sus películas, una ciudad cautivante) es el motor de su interés. No hay duda de que René Lavand es una criatura de naturaleza cinematográfica (Adrián Caetano así lo entendió en su western bonaerense Un oso rojo), y en más de un sentido. Su modo de vestir califica para un policial negro; su búnker natural en las afueras de Tandil podría ser la cabaña de madera de una película de terror; la desgracia de haber perdido de niño una mano parece un artilugio de un guión fantástico, un plus enigmático en su arte. El famoso ilusionista, que ha viajado por todo el mundo, es de por sí un personaje de un film incalificable.

Uno de los méritos ostensibles del film es no ceder a la tentación psicologista. Poco sabemos del pasado de Lavand y sus motivaciones personales para hacer lo que hace y vivir como vive. Frenkel sustituye la psicología por un eficaz materialismo hogareño: es en la casa de Lavand donde se puede adivinar su historia y sus obsesiones. Por otra parte, al director le interesa Lavand como artista y aquello que, eventualmente, ha influido sobre su arte y su originalidad evidente. De ahí que los escasos testimonios, como el de la propia esposa de Lavand, un amigo y un discípulo, se circunscriban al dominio de su trabajo. Ninguna historia de amor, nada de nostalgia, el recuerdo sólo se aplica a entender las reglas de un arte y su función.

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El gran simulador

La aproximación formal de Frenkel es precisa y una cifra: por un lado se trata de registrar los increíbles movimientos de Lavand haciendo sus trucos. Los planos medios y primeros planos no revelan el engaño; ni siquiera la disminución en la velocidad del truco ayuda a entender el procedimiento. El dominio de Lavand es total: puede hablar, contar una historia, ironizar sobre lo que está haciendo, y todo responde a la naturaleza de su arte, que se resiste a la percepción. Será por eso que Frenkel incluye varios planos generales del paisaje natural que rodea la casa. La existencia de ese ecosistema, a pesar de ser sensible al registro, tampoco se explica en su exposición frente a cámara. La muda naturaleza también se resiste a la cámara, su misterio no puede ser interpretado por el lente. La dialéctica entre truco y naturaleza es tal vez el modo en el que se duplica la propia perplejidad del director frente a su objeto y su propia imposibilidad de historizar a ese personaje intempestivo, entre anacrónico y atemporal. Es que Lavand tal vez sea otro naipe que se fuga a la caza de la mirada, una criatura paradójicamente inefable, que exige del entendimiento un plus para su captura. ¿Es que el genio ha salido de una lámpara proveniente del limbo? Sucede que El gran simulador no alcanza a descifrar el código secreto de su personaje y visualizar el contexto de su genealogía, las fuerzas simbólicas e históricas que han determinado a ese organismo dotado para un tipo de simulación equivalente a un prodigio estético. Y en eso la película pierde algo de su fuerza y encantamiento. No hay duda: la película es buena, pero podría haber sido genial.

Lavand hablará del vértice, un punto a donde ir y volver, y en su caso ese lugar es el rectángulo de la pequeña mesa en la que practica con sus cartas. El artista que habita en el tiempo libre de todos los que trabajan, como le dijo alguna vez Atahualpa Yupanqui, es en este caso un domador del azar.

Si las cartas suelen ser funcionales al juego, que discretamente reproduce el carácter inestable de un mundo librado al azar, el arte de Lavand consiste en inmiscuirse e imponer su voluntad. Y como la puesta en escena de sus trucos siempre viene acompañada de un relato, la gran ilusión pasa por creer que el mundo tiene un sentido. Magia doble: una zurda prodigiosa y un hechicero que sabe decir algo más que abracadabra.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de mayo 2013.

Roger Koza / Coypleft 2013