EL BAFICI ANTES DEL BAFICI (01): BESTIAIRE / DENIS CÔTÉ

EL BAFICI ANTES DEL BAFICI (01): BESTIAIRE / DENIS CÔTÉ

por - Críticas, Festivales
02 Abr, 2012 08:35 | 1 comentario

El test de Denis

Por Roger Koza

 ¿Cómo filmar hoy, después de tantos años, el famoso reino animal? Nosotros, los animales que sabemos hacer promesas, que podemos esperar la llegada de un amigo un día al que llamamos viernes y que estamos obsesionados por filmar y filmarnos, deseamos desde los inicios del cine, y ahí está el testimonio de Jean Painlevé, mirar la vida salvaje a través de una cámara. Entendamos por salvaje a todo ser viviente desprovisto de lenguaje, es decir, aquel que no puede esperar por nosotros un miércoles y que tampoco ha aprendido a prometer. A esa criatura viviente, ¿cómo filmarla?

Está el viejo artículo de Bazin sobre los animales, y el estupendo artículo sobre Bazin y los animales de Serge Daney; allí se nos recuerda la pretérita tesis sobre el montaje prohibido e indirectamente se nos presenta como una especie óptica, capaz hasta de morir por una imagen. Pero nosotros, al menos así lo creemos, si bien nos comportamos como bestias, no somos seres de cuernos y garras, excepto en ese imaginario fascinante del cómic y la literatura (y ahora también del cine) en donde un sujeto X deviene en mosca, araña, lobo, cucaracha. Las transacciones genéticas con otras especies, esa zoofilia por otros medios, no sólo conciben héroes voladores sino también habilitan juegos evolutivos imaginarios en donde el don del lenguaje se democratiza en otros animales. (Anti)naturalmente, los animales hablan en los dibujos animados. El antropomorfismo lingüístico es la filosofía de Disney por excelencia, del mismo modo que las mascotas, sobre todo el perro, constituyen un suplemento simbólico insustituible en la vida familiar utópica que Hollywood perpetúa y consagra.

Dadas las circunstancias, se repite una pregunta: ¿cómo filmar la vida animal? Existe la cámara exploradora, la que viaja a la selva y se encuentra con las fieras. En una versión de esa vía se filma a los animales como ilustración de un saber biológico y enciclopédico. Tal como vemos en una enciclopedia, los animales se mueven en sus hábitats y una voz en off explica sus conductas generales, sus modos de reproducción, sus singularidades. Se trata de un darwinismo minimalista y a secas, sin vuelo y sin grietas, en el que los animales pertenecen a un orden reconocible y manipulable. Existen otros caminos de exploración: un ejemplo es el encuentro mitopoético con la vida animal. Es la vía Melville: la ballena que vive en el océano viene a amenazar la civilización de los hombres que flotan en un navío; también la vía de Apichatpong Weerasethakul: los hombres pueden ser devorados por bestias; por lo tanto, se trata de filmar la intersección y la “transmigración”: el tigre y el hombre de Tropical Malady, entes que se miran hasta convertirse en una nueva entidad unida en la carne.

Ninguno de estos señalamientos alcanza para describir el camino que Denis Côté elige transitar en Bestiaire. El secreto de su película reside en la construcción de una perspectiva. De allí su inicio: vemos gente mirando, jóvenes dibujantes, probablemente aprendices de pintura, observan algo que por unos pocos minutos permanece en fuera de campo. La elección formal es precisa: de primerísimos planos de los dibujantes se pasa a ciertos planos medios que van desocultando la representación del objeto observado en el papel y en el lienzo: un antílope disecado. Paulatinamente, la intersección entre el animal y su representación se torna evidente: el encuadre elegido por Côté yuxtapone el dibujo y parte de la sien del animal, que se asoma por encima del lienzo. Hasta que un plano general descubre al animal inmóvil e inanimado.

Se trata de una introducción conceptual y una antítesis de cómo aproximarse al registro en movimiento de los animales. En ese prólogo se establece, no obstante, una distancia entre una especie que mira y otra que posa. Esa distancia jamás se traicionará, pero habrá un cambio de perspectiva. Côté buscará un modo de instaurar una perspectiva antihumanista: la cámara dejará de ser la prolongación del ojo humano. No será tampoco el ojo Dios viendo a sus criaturas a través de una invención mecánica de su criatura predilecta, que cree ser imagen y semejanza de su creador; menos aún la cámara devendrá en un animal mecánico. Côté no asume jamás el punto de vista de los animales que filma. Sin duda, detrás de cámara hay un hombre y la cámara es una invención de los hombres. Pero sí se trata de deshumanizar la mirada hasta alcanzar un grado cero de percepción, una ecuanimidad observacional, aunque la elección de los encuadres siempre implica una huella de una inteligencia y en varias ocasiones una táctica precisa.

Los planos fijos de Côté y la elección del lugar desde donde se capta la vida animal son la clave del film. Acaso se trate de una epojé, pues el cineasta canadiense, tal vez el más distinguido de su generación, ejercita aquí una suerte de fenomenología sui generis, como si él consiguiera filmar sin prejuicio alguno todas las especies que encuentra en su camino.

Pero el escenario no es sin duda un espacio neutral. Bestiaire transcurre en un zoológico canadiense. Planos fijos de cebras, búfalos, leones, avestruces, tigres se intercalan con secuencias en las que se ve la interacción entre las bestias y los empleados del zoológico. En algún momento parece haber una protesta de leones que golpean las puertas de sus jaulas. Las cebras también parecen disconformes. Verlas moverse de un lado a otro desde un plano a ras del suelo permite reconocer y experimentar la relación del animal con el espacio. Esto implica sumar una hipótesis: sin prejuicios no significa desprovisto de manipulación. En verdad, algunas elecciones de encuadre y el trabajo sobre el sonido radicalizan una manipulación constante que funciona de un modo perverso y exquisito: jamás se nos dice qué pensar sobre lo que vemos, pero es imposible observar sin proyectar signos e inquietudes.

Habrá un pasaje esencial que se anuncia como un intermedio filosófico. Después de un fundido en negro, el escenario será el taller de un taxidermista. Allí veremos el procedimiento completo de embalsamamiento. Un pato conocerá una eternidad de momia. Esta secuencia funciona dialécticamente respecto de una anterior en donde una hiena es atendida por tres miembros del zoológico.

Hacia el final conoceremos la dinámica de las visitas al predio. Los niños alimentan a ciertos cuadrúpedos inofensivos, padres e hijos caminan en un túnel transparente y pueden ver a pocos centímetros a un felino peligroso en plena siesta. Una suerte de embotellamiento entre cebras y automóviles, un instante cómico propio de una película de Tati, será uno de los últimos planos del film.

Côté construye una suerte de test de Rorschach cinematográfico. Bestiaire evita construir un discurso: más bien compone una estructura simbólica en donde el espectador arroja sus fantasías y delirios. El zoológico deviene en campo de concentración, oasis de supervivencia, comunidad VIP, incluso alguien hasta puede llegar a proyectar una versión discreta del Arca de Noé. Extraña máquina perversa, Bestiario es en realidad un retrato extraordinario sobre el impulso antropomórfico de quien está fuera de campo y en un espacio sin contigüidad alguna respecto de las especies dibujadas y filmadas. Inmóvil frente a la pantalla, el verdadero protagonista de Bestiaire es quien está siendo interrogado mientras ve pasar entidades que nada tienen para decirle.

Roger Koza / Copyleft 2012

Sabádo 14, 20hs, Hoyts 11

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